Y… ¿qué importa?

cayetano-5 Entre paréntesis…. Cayetano Llobet T.

Uno de los problemas que conllevan las victorias contundentes es que conducen al ejercicio cotidiano del cinismo. Ningún oficialista, independientemente de su posición y rango, necesita disimular su absoluto desprecio por la forma y por el fondo. Las declaraciones gubernamentales vienen acompañadas, inequívocamente, de un tonito burlón expresivo de la convicción íntima de  “hacemos lo que nos da la gana, ¿y qué?”.

Y lo peor  -si todos nos instalamos en el cinismo-, es que tienen razón. El gobierno ha logrado hacer creer que ejerce su legitimidad del modo más democrático, mientras atropella, sonriente, el conjunto de la institucionalidad democrática. El Senado puede reunirse, aunque tenga anunciada la fecha y circunstancias del próximo cerco. Y el importante senador oficialista, con pretensiones de ingenio, puede decir, tranquilamente, “el cerco está cerca”.



Y el Ministro, importante también, sin ser juez ni fiscal, puede condenar sin juicio y decir quién debe estar en la cárcel. Y conste que, en este caso por lo menos, su afirmación no es producto de la ignorancia. El Presidente puede agredir a un periodista  -y no hablo de las palizas callejeras sino de un acto en el propio Palacio de Gobierno-, y quien termina juzgado no es el agresor, ¡sino el periódico!

Durante tres años nos han llenado las orejas con el discurso del nuevo YPFB, piedra angular en la construcción del nuevo país, digno, autoabastecido, independiente, exportador eficaz y distribuidor de riqueza. Fue suficiente un muerto para destapar la cloaca y su podredumbre. Rateros, falsificadores, comisionistas, mentirosos, putas y puteros, asesinos y traficantes, millones invertidos en los bolsillos de quién sabe cuántos que todavía no sabemos y, todo –según versión presidencial-, organizado por un pinche agente de la CIA infiltrado en YPFB…  ¿y qué importa?

Y claro, cuando se les ocurre llamar a un tipo honrado  -Carlos Villegas me merece respeto-, resulta que tiene que avisarle al país que hay que reorganizar todo, que los tres años de discursos fueron una farsa, que no tenemos la menor capacidad nacional para organizar una empresa mínimamente decente, y que tenemos que acudir a noruegos, holandeses y canadienses para que nos digan cómo funciona una empresa.

Y es que la verdad es que no importa YPFB, salvo como prebenda. No importa la coherencia, no importan ni los discursos ni los principios. Y como no hay proyecto, tampoco importa el proyecto. Lo único importante, lo único real, es la ecuación elemental: estoy en el poder, permaneceré en el poder y, afortunadamente, no hay quien me saque del poder. He logrado una oposición fingida y buena como producto de exportación, voy a tener suficientes contendores para legitimar una elección presidencial que nadie me va a quitar, voy a ganar todas las consultas necesarias, voy a utilizar todos los mecanismos para tener, siempre, más votos que los otros; he generado los mecanismos de miedo suficientes para que  el que quiera oponerse en serio, lo piense dos veces, he liquidado cualquier posibilidad de reclamo constitucional o judicial, he creado las condiciones para violar mi propia Constitución sin que exista la más mínima posibilidad de que alguien me diga que la estoy violando, he creado, en síntesis, las condiciones para el ejercicio de la nueva forma de dictadura: la dictadura plebiscitaria.

El demócrata, el atropellado, el disidente, puede quejarse… ¿a quién le importa?