Fernando MolinaUno de los rasgos más notables de la cultura política boliviana es este que bautizaré, únicamente por diversión, “nomofilia”. La “nomofilia” es el amor desmedido por el Derecho (corrector: no quite la mayúscula, aquí imprescindible), como método de organización, gobierno y cambio de las sociedades humanas. La divinización del Derecho (corrector: no olvide mi súplica) explica o, mejor dicho, constituye la otra cara de la medalla de nuestra manía colectiva por la ley. ¿Tenemos un problema? Lo suponemos de índole legal. Cualquiera sea el problema, se debe a la “falta” de una ley. O a que tal norma tiene que ser abolida. O a que tal otra necesita ser redactada y aprobada con prontitud.Así, el programa de los gobiernos, o los informes de los gobernantes salientes, suelen ser listas de leyes: Aprobamos el Decreto 21060 (Víctor Paz), lo remodelamos (Jaime Paz), lo eliminamos (Evo Morales). Cuando se producen grandes cambios políticos, la lista de leyes de un régimen es simétricamente inversa a la del otro. Goni: Enmienda a la Constitución, Ley de Participación Popular, Ley de Capitalización, Ley de Reforma Educativa; Evo: nueva Constitución, Ley Marco de Autonomías, decreto de nacionalización, ley de reforma educativa (bis). La lista puede continuar largamente. Por la misma razón, los gobernantes veteranos tienen que reformar sus propias leyes o cuando éstas han sido abrogadas en su ausencia, devolverlas a su “esplendor” original.Morales quiso recomenzar el contador de normas, para ver si así empezaba de nuevo la historia del país. Desde 2009, es decir, en sólo tres años y medio, su Gobierno “logró” promulgar 240 leyes y 1.200 decretos. Más de una nueva disposición legal por día. Y esto sin contar las aprobadas por las gobernaciones, que antes no existían, y por los municipios, que antes eran “ordenanzas”, pero que ahora también se llaman “leyes”, lo que, claro está, incrementa su majestuosidad. Ciertamente los bolivianos nunca fuimos nominalistas. Pese a ello, los movimientos sociales exigen más. “Vivir bien” es cubrirse de papel sellado. ¿La gente bebe demasiado? Hagamos una ley que imponga la abstención. ¿Aumenta la delincuencia? Elevemos las penas (aunque el 80% de los presos no tenga sentencia). ¿La Policía es corrupta? Reformemos su “ley orgánica”. ¿Los maestros no enseñan nada? ¡Necesitan una norma más avanzada! Y así sucesivamente, hasta la ley’ ¿2400? ¿24.000?No es casual que la Asamblea Legislativa haya creado una comisión para estudiar si las muchas leyes que produce se cumplen o no. La comisión todavía no ha presentado su informe. Pero no sería raro que ésta sugiriera la aprobación de una ley que mandara a los bolivianos cumplir las demás leyes existentes. Una historia de la legislación boliviana sería: a) la historia de nuestros sueños entretejida con la de nuestras decepciones: algo así como el chorro de imágenes distorsionadas e infinitas que producen dos hileras de espejos. b) Una relación de nuestros mayores logros literarios, pues, como dice Sergio Ramírez, las mejores novelas latinoamericanas son las constituciones. Nada falta en ellas: realismo mágico, futurismo, surrealismo, melodrama (están los que aman al pueblo y quienes lo traicionan; está la tragedia, que termina con el pasado o, desatándose en el peor momento, con las posibilidades de futuro; está la reconciliación y la esperanza). c) Una historia de nuestra vocación intelectual, pues, igual que los romanos, los bolivianos poseemos “genio jurídico” y si de algo sabemos, es de jurisprudencia. No en vano formamos a nuestros mejores jóvenes en leyes desde el siglo XVII; no en vano este país, primero que nada, fue “Audiencia”; no en vano el gremio más cultivado, próspero y que ha dado figuras de mayor talla, muy por delante de los gremios artísticos, periodísticos, etc., es la cofradía de los abogados. Y, finalmente, como encontrada en un doble fondo: d) la historia de un Estado ejemplar, capaz de ordenar y manejar todo, desde el territorio (aunque todavía nos falte, ¡ay!, una ley de ordenamiento territorial) hasta los hábitos nocturnos de sus súbditos. Capaz sobre todo de remodelar a la sociedad una y otra vez, para ponerla al día con las innovaciones de la hora, y para convertirla, a plan de “capítulos y artículos”, en una sociedad fuerte, armónica, diversa, igualitaria. Una historia jurídica de Bolivia podría mostrarnos un Estado como una joya falsa: nítido, brillante, aparatoso y carente de todo valor. O, mejor, nos pondría ante un Estado-castillo de naipes, para el que, en lugar de naipes, los constructores, una tribu de entusiastas niños grandes hubiera usado códigos legales.Página Siete – La Paz