La producción de la verdad étnica mediante el Censo

Jean Pierre Lavaud*

indi Es importante hacer claramente la distinción entre la producción estadística oficial y la producción científica. La estadística oficial persigue fines de acción política. Ella se produce sobre todo para ayudar a la implementación de políticas específicas, o simplemente para avalarlas. La investigación científica consiste en ir metódicamente desde los datos para establecer los hechos, documentados tan seguramente como sea posible, para clasificarlos, relacionarlos, para llegar a explicaciones admitidas por las personas competentes sin que intervengan el afecto o el temperamento.

Necesariamente elegidos en función de objetivos políticos, los datos recogidos en los censos poblacionales, conciernen a datos precisos en relación a esos objetivos: por ejemplo la repartición de los recursos nacionales por regiones o localidades, la implementación de una política habitacional, el recorte de las circunscripciones electorales, las políticas de ayuda, de sostén o de apoyo a poblaciones especificas…



En cuanto al simple conteo de los individuos y de su repartición por sexo y por edad en las unidades territoriales, el censo, con todo, se acerca a la encuesta científica. Su validez depende de la logística implementada –sobre todo la existencia de un dispositivo que cubre el conjunto del territorio y alcanza todas las familias– con serios equipos de investigadores y procedimientos de tratamiento de los datos recogidos. Desde ese punto de vista, en Bolivia, nada está ganado de antemano, tratándose de un país accidentado que cuenta con poblaciones aisladas, donde los limites de las municipalidades son objeto de disputas en la mayoría de ellas –y es también el caso de algunos limites departamentales– y en las que ocurre que parte de las ciudades se vacíen la víspera de los censos debido a que se conmina a algunos migrantes a volver a sus lugares campesinos de origen, como fue el caso en 2001.

La fiabilidad de los datos recogidos en otros campos, el empleo, las migraciones, la educación, la lengua, por ejemplo, depende, entre otras cosas, de la formulación de las preguntas planteadas. Tomemos el caso del idioma. En el próximo censo se proyecta preguntar al habitante que idiomas habla (¿Qué idiomas habla? –pregunta 38) proponiéndole una lista de 38 idiomas, mientras que el 2001 las únicas opciones eran: quechua, aymara, castellano, guaraní, extranjero, no habla, otro nativo. En 1976, se había planteado una pregunta relativa a la lengua empleada con mayor frecuencia en familia y que fue abandonada luego y reemplazada el 2001 por la pregunta: ¿Cuál es el idioma que aprendió a hablar en su niñez? Ella se reproduce idéntica en el nuevo censo (pregunta 37). Una formulación que incluya la posibilidad de marcar un aprendizaje bilingüe precoz –que es el caso en el 37% de los bilingües censados en 2001–, habría dado resultados más cercanos a la realidad… Gracias a este ejemplo, se comprende fácilmente que según el número y la formulación de las preguntas relativas a un tema dado, se obtienen cuantificaciones diferentes.

Es tanto más importante notar que antes del censo de 2001 el idioma era utilizado como un marcador étnico: los que hablaban una lengua indígena –monolingües y multilingües– eran etiquetados entonces como indígenas. También se hubiera podido muy bien llamar indígenas a los solo monolingües que hablan un idioma autóctono, o considerar a todos los hispanizantes como no indígenas, a menos que se haga figurar la subida en potencia de los bilingües o trilingües para exaltar el mestizaje cultural boliviano. Es decir que el número de indígenas al que se llega, y que funciona luego como una verdad incontestable (es justamente la magia de la cifra) no quiere decir nada en sí mismo; lo que cuenta es la manera en que fue elaborada la encuesta y el discurso que justifica tanto esta elaboración, así como su interpretación. De hecho, la elección del indicador, la lengua, y la de considerar indígenas a los multilingües, son elecciones políticas, que remiten, in fine, a una visión ideológica del mundo: la de una persistencia de las culturas y etnias precolombinas, desde la conquista hasta nuestros días. También está claro, en fin, que ese tipo de preguntas, con la simple finalidad contable, no permite sino un acercamiento superficial a las configuraciones y problemas linguísticos, y que sólo procedimientos con más profundidad y detallados permitirían delimitar el nivel de conocimiento linguístico (oral y escrito), el uso circunstancial o no de tal o cual lengua, etc.

