La moda en tiempos del “cambio”

manfredo-kempff-2Manfredo Kempff Suárez

Desde aquel día revolucionario cuando en La Paz los masistas callejeros, enajenados por su poder, la emprendieron a tijeretazos contra las corbatas de los pobres empleados públicos y contra pacíficos transeúntes que caminaban por El Prado, se produjo un cambio del vestir en nuestro país. No cambió la mentalidad de los bolivianos, no nos hicimos más revolucionarios, tampoco aprendimos nada útil, nos hicimos más mala trazas.

Las revoluciones siempre desean dejar una impronta de su paso por la Historia. Con mayor razón cuando se trata de revoluciones sin otro contenido dialéctico que la repetición de eslóganes caducos y sin originalidad. Así pues, en La Paz, desesperados por mostrar su repudio a la burguesía, algunos exaltados decidieron cortar las corbatas de desprevenidos ciudadanos y a falta de tijeras (no todos llevan tijeras en sus bolsillos) decidieron arrancárselas a viva fuerza o de ahorcarlos en su desesperado propósito. Resultado: dejó de ser insustituible usar corbata en La Paz.



Durante la Revolución francesa impusieron la moda los llamados “sans-culottes” (sin calzones) que reemplazaron las calzas ajustadas hasta media pantorrilla de la burguesía y la nobleza, por toscos pantalones largos. Eran los descontentos del Tercer Estado que habían encontrado una forma de protesta e irrespeto a través del vestir. Como vemos en nuestra Asamblea Legislativa Plurinacional, donde asombra la atrocidad en los ropajes, así los “sans-culottes” se presentaban con sus desfachatados pantalones largos en la Asamblea Nacional. Tenían que diferenciarse de los que estaban a punto de sentir en la nuca el frío del acero degollador.

A lo largo de la Historia los movimientos sociales revolucionarios han mostrado distintas facetas en su atuendo, como los cuellos cerrados y gorritas tipo Mao, en ese hormiguero de millones de ojitos oblicuos uniformados del mismo color. O los uniformes verde-olivo y las boinas de la revolución cubana, de los barbados fumadores de Sierra Maestra, a quienes acabaron imitándolos hasta los que ni habían disparado un tiro. Ni qué decir de los más próximos “descamisados” de Perón, los “grasas”, que encarnaban como en el actual caso boliviano, un verdadero oprobio contra las buenas costumbres. O los farsantes zurdos franceses del 68 – tipo Regis Debray – que no aflojaban la chaqueta de “panne” – pana como decimos nosotros – y que el zurderío boliviano también adoptó. Además, los señoritos europeos rojillos usaban el cabello largo, algo descuidado, provocador, aunque no como las crines chúcaras e indómitas que vemos por estos lares, donde lo intencionalmente desaliñado en Montmartre se ve como lomo de oso hormiguero en la Plaza Murillo.

¿Y qué de las mujeres? Las francesas, comerciantes o artesanas, usaron el vestido largo, zuecos, y el gorrito de tela, en épocas de la Revolución. En China no había nada qué hacer para las chinitas si no vestir como los chinos. Se diferenciaban hombres de mujeres sólo por el tono de voz y a veces por la estatura. De las cubanas, tan bellas, sólo sabemos que llevan unos pantaloncillos cortísimos que provocan aullidos y que con eso ahorran en género, cierres y botones, escasos en la Isla. Las argentinas usaron el moño tipo Evita e imitaron sus gestos. No recordamos cómo lucían las intelectuales francesas del 68, pero, seguro, fumadoras de Gauloises, lectoras de la Beauvoir, y aplicadas en arrebatarles el saco de pana a sus compañeros de lucha para satisfacerlos en el lecho. En Bolivia las mujeres han sido siempre más conservadoras y las cholitas siguen igual, masistas o no. Ni han subido el doblez de sus polleras ni tampoco han bajado en un centímetro sus escotes. Eso en occidente, porque ya sabemos que en el oriente, con revolución o sin ella, manda la poca tela en la ropa y la mucha suela en los zapatos.

S.E. que apareció durante las primeras semanas con su chompita a rayas colorinches y así se presentó ante el Rey de España, ha mejorado hace rato. Dejó la chompita y embromó a todos los lambiscones que se habían comprado otras iguales para imitarlo. Hoy viste chaquetas caras con telas de finísima alpaca, creación de Beatriz Canedo, y eso lo hace parecer un mariscal afgano. El Canciller también ha mejorado con las creaciones de Beatriz, pero creemos que hasta ahí debería llegar la cosa. Que no todos se quieran vestir como S.E. porque si no van a terminar de desprestigiar al proceso de “cambio” y a la modista. El resto que se quede nomás como le gusta: estilacho camionero, es decir, chamarra, chompa debajo, jeans, y “kits”. Así se van al Congreso y así concurren a las embajadas. ¡Vivan los descorbatados, carajo!

El único elegante es el Vicepresidente. Sacos de marca, buenas camisas, corbatas de seda, pantalones bien planchados, y calzado fino. Él sí tiene cabellera al estilo zurdo-francés. ¿Será ése el motivo para que esté por los suelos en todas las encuestas? No vemos otra razón para que lo envíen al panteón del MAS, porque él se declara jacobino rabioso, amaría aterrorizar con la guillotina, no le hace ascos a su pasado guerrillero, pero la plebe no le cree, lo huele a burgués. ¡Qué gente la nuestra! ¡Se fija en todo! ¡Ama la moda del “cambio”!