Los números rojos de la educación boliviana

En 2016 la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) era la mejor posicionada en la tabla QS con el puesto 108 a nivel latinoamericano.

Escolares alteños en un acto inaugural. La educación primaria adolece de serias limitaciones. | Agencias
Fuente: Los Tiempos

Rafael Sagárnaga



Una singular competencia internacional marca este 2021 y llena de expectativas a cientos de autoridades: las octavas pruebas PISA (por su sigla en inglés). Es el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos que busca medir la eficacia de los sistemas educativos que hay en el mundo. Este test lo realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) cada tres años y en él ya participan 79 países. A los latinoamericanos no les va nada bien, pero a Bolivia le va peor porque simplemente decidió no participar en la prueba. Al menos esa es la opinión de más de un entendido en la materia.

“Las pruebas PISA empezaron con la participación de 32 países» —señala el pedagogo Elio Torrez Menur—. Sin duda, tienen ese sesgo de competencia tan ligado al espíritu del capitalismo, pero son un termómetro valioso que cada país sensatamente puede aprender a asumir. Lo triste en el caso boliviano es que las autoridades se escudaron en las críticas que hay a estos test para ocultar algo evidente: una creciente catástrofe educativa.

Se han hecho pruebas experimentales que revelan que el nivel boliviano llega a un tercio de la calificación del último país latinoamericano, República Dominicana. El exministro (Roberto) Aguilar, responsable del área durante más de una década, aseguró en su tiempo que evaluarían con otros test al alumnado boliviano. Seguimos esperando”.

Valga puntualizar que República Dominicana resultó también última a nivel mundial tanto en las pruebas del 2015 como en las de 2018.  En esta prueba, China lideró las calificaciones con puntajes de 555 en habilidad lectora, 591 en matemáticas y 590 en ciencias. Mientras que los jóvenes dominicanos sólo obtuvieron 342, 325 y 336, respectivamente. Haciendo el cálculo respectivo, con base en las evaluaciones experimentales que fueron realizadas por algunos municipios y universidades, queda claro el lugar que ocuparía Bolivia. Pero el aplazo en este escenario se produjo por algo parecido al abandono.

La UMSS durante unas elecciones internas. En los rankings ha figurado entre las tres primeras de Bolivia. Agencias

El informe PISA mide el rendimiento académico de estudiantes de entre 15 y 16 años que están al final de la etapa de educación obligatoria. Se hace con base en sorteos y en computadoras tanto en escuelas públicas como privadas. En la versión 2018 participaron 600 mil alumnos. “No sólo los PISA experimentales dan la idea del lugar que ocupan nuestros colegiales —añade Torrez—. Los exámenes de ingreso a las universidades públicas y el rendimiento “cernidor” en los primeros semestres bien pueden despejar cualquier duda al respecto”.

Universidades a desquite

Según el investigador, los datos PISA ayudan a entender qué países preparan mejor a sus estudiantes para la vida adulta y la educación superior. Por ello, el examen de los sistemas educativos rinde su segunda gran prueba en base a los indicadores que califican a las casas de estudios superiores. En este escenario es imposible esquivar la nota porque llega en al menos seis rankings internacionales que miden la calidad de las universidades del planeta. Entre las diferentes firmas que los elaboran, las más reconocidas de lejos son QS Quacquarelli Symonds, Times Higher Education y el ranking Shangai.

En estas clasificaciones nunca hubo alguna universidad latinoamericana que se ubique entre las primeras 60 del globo. Entre las primeras 100 normalmente aparecen una o dos. En el QS QS Quacquarelli Symonds del 2020 sólo estuvo la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el puesto 73. En 2021 clasificaron la propia UBA, en el puesto 66, y la Universidad Autónoma de México UNAM justo en el puesto 100. En anteriores versiones solían aparecer la Universidad de Sao Paulo y la Universidad Católica de Chile. El club de la marca 100 latinoamericano prácticamente se cierra ahí. Y vale la pena recordarlo, nunca clasificaron más de dos en un mismo año.

Con todo, en las últimas versiones hubo paulatinos y esperanzadores ascensos. Colombia, por ejemplo, en la versión 2021 celebraba que dos de sus universidades hubiesen mejorado sus calificaciones en los rankings internacionales. Este año, aquel país ubicó a 19 universidades entre las mejores 500 del planeta y a 12 entre las mejores 100 latinoamericanas con 2 entre las primeras 10. Todo ello en un avance sostenido en los años recientes.

En el caso boliviano, el proceso va al revés. Nunca ubicó a ninguna universidad, siquiera, entre las primeras 1.100 del planeta, tampoco ha figurado ninguna entre las primeras 100 de Latinoamérica. Y, peor aún, en la versión 2021 se evidencian marcados retrocesos. En 2016 la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) era la mejor posicionada en la tabla QS con el puesto 108 a nivel latinoamericano.

Luego se hallaba, ya en puesto de grupo y no individual, la Universidad Católica Boliviana (UCB), en el rango 171 a 180. La tercera era la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), en el rango 181 a 190.