La pregunta misma por la auto afiliación a un pueblo o a una nación indígena originaria, que se creyó bien inscribir en el censo a partir del 2001, es muy problemática. Se busca captar un sentimiento de pertenencia, de adhesión, una simpatía hacia una entidad abstracta pre construida (nación, pueblo, etnia, cultura…) y cuyos contornos no son aprehensibles mediante criterios objetivos, o muy imperfectamente, como acabamos de verlo cuando se asimila lengua a etnia o nación. A partir de ahí se está más cerca del sondeo de opinión que de la encuesta que trata de realidades concretas. Es grande la distancia, en ese tema de la identidad, entre la encuesta científica y la operación de cuantificación del censo. Sabiendo, en efecto, que la identidad individual proviene de cruzamientos múltiples y dinámicos, que la existencia de culturas, naciones, pueblos o etnias puras es una ficción (si se concede alguna validez a esas nociones, todos esos conjuntos son mixtos híbridos o mezclados), el conteo contribuye a simplificar groseramente situaciones o procesos de identificación, incitando a la mono-identificación étnica. Tiende a hacer de la categoría étnica una esencia, o una sustancia, que remite in fine a una racialización de las relaciones sociales.

Desde el punto de vista del conocimiento, esas preguntas de auto identificación llegan a un simple conteo, y que se incorpore o no en él la categoría mestiza no tiene, estrictamente, ningún interés. Es solamente en una encuesta razonada que apunte a aprehender los procesos de identificación, complejos y múltiples (étnicos, nacionales, regionales, de generación o edad, profesionales, culturales (música, vestimenta…) en lugares y circunstancias dadas, completada mediante otras herramientas de investigación, tales como las entrevistas y la observación, que esas preguntas podrían, eventualmente, encontrar su sitio. Y las encuestas en profundidad muestran que la auto afiliación étnica no tiene, evidentemente, nada de evidente ni de obligatorio: ella depende, efectivamente, de los contextos, las circunstancias, las posiciones sociales. La pregunta sobre el movimiento creador de los mestizajes culturales, las hibridaciones, los sincretismos más que nunca en acción y que hacen la especificidad de Bolivia, da cuenta también de estudios serios y es algo ya bien documentado, por lo demás. De hecho, la identidad resultante de una pregunta única en el marco del censo, es una construcción simplista y politizada que apunta a acreditar un saber oficial.

Sólo se hace creíble en razón del hecho de que utiliza procedimientos técnicos elaborados por expertos en ciencias sociales, cuya competencia no se cuestiona, mientras que son, en realidad, los prestatarios de servicio de la causa oficial.

Veamos el problema de más cerca. El censo de 2001 contaba a los indígenas en base a la siguiente pregunta: ¿Se considera perteneciente a alguno de los pueblos originarios o indígenas siguientes: quechua, aymara, guaraní, mojeño, chiquitano, otro nativo, ninguno? Luego, la Constitución de 2009 reconoció 36 naciones. El borrador de la boleta censal actualmente en circulación para el próximo censo, ofrece la posibilidad de identificarse con 56 etnias respondiendo la siguiente pregunta: ¿Se considera perteneciente a alguna nación, pueblo indígena originario campesino o afroboliviano? (pregunta 39). Sabiendo que toda opción de respuesta atrae a nuevos respondientes, está claro que se busca agrandar el numero de indígenas, obteniéndolo luego mediante la suma de diferentes respuestas de todos aquellos que se inscriben en una etnia indígena.

