¿Qué cambió en la “Bolivia cambia”?

SUSANASusana Seleme Antelo

En estos siete años, desde aquel fatídico octubre 2003, hasta este sombrío octubre 2010, me sobran los motivos, no para renegar del amor como canta Sabina, sino para afirmar que Bolivia cambió poco. Pocas cosas han cambiado, salvo la visibilización de los pueblos indígenas, que no es lo mismo que su empoderamiento, y que las autonomías, a pesar de los hombres del gobierno, y estando aún centralizadas, son legales y legítimas, pues la Constitución las contiene.

¿Qué contradicciones se han resuelto estos siete años? La ingobernabilidad le afecta al gobierno que se decía de cambio, como si las cosas no hubiesen cambiado. Los conflictos, las marchas, los bloqueos, las huelgas, el desempleo, la pobreza; la delincuencia, el contrabando y el narcotráfico vinculados cada vez a mayor y más violencia siguen siendo pan de cada día. La incertidumbre invade a quienes esperan una proba y justa administración de justicia, y más bien reciben ‘guillotinas judiciales’ inventadas contra adversarios políticos, mientras la siembra del temor es un arma represiva y de autocensura. Los bonos Dignidad, Juancito Pinto y Juana Azurduy, son un paliativo a la pobreza, pero fomentan la cultura rentista, mientras la inversión y el trabajo productivos, parecen especies en extinción.



En la “Bolivia cambia” la democracia ha sido estafada por quienes se ampararon en ella –conquistada con aflicción y muertes– como medio de llegar al poder, para luego envilecerla y reproducirse en el poder, por el momento hasta el 2020, después, quién sabe… La democracia estuvo antes sospechada, es cierto, porque faltaban más democracia política, más inclusión, más democracia social y más democracia económica. Pero la estafaron groseramente quienes se sublevaron para derrocar a un gobierno democrático y constitucionalmente electo en 2002 –lo de neoliberal no le quita esos atributos– como por los ‘funcionales’ a esa subversión. De los muertos en 2003, nos condolimos todos, pero a título del principio de la no violencia, esos funcionales no esgrimieron ética alguna a la hora de exonerar de culpas a los líderes y dirigentes de esa sublevación popular, hoy mal aprendices de demócratas en el ejercicio del poder.

También fue estafa impedir la sucesión constitucional para adelantar elecciones, condenar al viejo sistema político, sospechoso de muchos errores y así abrir un nuevo ciclo: el de Evo Morales, Álvaro García Linera y el MAS. ¿Cambió Bolivia con las nacionalizaciones, la industrialización, o el “vivir bien” que nunca llegaron? Utopías, desvaríos, delirios demagógicos para engañar al país. Siete años después, queda claro que también sido una estafa, negar la decencia en política, es decir, jugar con las reglas del juego político, respeto a la pluralidad política, sin patadas ni zancadillas ni trampas, lo cual no quiere decir sin polémica, sin conflicto y sin antagonismo de toda lucha política.

Trampa fue haber desconocido el principio de los 2/3 para aprobar una Constitución Política del Estado, que costó tres muertos en la Calancha, en Sucre. Trampa fue la maniobra para la reelección, como trampa son los artículos 16 y 23 de la ley contra el racismo y toda forma de discriminación. Sin embargo, la ley completa apunta a imponer el pensamiento único, el monopolio de la información y a menoscabar la acción comunicativa de la sociedad, ya conculcada con la ley electoral. ¡Esas sí son formas de discriminación! Pocos cambios y muchas trampas en nombre de una falaz democracia, ajustada a los fines del poder total.