Para 2021, la UMSA descendió al puesto latinoamericano 128; la UMSS, al rango 201-250. Tercera apareció la Universidad Privada de Bolivia (UPB), en ese mismo rango. A nivel mundial la UMSA bajó del puesto 1.148 al 1.240. En otros rankings que clasifican más universidades, algunas de las bolivianas estaban más allá del puesto 12 mil y varias otras ni figuran en las tablas. Como buena nueva se ha sabido que en la proyección para el 2022 de QS, la universidad boliviana mejor situada es la UCB, en el puesto 1.255 sobre 1.300 clasificadas. Sería la primera vez que una universidad privada encabeza la rezagada lista boliviana con sabor a crónico aplazo.

¿Investigación e innovación?

Normalmente, se entiende que las universidades son la fuente de soluciones para problemas sociales, técnicos, económicos. Son la cuna de los grandes inventos de la tecnología y de los grandes proyectos de transformación humana en todo sentido. De ahí, incluso su nombre universalizado. ¿Cuánto aportan las universidades bolivianas a la ciencia y la sociedad, al país y al planeta?

Otra vez las tablas de evaluación mundial fruncen el ceño ante las calificaciones bolivianas. “La innovación que sencillamente implica introducir algo nuevo para procesos o rutinas es muy escasa en Bolivia —dice, tablas en mano, el investigador Justo Zapata—. Puede haber innovación social, tecnológica, económica a escala piloto. Cuando ya se aplica en grande se traduce en desarrollo. Se halla en el proceso que empieza en la enseñanza; continúa en la investigación para descubrir cosas nuevas y en la innovación se introduce esas cosas nuevas en los procesos o rutinas. Las universidades bolivianas están haciendo muy poco en ese sentido”.

En efecto, el índice global de innovación que realiza la Organización Mundial para la Propiedad Intelectual (WIPO, por su sigla en inglés) resulta elocuente. Entre 133 países evaluados, en 2019, Bolivia ocupaba el puesto 111, detrás de Namibia, Burkina Faso y Nigeria, y por delante de Kyrgyzstán, Malawi y Camerún. A nivel Latinoamérica se ubicaba entre los últimos tres países.

En la misma área, Chile con una economía 10 veces mayor y una población 50 por ciento más numerosa que Bolivia marcaba otra diferencia aún más grande: en 2016, según datos del Banco Mundial, registró casi 11 veces más patentes que Bolivia: 3.105 frente a 294. Valga apuntar que entre 2012 y 2016, las universidades bolivianas recibieron los mayores ingresos económicos de su historia. Al parecer no se invirtieron precisamente ni en investigación ni en innovación.

Según la misma fuente, por aquellos años (2005-2016), las universidades bolivianas generaron, en promedio, 200 proyectos de producción académica. La cifra refleja prácticamente una constante que va de 170, en 2005 a 200 en 2015, con relativos altibajos.  Mientras tanto, países como Ecuador y Uruguay subieron de 300 y 600 (en 2005) a 1.400 y 1.300 (en 2015), respectivamente, en esa década. Algo similar sucede en cuanto a publicaciones académicas. Bolivia, entre 2005 y 2015, mantuvo una producción inferior a las 200 publicaciones. Mientras que Colombia, por ejemplo, subió de 900 a 7.500; Chile, de 2.100 a 10.900 y Ecuador, de 200 a 1.300. Otro aplazo.

Una emergencia     

“Es un bajón estrepitoso —señala Zapata, que es docente emérito universitario y tiene un doctorado PHD en EEUU—. Si no reaccionamos todos, independientemente de partidos políticos u otras diferencias, esto será terrible. Debe forjarse una política de Estado, algo donde moros y cristianos estemos de acuerdo, sin discusión. Es una absoluta emergencia. Consideremos que, de la mayoría de los departamentos bolivianos, sus universidades no figuran en el mapa educativo mundial. Pasa lo mismo con la gran mayoría de las universidades privadas. Antes andábamos mal, pero en estos tiempos hemos retrocedido y en todos los niveles”.

Probablemente, la autoevaluación de los bolivianos pueda medirse en relación a cuánto se ha cumplido el artículo 77 de la Constitución Política del Estado. Ese que reza: “La educación constituye una función suprema y primera responsabilidad financiera del Estado, que tiene la obligación indeclinable de sostenerla, garantizarla y gestionarla. II. El Estado y la sociedad tienen tuición plena sobre el sistema educativo”.

Torrez lanza una conclusión parecida: “Hay quienes andan preocupados por la situación económica, por la crisis política, por la conflictividad social, etc. Hay llamados a cumbres, a encuentros, procesos judiciales polémicos, anuncios de movilizaciones por uno y otro de esos motivos. Pero para la crisis educativa que estamos viviendo no hay ni una mención accidental. ¿En serio autoridades, docentes, empresarios educativos y el resto pensamos salir de estas crisis con bachilleres que no saben leer y universidades que regalan cartones?”.