El TIPNIS no solo es casa de indígenas, sino de bufeos, yacarés, petas, aves, etc

Da la impresión de que se enteran de tu llegada y te saludan con saltos oblicuos y acrobacias acuáticas singulares. No huyen, intuyo que les gusta ser vistos, admirados, fotografiados, filmados, aplaudidos, pero, juegan con tu curiosidad, emergen, desaparecen, emergen, desaparecen en las aguas turbias de los Ríos Isiboro, Sécure y Mamoré. Son rosados, algunos negros, tienen un hocico dentado largo y estrecho y una aleta dorsal pequeña respecto a sus aletas delanteras. Bufan al emerger para tomar oxígeno echando agua por una parte de su cabeza. Sientes que te quieren decir algo en su lenguaje. “¡Dios mío, qué lindos!” Exclama la tripulación de la embarcación. “¡Ahí hay uno, allá otro!” Gritan alborozados los periodistas al ver a los bufeos. Son criaturas preciosas. Dice la leyenda que el dios moxeño Chaure baja a la tierra y convierte a los hombres en animales, según las características de cada persona; los taimados se transforman en zorros, los fuertes, en águilas pescadoras y los inteligentes, en delfines. “Los bufeos salvan a las mujeres cuando ellas se están ahogando; y las bufeas, a los hombres”, cuentan los niños del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) sobre los delfines de agua dulce, que miden entre dos a dos y medio metros, y fueron descubiertos por el investigador francés Alcides D’Orbigny en 1832. “¿Quieren ver más Delfines?” Sí, asienten casi en coro los visitantes expectantes en los bordes del portón de casi 15 metros de largo y tres de ancho. “Vayan a ese lugar donde se encuentran los ríos Isiboro y Sécure”, nos indica Lorenzo Fabricano, indígena yuracaré. “Ahí juegan todos los días”, apostilla.

Cierto. Dado que el término está de moda, parecía una cumbre de bufeos en un curso de agua de la selva, donde cada especie tiene su espacio, según las características y la familia a la que pertenece. “Los bufeos están en los remansos de los ríos”, explica Isidro Yujo, indígena trinitario. “En cambio las petas aparecen en las orillas de los ríos”, agrega. ¡Verídica! (Dirían mis amigos chaqueños). Justo en ese momento, la cámara fotográfica de Arturo Choque capta a tres tortugas encolumnadas sobre un tronco. Ni se inmutan al escuchar el taca taca taca taca del viejísimo motor de la precaria embarcación en la que una delegación de periodistas de Erbol viajó al TIPNIS. Están a 50 metros y se divisan sus caparazones ajedrezados de estos nobles e indefensos animales que están en los ríos del Parque Nacional. Nos ignoran olímpicamente, es como si no existiéramos para ellos, nos matan con su indiferencia.

Yacarés, loros, jochis, antas



“Miren allá, hay un yacaré”, señala Isidro con el dedo índice de su mano derecha. El ejemplar, también llamado caimán sudamericano o lagarto, permanece agazapado, pegado en la arena de la playa del Isiboro, no sé si nos mira o no le importamos al igual que a las petas. Es parecido al cocodrilo, pero más pequeño. Un poco más abajo, sobre el mismo Isiboro, hay como unos 10 yacarés juntos, uno de ellos rebasa los dos metros y medio. Casi todos están con la boca abierta, semejante a dos pinzas gigantes dientudas, como esperando que caiga una presa para devorársela. Es tranquilizante verlos de lejos. “Viven en los ríos y en los curichis (pantanos), donde las hembras ponen sus huevos y salen del huevo durante el tiempo de lluvias”, cuentan los indígenas, quienes cohabitan el ecosistema tipniano con estos animales, cuyos cueros son apetecidos y comercializados, en algunos casos, de manera ilegal. Los yacarés casi siempre están silenciosamente agazapados, tal vez porque no hay un depredador que pueda con ellos, debido a su tamaño, aunque cuando rompen los huevos son presa fácil de algunas aves o mamíferos.

A la seriedad del yacaré, que infunde miedo, se contraponen las travesuras de los monos, que saltan de rama en rama, chillando y espantando a algunas aves posadas en los árboles y arbustos. Es otra cosa ver a un mono libre, en su espacio natural, y no en una jaula comiendo pasankallas. Hay aves de todos los colores y tamaños, unos con picos largos, otros con patas largas, algunas enormes y otras muy pequeñas, de colores vivos, multicolores o de un solo color como el pato negro. Unas vuelan solitarias, otras de par en par o en bandadas como los loros, fáciles de identificar por sus ruidosos trinos, pero difíciles de clasificar por sus colores o su tamaño, más aún, por un neófito en esta materia como yo. En la gran casa TIPNIS, los más huidizos son los jochis, troperos, pacahuaras, etc. Apenas escuchan un chisstt, un silbido humano u otro sonido onomatopéyico huyen inmediatamente hacia la selva y esperan que desaparezcan los intrusos para volver a salir. Siempre están en grupo, a diferencia de las antas o tapires, que van de par en par, incluso cuando cruzan a nado el río para escapar de algún depredador.

Criaturas de la naturaleza, habitantes del Parque Nacional Isiboro Sécure. Al ver tanta maravilla te obligas a revisar tu teoría evolucionista y transitas hacia la creacionista porque un paraíso como el TIPNIS sólo es posible de la mano de Dios. Y valga la aclaración, sólo vi el uno por ciento de toda la fauna del TIPNIS, donde se registraron 858 especies de vertebrados, de los cuáles 108 son mamíferos; 470, aves; 39, reptiles; 53, anfibios; y 188 especies de peces. “No queremos que se mueran todos estos animalitos, si ellos mueren, nosotros también moriremos”, sentencia Jorge Noca, habitante de Gundonovia. “Es uno de los viajes más lindos que tuve, pero lo que más me gustó fue ver a los delfines, ¡qué hermosos!”, comenta Christina Jensen, periodista danesa que se cargó 51 horas de viaje (Ida y vuelta Trinidad – TIPNIS) sobre una embarcación cuyo motor se esforzaba por pasar a segundo plano los sonidos naturales del TIPNIS.

Fuente: Erbol: Texto: Andrés Gómez Vela, Video de bufeos (Crédito: Cámaras Aclo Potosí, William Huaygua)

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