Éxtasis israelí, apocalipsis palestino

La visita del vicepresidente de EE UU consolida la posición de fuerza de Netanyahu, mientras Abbas queda aislado tras su ruptura con Washington

El vicepresidente de EE UU, MIke Pence, reza en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén.
El vicepresidente de EE UU, MIke Pence, reza en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Lior Mizrahi Getty Images

Con la kipá negra de los ultrarreligiosos calada sobre la cabeza, Mike Pence acudió este martes a orar al Muro de las Lamentaciones. El primer vicepresidente de Estados Unidos en intervenir ante los diputados de la Knesset —donde fue aclamado el lunes como si fuera un profeta— ha regalado los oídos de sus anfitriones al reiterar su satisfacción por poder visitar “Jerusalén, la capital de Israel”. Pence es un cristiano evangélico que cree que el retorno del pueblo judío a la tierra prometida debe preceder al regreso de Jesucristo en el juicio final.

Sus palabras ante el Parlamento resonaron como un sermón elogioso con el Estado hebreo, reconocieron en medio del éxtasis las autoridades israelíes. Los únicos palestinos presentes —los diputados árabes de la Lista Conjunta— acabaron siendo expulsados de la Cámara cuando protagonizaban una protesta contra su discurso, tachado de “regalo al extremismo” por la Organización para la Liberación de Palestina. La huelga general convocada contra la visita de Pence tuvo amplio seguimiento en las grandes ciudades de Cisjordania, aunque su incidencia fue menor en Jerusalén Este.



Entre alabanzas, Pence también transmitió el mensaje tradicional del Departamento de Estado sobre la preservación del statu quo en los santos lugares de Jerusalén y dejó abierta la cuestión de las fronteras definitivas en la Ciudad Santa, que deberán ser negociadas. Pero el núcleo de la doctrina de la Administración de Donald Trump para la paz en Oriente Próximo —resumida en la apostilla “si ambas partes así lo acuerdan”— deja en manos de quien ostenta la posición más fuerte un derecho de veto al proceso de diálogo.

El alineamiento en el último año de los Gobiernos más conservadores y nacionalistas de los que se tiene noticia reciente tanto en EE UU como en Israel ha reforzado la posición de Benjamín Netanyahu. El primer ministro del Likud se mantuvo a la defensiva ante la presión ejercida bajo la presidencia de Barack Obama para que reactivara las negociaciones con los palestinos, suspendidas desde abril de 2014.

El anuncio expresado por Pence en la Knesset de que Washington adelantaba el traslado de la Embajada de EE UU desde Tel Aviv a Jerusalén a 2019, cuando está prevista la celebración de comicios legislativos en Israel, ha sido interpretado como un espaldarazo a las expectativas de reelección de Netanyahu.

La visita del vicepresidente de EE UU a Tierra Santa, en la etapa final de una gira por Oriente Próximo, ha sido abiertamente boicoteada por los palestinos. El Gobierno del presidente Mahmud Abbas, al que Pence invitó desde la tribuna del Parlamento a volver a sentarse en la mesa de negociaciones, ha quedado prácticamente arrinconado por la ofensiva diplomática de la Administración de Trump.

Las buenas palabras que recibió el lunes el veterano de los jefes de la diplomacia de la Unión Europea, con Federica Mogherini a la cabeza, apenas esconden la cruda realidad de su aislamiento. Washington sigue siendo el mediador necesario para la paz: la única potencia capaz de doblar el brazo a los líderes israelíes para que acepten un compromiso.

Netanyahu ha dejado hace tiempo de tomar en consideración la solución de los dos Estados y solo se plantea ya la gestión de un statu quo que tiende a la anexión de facto de Cisjordania. Trata de encontrar la fórmula, amparada en la creación de un mini-Estado o cuasi Estado, para mantener a 2,5 millones de palestinos en un bantustán sin continuidad territorial entre el valle del Jordán y cerca de dos centenares de asentamientos.

La dirección palestina rechazó la vía negociadora planteada por Trump cuando trascendieron los primeros borradores de su hoja de ruta. La prensa árabe ha aireado algunas propuestas, como la que ubica la capital del nuevo Estado en la periferia de Jerusalén, aunque en la parte separada del resto de la ciudad por el muro construido por Israel tras la Segunda Intifada. Estos planes no han sido confirmados por la Casa Blanca, que insiste en que no desvelará su contenido hasta que se restablezcan las relaciones directas con los dirigentes palestinos.

Debilitado por la impopularidad y la fractura política con la franja de Gaza, el presidente Abbas, de 82 años, se niega a considerar una oferta de negociación que amenaza con arruinar su legado de construcción de las instituciones. El reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y la congelación parcial de la ayuda norteamericana destinada a los refugiados han sido hasta ahora las señales de un eventual apocalipsis palestino enviadas por Trump.

Fuente: elpais.com