Esta nueva formulación suscita numerosos comentarios hostiles, por una parte debido al hecho de esta inflación étnica, pero sobre todo porque así se hace, de todos aquellos que no se reconocen en esas etnias, unos ciudadanos bolivianos invisibles, sin identidad. Muchos, por ese hecho, desearían que se incorporase a la pregunta la categoría de mestizo. Y ello tanto más cuando en las encuestas efectuadas los últimos anos, sobre muestras representativas de la población boliviana que utilizan esa categoría, generalmente en una pregunta cuya redacción es más o menos: ¿se considera usted más bien indígena, blanco, mestizo, negro, otro, –de donde resulta que entonces aparece una mayoría de mestizos del 60 al 70%. Se comprende muy bien entonces el interés político de un añadido semejante para los opositores al indigenismo oficial: esto haría bajar considerablemente la parte indígena del país. Es dudoso que su demanda sea escuchada ya que, justamente, la maniobra consiste en hacer invisibles o transparentes a los no indígenas.

Los adversarios de que se añada la categoría de mestizo arguyen el hecho de que los mestizos no forman un pueblo o una nación, que el termino mestizo remite al de raza y no a la etnia, que el termino es ambiguo, etc. Son trucos viejos. Y llevando el debate al plano metodológico, al suprimir el termino mestizo, también se evita el debate político de fondo así como el debate científico real (relativo a las definiciones de las nociones de pueblo, nación, etnia, a su permanencia…) y se defiende, a la vez, la opción política de los indianistas. Por supuesto, la tesis oficial es la de que esta pregunta permite afinar el conocimiento de las poblaciones y que es útil para implementar un sistema de enseñanza bilingüe mejor adaptado, para delimitar circunscripciones indígenas, para diseñar políticas de rescate de etnias en peligro… Pero las prácticas del gobierno actual muestran que no hay nada de eso. En lo que concierne a la educación, las preguntas sobre el idioma hablado bastan ampliamente para llegar al objetivo alcanzado.

Hay actualmente 7 circunscripciones indígenas que no obedecen a ninguna delimitación fundada en los datos del censo, además de que, por otra parte, los grupos implicados están representados muy desigualmente (un diputado en el departamento de Oruro para representar a dos de ellos, es decir, 2.554 habitantes en 2001; y uno solo en Santa Cruz, donde hay dos grupos numéricamente importantes, chiquitanos y guaraníes, donde el total de indígenas nativos del departamento alcanza a 327.807). Algunos grupos están muriendo, como los yuqui en el Chapare –pero es también el caso de otros grupos fragilizados por el avance de la colonización de las Tierras Bajas, entre otros por campesinos venidos del altiplano y los valles, todo ello sin que el gobierno parezca preocuparse, a pesar de los reiterados llamados de alerta.

Así pues, no se ve que es lo que la respuesta a esta pregunta de auto identificación puede aportar de nuevo a fin de orientar las políticas públicas en relación a esos grupos, perfectamente identificados antes del censo y sobre los cuales existen estudios antropológicos. ¿Por qué entonces tanta alharaca? Ciertamente, para acreditar y reavivar la fábula de un corte entre indígenas y no indígenas, mostrar que los indígenas son mayoritarios en el país, más numerosos que el 2001, y justificar así la continuación de una política de pseudo descolonización; quizá también para tratar de reavivar una unión simbólica entre indígenas en un contexto político en el que está cada vez más claro que los auto identificados como indígenas están muy divididos –una parte creciente de ellos ya no se reconoce en el líder ni el gobierno que supuestamente los representa. En todo caso, es una cortina de humo que procura esconder la política centralista y autoritaria de un gobierno que no tiene en cuenta las reclamaciones de los grupos étnicos minoritarios que contribuyó a construir y exaltar, ni de los valores y virtudes que les atribuye. ¿No se dijo acaso que eran la reserva moral de la humanidad?

Finalmente, hay también una coz a todos aquellos que no encuentran su sitio en el bazar étnico y que son calificados, desdeñosamente, de blanco mestizos por los inquilinos del Palacio Quemado.

*Sociólogo francés, profesor emérito de la Universidad de Lille. Es autor de numerosas publicaciones de investigación sobre Bolivia