Sonidos que se leen

 

Uno de los nuevos hábitos que me está dejando la pandemia y su confinamiento es el descubrimiento de los audiolibros. En otras circunstancias, había pocas posibilidades de aproximarme a estas lecturas que se escuchan o sonidos que se leen. Desde hace algunos meses, durante mis caminatas matutinas y cuando estoy haciendo mis labores domésticas (aspirado de pisos, lavado de platos, doblado de ropa y un largo etcétera), vengo escuchando libros a través de una aplicación instalada en mi teléfono celular.



Un audiolibro es la grabación de los contenidos de un libro leídos en voz alta. Es un libro hablado. Para quienes tenemos cierta edad, en nuestra primera infancia, ya tuvimos una experiencia parecida con las radionovelas. Sin embargo, los audiolibros no cuentan con aquellos efectos sonoros y la teatralizada entonación de los narradores. Es una sola voz de un actor o actriz, o más de una cuando el caso amerita, que frente a un libro no lo lee, sino lo cuenta, para producir una experiencia sonora cargada de emociones.

Las editoriales, luego de un casting de voces, en los que incluso se involucra al autor, eligen cuidadosamente tonos y acentos que encajen con las características de los personajes y la historia. La voz, con sus matices, inflexiones y pausas, es el corazón del audiolibro, y de ella depende la respuesta emocional del audiolector. De hecho, en los créditos y en la sinopsis de la obra, se menciona quién es el que lee el libro. Este detalle, para quien ya está familiarizado con el tema, es un punto clave y podría definir si se escucha o no ese audiolibro, dependiendo de quién es el narrador. Por ejemplo, yo no podría haber disfrutado tanto de las dos últimas novelas que leí (escuché) de Javier Marías, sino estuvieran contadas con el españolísimo acento de Israel Elejalde.

Además de esa voz del lector que nos va contando la historia, la aplicación permite algunos chiches tecnológicos que conforman su ecosistema (nunca mejor usado el “eco”): se puede regular la velocidad de lectura; se muestra el tiempo necesario para leer todo el libro, y el restante hasta finalizar, en cualquier momento; se sabe el capítulo en el que se está escuchando; se pueden hacer clips de determinados fragmentos; se dispone de un temporizador de suspensión para desactivar los tiempos de escucha, si uno lee antes de dormir; y están disponibles una ilimitada cantidad de títulos y autores —clásicos y contemporáneos— en todos los géneros y en diversas lenguas.

Estuve investigando diversos informes sobre este fenómeno del mundo editorial —de reciente data—, y entre las cosas más interesantes, se concluyen: “El impacto emocional en un audiolector es más alto frente a espectadores de medios como la televisión. La implicación de esta experiencia sonora es mayor al involucrar casi todos los sentidos. Escuchar una historia, sin el apoyo de letra impresa o imagen, potencia la imaginación e intensifica las emociones del oyente ante las voces y sonidos de los personajes”.

En mi experiencia personal, he descubierto lo que es la evocación sonoro-visual. En más de una ocasión, cuando estoy recorriendo mi ruta habitual de caminata: una esquina, un objeto urbano, un árbol o cualquier detalle del entorno, me trae a la memoria un pasaje específico que escuché algunos días antes cuando transitaba ese mismo camino con los auriculares puestos. El correlato sonoro aparece incluso cuando la aspiradora golpea fuertemente la pata de una silla y un violento grito me hace volver de mi abstracción a la realidad.