Daniel A. Pasquier Rivero*

El Oriente, aunque incorporado al proyecto de manera muy cuestionable, había corrido y seguiría corriendo una historia paralela, alejada de la dinámica del poder definido en Charcas, que se convirtió simplemente en el aparato coercitivo y de poder de la oligarquía andina, que nació minera y feudal, y así se mantendría prácticamente sin modificaciones importantes hasta la Revolución Nacional de 1952. Los pueblos orientales, en parte por la distancia, en parte por su natural aislamiento a la práctica económica resultante de la actividad extractiva minera, fueron conformando una comunidad muy distinta en cuanto a costumbres, prácticas y creencias, hasta dar lugar a pueblos pacíficos, trabajadores del campo en ganadería y agricultura, lo que convierte al hombre de la llanura y tierras bajas particularmente amante de sus tierras, abierto al mestizaje tanto con el indígena, como con el migrante andino o extranjero, por la escasez de población y por esa psicología popular sin complejos frente a otras razas. Esto vino a constituir una de las características esenciales del poblador oriental, su hospitalidad, que en años posteriores se reconocería como lema y sello de lo oriental. Y aunque no todo son flores en el paraíso, en estas tierras y en estas relaciones la característica se ha mantenido y hasta reforzado, a pesar del crecimiento asombroso y en parte desmesurado de la población del oriente.
La Revolución del 52 impulsada por el MNR no hace mas que recoger la frustración de la generación de la Guerra del Chaco, que vino a ser testigo del fracaso del proyecto Nación Boliviana. La solución a los puntos más críticos de la situación social creada en esa república mal diseñada para una comunidad compleja en lo étnico y cultural, y rematada por una geografía que ahonda las diferencias más que facilita la integración fue la incorporación a la ciudadanía de todos los habitantes, el derecho universal al voto, irrestricto, sin discriminación económica, extracción social o pertenencia a género, medida fundamental de carácter jurídico y político. Pero después de doce años la revolución se trunca y si bien Bolivia ya no fue como antes, los tradicionales grupos de poder volvieron a regir gran parte de los destinos del país. Se rompió el intento de mayor integración del campo con la ciudad, de la población criollo-mestiza con la indígena campesina y minera, de las oligarquías ligadas a capitales e intereses extranjeros con la incipiente nueva burguesía nacional, y fuerzas conservadores asumieron posiciones definitivamente reaccionarias.
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Pero la serpiente engendrada por la exclusión y el resentimiento sólo dormía y encontró en el movimiento cocalero inicial, campesino indígena en lo posterior, lo necesario para encausar reclamos, esta vez, ancestrales, de los “movimientos sociales”. Pero la reacción es tan fuerte que convierte el movimiento en el MAS, de la mano de destacados ideólogos marxistas además de indigenistas, que viene a ser la otra versión del fracasado proyecto social político de nación boliviana; las mismas taras, la excluyente, teocrática y comunitaria nación indígena aymara quechua, vuelta al Imperio Incaico, derrotado por los colonizadores, la revancha del Tahuantinsuyo, en esta parte de América, el Qulla Suyu (quechua) o el País Colla.
Nada más paradójico, de nuevo el intento de imponer con el anacrónico concepto de raza a una comunidad compleja, formada en cinco siglos de simbiosis biológica y cultural, más que por dinámica de políticas de Estado, que dio lugar a dos grandes espacios territoriales, poblacionales, económicos y sociales dispares: el occidente, con las características anotadas, incapaz de transformar la sociedad indígena quechua aymara y, la otra, en el oriente, sociedad quizás desde su inicio, de integración de pueblos de distintas culturas bajo un horizonte de progreso económico y cultural con el resto del mundo, sin soberbias y sin complejos. Hoy los líderes del MAS declaran su afiliación al proyecto Qullasuyu y su rechazo al proyecto Bolivia, la nueva CPE respalda el impulso imperial de la revancha indígena en territorios no ancestrales, y su renovada vocación de dominio marcha con signos y símbolos de conquistador militar, política y culturalmente. Si el proyecto de 1825 fracasó el del 2006 no es viable. Santa Cruz propone el proyecto nacional de República de Bolivia Autonómica, que reconoce y respeta las diferencias, y toca a los líderes de ambos lados enfrentar el desafío, la oportunidad y la responsabilidad histórica de encontrar, plantear y articular la solución jurídica y política a este proyecto que se llama Bolivia.
*CEO del ICEES, Santa Cruz (Bolivia)
**Qullasuyu, Achacachi, en www.lostiempos.com/20070125
Publicado en www.el-nuevodia.com/20090326