¿Están con Hubris?

Iván Arias Durán*

ivan-arias-duran Enfermedad del poder. Síntomas – Fase 1. Una persona normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Tiene un principio de duda sobre su capacidad, pero surge una legión de incondicionales que le felicitan y empieza a pensar que está ahí por méritos propios; recibe halagos de belleza e inteligencia. Fase 2. No le dicen que bien lo hace, sino que menos mal que está allí para solucionarlo y, entonces, entra en la idea megalómana, se cree infalible e insustituible; comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años, obras faraónicas. Fase 3. Empiezan a padecer el llamado desarrollo paranoide; todo el que se opone a él o a sus ideas son enemigos personales, llega a sospechar de todo el que le haga una mínima crítica y a aislarse de la sociedad.

El comportamiento de los poderosos ha sido objeto de profundos estudios psicológicos. Los griegos llamaron “Hubris” al mal padecido por los que mandan, ya sea como caciques, reyes, presidentes, jefes de estado, dirigentes o militares. En general, la patología del enfermo del poder muestra una persona muy pretenciosa y que solo busca sacar provecho de los demás. Envidia o cree que la envidian y tiene actitudes constantemente arrogantes. Los síntomas de los enfermos del poder son elocuentes y comunes a todos los pacientes: exagerada confianza en sí mismos; desprecio por los consejos, alejamiento de la realidad; burlas públicas de otras personas; complejos de persecución e invención de historias y complots para asesinarlos; se enemistan con algunos periodistas y hacen uña y mugre con otros. Se esfuerzan en hacer creer a los incrédulos que su plan de país o comunidad mira más allá de sus narices.



“El camino que siguen para contraer la enfermedad es el mismo. Por cualquier circunstancia fortuita llegan al poder con humildad y medios ahuevados porque no conocen de la misa la media, pero muchos achichincles y genuflexos se encargan de alegrarles el oído con cantos de sirenas, diciéndoles que son inteligentes; cultos; instruidos; ingeniosos; ocurrentes; campechanos; alegres; bellos y predestinados a mandar. Lo peor del caso es que luego se creen los cuentos de los aduladores de oficio”. (Roberto Ordonez, 2009)

David Owen (In Sickmess and in Power, 2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental y conduce a una conducta arrogante por eso las enfermedades mentales necesitan una redefinición para incluir el Síndrome de la Arrogancia y darles un número en el Código Internacional de Enfermedades (CIE). A algunos políticos el perfume del poder los hace arrogantes y soberbios, tanto así que ponen en riesgo la gobernabilidad de un país, “pues si bien el Litio ayuda controlar algunos desordenes maníaco depresivos, aún no contamos con un fármaco que ayude a controlar los estados de arrogancia y altanería.” El virus del poder entra en el sistema linfático del político con tal virulencia que hasta los que parecían cuerdos empiezan a mostrar comportamientos extraños. Este síndrome corroe las entrañas de la democracia debido a la arrogancia.

El diccionario define la palabra arrogancia como "Actitud de la persona orgullosa y soberbia que se cree superior a los demás". Dante lo define como el amor propio perverso que lleva al odio de los demás. Cuando una persona es arrogante se siente superior a los demás. Piensa que siempre tiene la razón y los demás están equivocados. Cualquier cosa que otra persona dice, para el arrogante, si no está de acuerdo, no sirve. Los arrogantes se sienten superiores a causa de su baja autoestima y buscan un mecanismo compensatorio para sobrevivir. Son inseguros y ésta se manifiesta denigrando a los demás para poder sentirse bien ellos mismos. "El dinero no cambia al hombre, simplemente lo desenmascara. Si un hombre es naturalmente egoísta, avaro y arrogante, esto se manifiesta con el dinero” (H. Ford)

*Ciudadano de la República de Bolivia