Pachamamismo y diplomacia de plazuela

Winston Estremadoiro

winstonestremadoiro160_050603-bol-131 Si me preguntasen de rasgos notorios del régimen de Evo Morales, diría que varios. Dos de ellos son el pachamamismo y la democracia de plazuela.

Tomemos el primero. Lo ponderable de un esfuerzo para que los bolivianos se reconcilien con la pollera o el tipoy de sus ancestros, en este gobierno se volvió ojeriza étnica. Como no se pueden cortar las venas y separar lo amerindio de lo europeo, africano o asiático, se enemistó a la mayoría con la mitad de su sangre, o de su cultura, mestizas ambas.



Hipócritamente endiosan a la Pachamama, política buena para protagonistas de ritos que evocan a filmes de antaño, pero mala para preservar la naturaleza. Que lo digan los parques nacionales invadidos por cocaleros, coludidos a madereros depredadores por la maldita tala y quema de monte. Dice Pablo Stefanoni, ningún neoliberal por cierto, el pachamamismo es una “neolengua” (que) “puede ampliar hasta el infinito el hiato entre el discurso y la realidad…, debilitando las energías transformadoras de la sociedad”.

La democracia de plazuela se manifiesta en el concubinato de la montonera –“los movimientos sociales” en el léxico del régimen- y el caudillismo. Endiosados los gremios en cuanto fueran obsecuentes al gobierno, se trata de recuperar sus favores con talegazos y concesiones, después de perder su veleidosa lealtad al afectar su barriga con el gasolinazo seguido del “reculazo”. La plazuela se mudó al Parlamento, donde la mayoría oficialista cumple el voto consigna como peón obediente. Evo es endiosado como el nuevo Pachacuti, sin que su gestión tenga los logros del noveno Inca, pero mucho blablá populista.

El pachamamismo y la democracia de plazuela son válidos para reflexionar sobre el nuevo fracaso de la diplomacia boliviana de los últimos años.

Fue pachamamismo nombrar un Canciller de la tierra de los Ponchos Rojos, sabio en cosmovisión andina dicen los obsecuentes, como si el sexo entre las piedras tuviese algo que ver con el Tratado de Ancón. ¿Hay relación entre la doctrina aymara del “vivir bien”, con la geopolítica de Brasil y su urgencia de llegar a mercados asiáticos por la cintura sudamericana? Dan para carcajadas en las tenidas diplomáticas.

El Presidente es experto en la arenga sindical, acompañada de ocurrencias que rebasarán a las que un cronista chapaco citara sobre Melgarejo. Destapar cañerías con el líquido negro del imperialismo –como algún aquejado de la eruptiva juvenil revolucionaria llamara a una popular bebida. ¿No relacionó el consumo de pollos con la calvicie y la preferencia sexual? Una última es “el que no levanta la mano izquierda empuñada es pro yanqui”.

Con ese rasgo de carácter, en su gobierno dio para preguntarse si el Presidente no era el Canciller. Su ocurrencia “le meto nomás y que los abogados arreglen los entuertos”, pareció haberse aplicado a las relaciones con Chile. Empezó con un golpe de timón: cambiar el enfoque multilateral en el reclamo de acceso soberano al mar, a la estrategia del arrumaco bilateral.

Como en un partido de fútbol, multitudinarios suspiros surgían viendo a los capitanes Evo y Michelle intercambiando banderines de retórica; la multitud profirió un ¡oh! cuando el número 10 del equipo fue vitoreado en el estadio de Santiago; los bolivianos casi meten un gol con la jugada de incluir el tema del mar en la “agenda de 13 puntos”: pero de casi nadie muere. Pasados los noventa minutos de la Bachelet, ni siquiera se lograron compensaciones devengadas por el agua de manantiales de Silala. El corredor con soberanía al norte de Arica sigue blindado por la Constitución de Chile que prohíbe ceder un milímetro de su territorio; cerrado con candado de Santiago y llave guardada en Lima desde 1929; vetado por la mayoría de los chilenos y en especial de los ariqueños.

El indicio de la frustración boliviana vino con el Canciller boliviano sugiriendo terciar en el diferendo marítimo de Chile y Perú en la Corte Internacional de La Haya. Cómo no, si parte de ese mar territorial tendría que ser boliviano si se concediese un corredor al norte de Arica. La reacción chilena fue una vacuna que sosegó a Choquehuanca en el estéril diálogo bilateral, en abierta confrontación con el Vicepresidente. Poco importa que fuera parte del cisma entre “culitos blancos” del segundo y “culitos cobrizos” que podría representar el primero, dentro el gobierno de Evo Morales.

Lo que es claro es que la retoma del enfoque multilateral para el retorno al mar se ha realizado en el más rancio estilo de la diplomacia de plazuela. Por un lado, el Canciller insistía en el diálogo. Por otro, el Mandatario aseguraba al diario chileno más momio no contemplar acudir a organismos internacionales para lograr la aspiración marítima, y días después aseveraba lo contrario. Aplaudía su Vicepresidente, diciendo que se tomaría el tiempo necesario para sustentar la demanda ante un tribunal internacional.

¿Adónde llegará Bolivia con llevar la reivindicación marítima a los tribunales internacionales? A poco o nada. En el mejor caso, a una declaración favorable, como aquella de la OEA en La Paz, cuando el gobierno democrático que la obtuvo se cayó con un golpe de estado. En el peor, a otra sacada del poto a la jeringa, como la resolución de la Sociedad de las Naciones en 1921, que esquivó el meollo del problema por eso del respeto a los tratados. Daría a Chile asidero para dejar las cosas como están por otro siglo de lamentos cada 23 de marzo.

El Día – Santa Cruz