El pasado que nos persigue

 

Fuente: Ideastextuales.com



La decisión de la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum de no invitar al rey de España a su toma de posesión, ha revivido un viejo fantasma: la conquista de América. Ha pasado poco más de la mitad de un milenio, y aún no se logran superar los encontrones que genera. Estamos atrapados en las tensiones diplomáticas y las identidades que aún se forjan en torno a él.

Excluyendo al monarca español, se ha abierto una profunda brecha en un momento que pudo haber sido de diálogo y reflexión conjunta. La petición del gobierno mexicano para que España se disculpe por las atrocidades cometidas durante la Conquista puede ser vista como un reclamo legítimo, un intento de reivindicar la dignidad de los pueblos originarios. Sin embargo, también se revela como un acto cargado de intenciones políticas, que nos invita a repensar cómo utilizamos el pasado para abordar el presente.

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El historiador mexicano Enrique Ortiz, en un reportaje de El País de España,  lo explica de manera concisa: “Una cosa es hacer historia y otra es usar la historia para hacer política. La historia no es maniquea; no es algo de buenos y malos”. Cuanto más estudiamos un periodo histórico, más difícil se vuelve emitir juicios simplistas. La Conquista fue un proceso doloroso y violento, pero también un evento que dio origen al mestizaje y a la identidad mexicana que hoy existe. La historia nos ha legado un mosaico complejo, en el que luces y sombras se entrelazan, y donde ninguna interpretación unilateral hará justicia a la magnitud de lo sucedido.

La decisión de excluir al rey Felipe VI expone, además, las tensiones internas de la identidad mexicana. Al reivindicar las raíces indígenas, el gobierno de Sheinbaum parece rechazar la herencia hispánica como una sombra colonial. Sin embargo, esta postura ignora una realidad ineludible: México es una nación mestiza, construida sobre el doloroso encuentro de dos mundos.

Reconocer esta mezcla no es un ejercicio de sumisión al legado español, sino asumir una realidad. El mestizaje, aunque nacido de un proceso violento, es el núcleo de la identidad mexicana actual. Negar esta dualidad en favor de una narrativa maniquea no solo es políticamente conveniente, sino también históricamente incompleto.

La no invitación del rey representa una oportunidad perdida para replantear las relaciones hispanoamericanas desde una perspectiva de entendimiento mutuo. Las palabras de Claudia Sheinbaum resuenan en la distancia: “México y España comparten una sólida relación de amistad”, aunque con la aclaración de que dicha relación “se beneficiaría con una perspectiva renovada”. La historia común debería funcionar como un puente, no como una barrera que nos impida vernos más allá de los roles de conquistadores y conquistados.

Ortiz hace un llamado a la reconciliación con una objetividad necesaria en estos tiempos: “La historia está ahí para aprender de ella, no para pelearnos con fantasmas de hace 500 años”. La figura del rey de España simboliza una tradición cultural y un pueblo que también forma parte de ese legado compartido. La exclusión del monarca es un gesto que, más que reivindicación, parece cerrar una puerta al diálogo y al entendimiento.

La reconciliación, si es que ha de darse, no puede imponerse mediante gestos unilaterales o exigencias de disculpas que se convierten en armas políticas. México debe proteger y valorar su herencia indígena, pero también aceptar que su cultura es producto de la síntesis con lo español. Por su parte, España debe comprender que su pasado colonial sigue siendo un tema sensible para América Latina, afectando la vida y la percepción de millones de personas.

Como sociedad, tenemos la oportunidad de ver la historia no como un campo de batalla sino como un puente que nos ayude a construir un relato compartido. Solo así podremos caminar juntos hacia un futuro que trascienda los fantasmas de un pasado que, a pesar de todo, se niega a desaparecer.

Autor/a: Ideas Textuales

Fuente: Ideastextuales.com