Salvemos la plaza Murillo

José Gramunt de Moragas

Por Jose Gramunt de Moragas La semana pasada, leí en un matutino paceño que algún fanático descerebrado había propuesto entrar con la picota demoledora en mano en el Palacio Legislativo, al que el proponente calificaba de “vetusto”, con objeto de tirarlo abajo para construir un nuevo edificio acorde con la ideología de una asamblea plurinacional, indígena y socialista. Llamar vetusto a un edificio del siglo XX es no tener idea ni del tiempo ni del lenguaje.

Es más, se ha oído voces oficialistas que anuncian cambiar el nombre de la plaza Murillo por otro más apropiado al régimen populista reinante. Y el estilizado monumento de Murillo, airosamente ejecutado por un artista italiano, sustituirlo por otro personaje acorde con las huestes dominantes. Quiero dejar establecido que la plaza Murillo aun siendo un complejo arquitectónico muy variado, es el centro de la ciudad política de la sede de gobierno.



Empecemos por el Palacio Legislativo que es una obra arquitectónica de buen gusto y solemnidad. El Palacio de Gobierno, de factura neorrenacentista, está al nivel que merecen sus funciones. La Catedral, magnífico templo, cuyas cinco naves esbeltas y bien proporcionadas inspiran paz a los espíritus. Más allá, en la calle Comercio, el palacio de los marqueses de Villaverde, hoy Museo Nacional de Arte, notable por su patio colonial en piedra granítica y por las colecciones de arte que allí se exhiben. Al lado opuesto de la plaza se alinean varios edificios civiles, entre los que destacan el antiguo Hotel París, con una fachada de gusto relamido y, en la otra esquina, un semiabandonado edificio republicano hoy degradado a la condición de conventillo y que merecería una pronta restauración. Entre la Junín y la Ingavi se levanta la elegante sede del que fue Círculo Social, y en la actualidad cumple con buen talante como sede de la Cancillería.

Sin ser yo operador turístico me permito afirmar que la ciudad de La Paz es la plaza Murillo y mucho más. Igual que Roma no sería el centro espiritual del mundo sin la tumba de San Pedro y la columnata de Bernini. Nueva York no sería tal sin sus rascacielos, ni París sería la capital más lujosa del mundo sin sus Campos Elíseos y adyacentes. Londres no sería capital de la realeza sin la arquitectura victoriana del Parlamento. Berlín sería otra cosa sin la martirizada Puerta de Brandenburgo. Milán no sería la ciudad de los negocios tangenciales sin el Duomo. Madrid no sería tan castiza sin la Puerta de Alcalá; ni Barcelona tan cosmopolita sin sus Ramblas. Y muy pocos se acordarían de Copenhague sin la sirenita sentada plácidamente sobre una roca junto al mar.

Si a los asambleístas les resultan insuficientes los hemiciclos y las oficinas, pueden hacer las reformas oportunas, pero sin necesidad de cambiar los mármoles de la escalinata por unas gradas de adobe, ni las estatuas mitológicas por figuras de “ponchos rojos” de cartón piedra. Sabemos que la administración pública crece sin cesar y necesita más espacios. El barrio antiguo está plagado de viejas casas ruinosas en donde, una vez habilitadas, pueden instalarse más funcionarios. Con tal de que las nuevas construcciones no desentonen del estilo republicano de esa zona urbana.

Me tranquiliza saber que el alcalde paceño, Luis Revilla, ya anunció que la plaza Murillo es de la ciudad y espero que no se mueva una piedra sin el beneplácito del gobierno municipal. Lástima que el magnífico edificio de la Alcaldía, de clásicas líneas parisinas, construido por el eminente arquitecto boliviano Emilio Villanueva, no tenga enfrente una amplia plaza municipal, como era un reciente proyecto, y remitir el actual parqueo a un espacio subterráneo. Insisto: la plaza Murillo es el alma cívica de la ciudad paceña.

La Razón – La Paz