Mala fe

Francesco Zaratti

ZARATTI Una percepción común en la población urbana de Bolivia es que el Gobierno de Evo Morales actúa con mala fe, aspecto que tiene consecuencias funestas en todos los ámbitos de la vida nacional.

Actuar con mala fe significa predicar una cosa y practicar otra; pretender ceñirse a la ley, buscando en realidad provocar daño al adversario; reclamar valores universales y perseguirlos cuando no conviene a objetivos sectarios, en una frase “preferir el engaño, al encuentro fraterno”.



La mala fe conduce a la desconfianza: al Gobierno se le deja de creer y por lo tanto se descalifican incluso las acciones realizadas con buenas intenciones.

La mala fe provoca división y polarización fanática. No faltan los que creen que todo lo que hace Evo es santo y justo; si hay desaciertos, la culpa es de los otros: Usaid, la DEA, los separatistas, la oposición, los disidentes, los extraterrestres, o sea “la derecha”, porque no caben errores en el sendero luminoso del “proceso de cambio”.

La realidad, como suele suceder, está en un justo medio: no todo lo que hace el Gobierno está hecho con mala fe ni todo es una ejemplar demostración de vocación democrática.

En vista de que existe hasta un ministerio defensor de la transparencia del régimen, sólo me abocaré a mostrar algunos ejemplos de la mala fe con que se actúa.

El caso más penoso es el TIPNIS: ¿Cómo negar que desde un principio el Gobierno ha actuado de mala fe? Primero dividiendo una carretera única en tres tramos para enfrentar “post factum” el tema espinoso de la consulta indígena. Luego, insultando, apaleando, dividiendo y engañando a los indígenas, con mezquinas “maniobras envolventes”, que no son otra cosa que expresiones de astucia criolla y actitudes de mala fe sin parangón ni en los más abyectos gobiernos del pasado. Todo en ese asunto es mala fe, que ni los pedantes sofismas ni los malabarismos dialécticos logran disipar ante la opinión pública informada.

¿Pero de qué sorprenderse? Es la misma mala fe con la que se redactaron los artículos transitorios de la CPE que hablan de las restricciones a la reelección. ¡Y todavía se alardean de su astucia!

La mala fe se muestra especialmente en el uso discrecional de la justicia. Desde la repudiada selección/auto-elección de los magistrados hasta el uso discrecional de unos “parafiscales”, dignos sucesores, en cuanto a funcionalidad, de los paramilitares de triste memoria. El asilo de Roger Pinto ha destapado ante los ojos de la comunidad internacional lo que los bolivianos conocemos bien: el uso/abuso político de la justicia. Hay otro ciudadano, ex servidor público, de la tercera edad por añadidura, a quien el Gobierno le sigue cuarenta y cinco (¡!) juicios simultáneamente, no para enjuiciarlo y demostrar su culpabilidad, sino para destruirlo psíquica, física y económicamente, cuando, ¿acaso para demostrar culpabilidad no basta un solo juicio realizado sin mañas? Ni qué decir del doctor Juan Antonio Morales, perseguido porque alguien que se considera todopoderoso se ha obstinado en atribuirle como delito lo que fue el cumplimiento de un deber. Lo triste es ver ministros y asambleístas, otrora respetables intelectuales, callar en siete idiomas o sumarse al coro general. Total, la consecuencia ética cuesta, pero el culto a los ídolos cobra almas.

La consecuencia más grave de esa mala fe es que los conflictos nunca acaban. En el mismo momento en que se halla una puerta de salida se cierra otra más adelante, porque nunca hay que ceder, nunca hay que mostrar debilidad. Es el “nuevo” Estado, fuerte con los débiles y débil con los fuertes, como nunca antes.

Página Siete – La Paz