Bolivia vive un momento especial y a la vez complejo. Esto se da entre un momento de transición y uno de regresión. Son dos fuerzas históricas que se contraponen y, a veces, se acoplan tímidamente. La primera es un movimiento de la sociedad y de la historia, pero, tal como han ido ocurriendo las cosas, es: a) el gran momento de rupturas históricas dentro de la hegemonía, b) aunque puede haber posibles expansiones, es difícil, y c) la búsqueda de algo mejor que lo logrado, pero tal vez fuera de tiempo. La segunda es un movimiento de regresión hacia un “pasado” reciente que tiene sus paradojas, pues su discurso es un post o algo aún más radical, aunque no está claro cuál es ese proyecto. Es una especie de regreso a un período anterior al presente: el neoliberalismo ortodoxo.



Nos interesa aquí observar el momento actual como un movimiento de espacio-tiempo, dado en la crisis de los caudillos y de la hegemonía que los ha respaldado. En este escenario, podemos observar la existencia de caudillos oprimidos por el deseo de poder. Este es un tema que no suele aparecer en los análisis de coyuntura ni de estructura. En varios estudios, la palabra «caudillo» ha sido utilizada con connotaciones peyorativas, y aquí la empleamos con un evidente sentido crítico y una connotación psicosociológica.

Hegemonías agotadas

Este fenómeno, hoy, se nos presenta como un fenómeno antiguo de la política boliviana y latinoamericana, que podría tener nuevas interpretaciones. ¿Qué ocurre entre hegemonías agotadas y caudillos? Se observa una relación íntima entre el deseo mundano de ser el Único y, al mismo tiempo, el Todo. El efecto de la hegemonía, si esto es cierto, es paradójico, incluso cruel. La idea de lo absoluto es, sin duda, un asunto no medible, sino vivible. Hobbes nos enseñó que el hombre es un ser pasional; ahí reside su virtud y su desgracia. Esa pasión por el poder parece ahora ser tanto del europeo, del indígena como del africano.

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El detalle está en el miedo al poder, o mejor dicho, el miedo a perderlo, que se ha vuelto universal, ya que en varios lugares del mundo hay hombres temerosos de perder el poder. ¿Cómo se expresan sus pasiones? Son, pues, el miedo a perder el poder y el miedo a la muerte política. Sin duda, la pasión del hombre político ha sido siempre la del poder, aunque esa misma pasión lo haya enfermado de tal modo que su enfermedad sea irreversible, tanto para su grupo como para él mismo. Eso es lo que ocurre hoy en Bolivia.

Caudillismos

Llegado a ese punto, no hay diferencia entre caudillos de extrema derecha y de la izquierda radical, porque ambos viven esa opresión de algo que les gusta, y mucho. Su efecto es irremediablemente expansivo y tautológico en sus discursos, puesto que el poder es algo que los enloquece, como si fuera el último aliento de su destino. En la ciencia sociológica y política sabemos que el poder es una realidad dada en la posibilidad de imponer sentidos, gustos y actos que afectan al resto de los hombres y mujeres, e incluso al propio poderoso o caudillo. De igual modo, sabemos que existen estudiosos del tema: los académicos o filósofos de la política, con una pasión casi similar.

Por eso, es importante entender las implicancias sociales y el sentido del poder aquí mencionado. Nos urge comprender cómo hay seres pasionales oprimidos por el poder. Aquello que antes controlaban como relaciones, ahora es el miedo lo que los controla. La historia se ha invertido. El disfrute de plegarias, sombras encubiertas y pleitesías, aunque sean infames, los mantiene vivos y lo sienten como el aire mismo de su miedo. Sin él, no pueden respirar, y entonces no encuentran la vida.

Poder

La opresión del caudillo por el poder y su deseo es un asunto histórico y psicológico, dado que está dentro del conjunto de relaciones sociales e institucionales. De otro modo, no sería posible hablar de caudillo o caudillos. Así, esto resulta siendo patético e incluso cruel, porque el simple hecho de disfrutar o de que les guste ser el centro de la visibilidad íntima del grupo les tiene los tiempos cortados en dos o tres, y su vida no transcurre como la del resto de sus contemporáneos. Piensan noche y día en cómo volver a ser lo que un día fueron y ya no son, o ya no podrán ser. Eso los inquieta sobremanera. Incluso, esto los puede empujar al suicidio político, aunque sepan lo que están haciendo.

Para el observador externo, esto suena como el fin apocalíptico bíblico de un día. La voluntad de poder ya no es como al principio de esa misma voluntad; les parece, a pesar de todo, como el reinicio del principio de esa voluntad. Tal es la pasión. Y esa pasión tiene, al mismo tiempo, un destino seguro, porque habrá alguien de su mismo círculo que lleve la espada oculta de Hobbes, ya que no es un asunto solo de él, sino también de quienes, junto con él, lo desean; lo desean íntimamente. Entonces, se vuelve peligroso tanto para él como para la sociedad, porque allí no existe un proyecto democrático, sino una tiranía y la crueldad del deseo íntimo.

Opresión

Así, este poder opresivo ahora se enfrenta al caudillo, y entonces aparece como inhumano, trágico, melodramático, y también sufriente para el entorno y para él mismo. La policía de su intimidad es el deseo de un caudillo deseoso solo de sí mismo, y no del conjunto de la sociedad ni de los suyos. El deseo de volver a tener lo que ya no tiene es, sin duda, devastador. Ahí está el terror y el peligro. Porque esto lo enferma, lo aúlla a su ser, le provoca ira, y entonces está dispuesto a hacer Todo como si fuera Nada. ¿Ha perdido la realidad? Posiblemente.

Las historias de los antiguos presidentes bolivianos han sido así, porque han vivido la opresión del poder, y hoy ese fenómeno se reactualiza. Ese vivir de un modo absolutamente oprimido por ese deseo íntimo, estos días y años ha vuelto a Bolivia, a Nicaragua, a Venezuela, a Argentina o a Estados Unidos. En esos casos, ya no importa la vida de la sociedad, sino la de los séquitos y el Yo. Un Yo que se siente absoluto y, a la vez, como la Nada. Dado que aquello que fue su voluntad, ahora ya no lo es. Eso es irritante, perturbador y cruel.

Deseo y consecuencias

Tales deseos luego se vuelven subliminales, lo que también puede hacer que pierdan el mismo Yo. Por eso se puede decir que ese hecho lo mueve todo: lo posible y lo imposible, lo que está entre el ser y la nada. Una dicotomía imposible de conjugar con la realidad histórica de la política y del mismo sentido del poder. Así, la opresión del poder también afecta al grupo que, en términos formales, es militancia, compromiso con el Jefe o la banda de sigilosos deseadores de las noches más embebidas del deseo imposible. Así, pues, ahora el poder se contrapone al Caudillo o su séquito. Se pierde todo norte, porque casi todos los días salen a insultar, gritar y amenazar a casi todos, para luego revelarnos asuntos muy oscuros que tienen consecuencias fatales para el final de ese ciclo.

Es hermoso tener el poder, pero ahora, como relación social, es el mundo de los miedos, de la irrealidad del espacio-tiempo y también del fondo oscuro de la historia. Esto es así porque la historia del poder que tuvieron los mortifica como recuerdo de algo que hoy se escabulle de sus manos, ya vacías como el mismo palacio perdido. Ya es un lugar imposible y, a la vez, peligroso, pero para ellos, o él, sigue siendo la luz de su ser. En resumen, la historia es cruel: la hegemonía te deja en la más absoluta soledad de la historia si crees que eres el Único.