Cuba duele

 

Las redes sociales fueron una de las herramientas claves para convocar a las manifestaciones de protesta que sacudieron las calles de distintas ciudades cubanas y para exponer al mundo el hartazgo de una parte de la población que busca mejores condiciones de vida. La respuesta del gobierno, además de la represión policial —junto a tropas especiales—, fue cortar el servicio de Internet y suspender el uso de datos móviles, lo que aplacó las movilizaciones. Sin embargo, estas medidas son una curita para intentar cubrir profundas laceraciones que supuran sangre y pus de mal olor, síntomas de una infección que ya tiene ramificaciones en todo el cuerpo y solo una cirugía mayor podría salvar.



Controlado el inédito estallido social, el régimen anunció que se permitirá la importación de alimentos y medicinas, sin aranceles, a los viajeros que lleguen al país. Una medida que puede aliviar, momentáneamente, el grave desabastecimiento, pero que es insuficiente para dar respuestas estructurales al descalabro de una de las últimas economías estatizadas —de carácter marxista—, que todavía subsiste en el mundo, después de la caída del muro de Berlín y la desintegración del bloque soviético. La utopía cubana, que alguna vez fue referente moral, político e ideológico del modelo marxista, anticapitalista y antiimperialista, muestra ahora una decadencia moral, material, intelectual y generacional.

La gran mayoría de cubanos, que no pertenece a las estructuras de poder, que todavía disfrutan de algunos privilegios, resuelve sus necesidades básicas saltándose la legalidad, incluso frente al riesgo de delaciones y un apabullante y paranoico control social, en el que todos son sospechosos. Interminables e inmisericordes colas para comprar pan, alimentos, artículos de primera necesidad y medicamentos; y sumado a este permanente desabastecimiento, apagones eléctricos de racionamiento, recuerdan la peor época de inicios de la década de los noventa, cuando se dejó de recibir la cooperación y subsidios soviéticos.

Esta acumulación de años de carencias, demasiadas insatisfacciones y sin la esperanza de que las cosas mejoren, agudizada por la crisis sanitaria, ha permitido que aparezcan voces disconformes —sobre todo de los más jóvenes—, que demandan respuestas para cambiar el futuro de sus vidas. Junto a éstos, los creadores y gestores culturales han salido también a exigir libertad de expresión y el cese del hostigamiento contra los que disienten o estaban en silencio. Hay una evidente ruptura en una parte de la sociedad que no confía en el gobierno y que ya no tiene miedo a expresar lo que piensa.

El prolongado embargo económico de Washington exacerba las penurias y le regala un argumento al marchito discurso del enclenque y sexagenario régimen dictatorial. No descarto que detrás de las revueltas puedan haber existido intereses externos y manipulación de la información, como lo manifiesta el “suspicaz” gobierno cubano, sin embargo, ya es innegable e irrebatible que el alarido social que todos hemos visto y escuchado muestra la desesperación de un pueblo que clama por patria, vida y libertad. Cuba duele.