Justicia y narcotráfico

Corroboran ese interés delincuencial las cantidades industriales de pasta base y clorhidrato de cocaína incautadas, amén de grandes factorías como la descubierta y desmantelada recientemente…

image Editorial La Prensa

Ya podemos empezar a curarnos del espanto cuando es posible deducir al menos hasta dónde son capaces de llegar los largos y poderosos tentáculos del narcotráfico para obtener lo que se propone, lo que necesita. Para hacer sentir el peso de sus influencias en la compra de voluntades, de conciencias o de silencios. Con un buen fajo de dólares. Con una amenaza. O con un balazo en la cabeza. Ésos son algunos de los “métodos” que se emplean en tan sórdido ámbito para la consecución de los más ruines propósitos. De a buenas. O de a malas. Así nomás es.



Viene a cuento lo anterior por la más que evidente constatación de que el narcotráfico ya tiene bien sentados sus reales en el país, con una presencia equiparable o mucho mayor que la registrada en la década de los 80 del siglo pasado. Fue cuando Bolivia se convirtió en una suerte de paraíso para los grandes narcotraficantes de la época. Ahora el rentable negocio parece haberse “democratizado” porque ocupa a un número cada vez mayor de “productores y comercializadores” de todos los tamaños y cuya presencia delata, entre otras señales, la tenencia de bienes suntuosos entre costosos palacetes y vehículos último modelo.

Y aunque el Gobierno lo ha descartado, hasta ya se habla de la presencia de poderosos carteles internacionales de narcotraficantes en Bolivia, como los de México y Colombia. Hace un par de años, expertos mexicanos en materia de seguridad dijeron aquí en un encuentro con periodistas del medio que nuestro país constituía “terreno fértil” para el avance del crimen organizado que se desplaza sigilosamente hacia los puntos que identifica como centros de producción o mercados de la droga. Corroboran ese interés delincuencial las cantidades industriales de pasta base y clorhidrato de cocaína incautados, amén de grandes factorías como la descubierta y desmantelada recientemente en el departamento de Santa Cruz.

No está en tela de juicio la eficacia de las fuerzas antidrogas bolivianas en su tarea, pero de que estamos con el narcotráfico en uno de sus mayores apogeos, ni duda cabe. Y en tan deleznable terreno, si se trata de esperar o reclamar conductas rectas, firmes e insobornables de otras instancias intervinientes como aquellas que tienen que ver con la administración y aplicación de la justicia, cuando menos deja el beneficio de la duda la actuación de fiscales y jueces que para mayor escarnio público vienen repartiéndose culpas por la liberación de cinco supuestos grandes narcotraficantes colombianos, a los que se pudo haber aplicado “benevolentes” fallos.

¿Los largos tentáculos del narcotráfico burlando la ley? ¿Atrapando con sus “métodos” también a la justicia y a sus administradores? Que en el caso ya escandalosamente aireado y en cuantos pudieran presentarse más adelante los hechos demuestren fehacientemente lo contrario, aunque sea para no quedarnos con la espina de la duda.