El escritorio…

Entre paréntesis… Cayetano Llobet T.

Poca gente sabe que en el despacho presidencial en el Palacio de Gobierno hay un mueble que, seguramente, es el más preciado de ese viejo caserón. Salvo excepciones  -caso Paz Estenssoro, por ejemplo- ha sido frecuentemente usado por los presidentes y sienten por él un cariño especial, así sea por la frecuencia con la que recurren a usarlo.

Se trata de un enorme escritorio que ha pasado por varias épocas y es indudable que cada una de ellas ha ido dejando sus huellas en tan valioso mueble. Desde los comienzos republicanos, salvo algunas modificaciones de forma y en todo caso muy superficiales, el único cambio real que ha sufrido es el  desproporcionado aumento de cajones. A derecha e izquierda, arriba, más abajo, todos los cajones son siempre accesibles para el presidente de turno. Se abren con enorme facilidad y siempre se encuentra lo que se busca.  Son los cajones de donde se sacan todos los discursos y decretos que sean necesarios para cualquier ocasión. Se entiende por qué los presidentes aprecian tanto semejante mueble que algunos malintencionados, de evidente mala fe, consideran el mayor e infatigable productor de demagogia.



En el actual gobierno su uso ha sido incrementado de manera espectacular, aunque es cierto que se le ha incorporado una suerte de división por categorías en los discursos y disposiciones que se busca usar: la de los discursos de nivel presidencial que tienen que ser  -asesores de comunicación dixit- sencillos, repetitivos y que, sobre todo, tengan como finalidad recalcar que los grandes enemigos siguen siendo el capitalismo y el imperialismo. Desde luego, con la gran consecuencia que de ello deriva: el que no es un anticapitalista es, sencillamente, un traidor. La otra sección es de uso vicepresidencial: viene acompañado de manuales recordatorios de conceptos esenciales de materialismo histórico y dialéctico. Incluye un vocabulario con gran pretensión académica y algunos calificativos conducentes a dejar como miserables ignorantes a quienes tienen una visión diferente. En esos discursos debe incluirse, necesariamente, un cierto tonito irónico que puede llegar al sarcasmo  -todo esto acompañado de una sonrisa de profundo desprecio a los demás-, porque se trata de mostrar que en política, en economía, en análisis de coyuntura y en interpretación histórica, no hay más que un catedrático.

Y el escritorio funciona: ¿protesta la Central Obrera Boliviana?  Cajón izquierdo de la segunda fila y ahí está: el decreto 21060 es colocado en el paredón, ¡apunten!, ¡fuego!, y se terminaron en Bolivia las normas que no eran más que la consecuencia de una realidad, la del mercado, que la viven con la misma intensidad el productor de soya, el fabricante de cemento  (siempre que no lo tengan bajo proceso), el terrateniente  (aunque sea senador oficialista), o la vendedora que atiende su puesto de zanahorias, papas y habas en el mercado popular.

¿Lío con Chile y fracaso rotundo de las “negociaciones”, que en realidad eran negocio de Santiago? Cuarto cajón, derecha, bajo el rubro  “De amigos íntimos a enemigos terribles” y ahí está, fresquito, todo el expediente, todo el discurso para ser exhibido en los tribunales internacionales. En el apéndice  -igual que con el 21060-  siempre está contenida la instrucción de “la formación de una Comisión de Alto Nivel que, de acuerdo a las circunstancias, propondrá las normas correspondientes para cada uno de los temas emergentes de la presente disposición”.  Todo está previsto. Cero margen a la improvisación.

Un punto más a favor del escritorio: no piensa en la posibilidad de agotarse…