Una vida cinematográfica: Revelaciones de la viuda del boliviano Roberto Suárez, el rey de la cocaína


(Me dijo): ‘Los gringos (tienen) una falsa moral. Te doy sólo dos ejemplos (…): los cigarrillos que fabrica la tabacalera Philip Morris y las armas que fabrica Smith & Wesson, que se venden sin ningún control en los Estados Unidos, matan anualmente a más gente que la cocaína.”

Una vida cinematográfica: La viuda de Roberto Suárez devela detalles del rey de la cocaína

Buenos Aires, 02 de diciembre (Infobae.com, Claudia Peiro).- A medida que se avanza en la lectura de “El Rey de la Cocaína”, es inevitable pensar en Vito Corleone, un capomafia diferente al cliché, con ciertos códigos “morales” y que aplica inteligencia política a sus “negocios”. Y resulta natural entonces que la autora del libro y viuda de Suárez Gómez, Ayda Levy, comente que en el año 1967, ella y su esposo conocieron en Las Vegas a Carlo Gambino –el padrino en el cual se inspiró Mario Puzzo para escribir su novela y los guiones de la célebre saga cinematográfica- y a Frank Sinatra. Y que, años después, en 1982, La Voz lo contactó para decirle que “los mismos que hicieron El Padrino” querían hacer una película sobre él…



No hay duda de que la de Suárez Gómez fue una vida de novela. De hecho, el único personaje real del film de Brian de Palma, Scarface, es él, que en la película aparece con el nombre de Alejandro Sosa y es interpretado por Paul Shenar.

Antes de monopolizar la exportación de la coca boliviana, Roberto Suárez Gómez era un próspero ganadero con vastas propiedades en Santa Cruz y en la meseta de Alto Beni. Su familia había tenido en el siglo XIX el monopolio de la producción de caucho lo que le valió prosperidad hasta que, en la primera mitad del siglo XX, el plástico sintético vino a poner fin al negocio y obligó a la familia a reconvertirse hacia la ganadería primero y hacia negocios no tan santos después.

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En 1980, Suárez Gómez estableció contactos con los traficantes de Medellín para que éstos actuasen como receptores de la mayor parte de la cocaína boliviana. Es el origen de la ascendente carrera del más legendario narco colombiano, Pablo Escobar, con quien se asoció. Poseía una flota privada de aviones que, en un país con regiones de difícil acceso y escasos controles como Bolivia, le permitió establecer rutas “seguras” para la salida de la droga hacia sus principales mercados: los Estados Unidos (vía Colombia primero y vía Caribe con auxilio castrista después) y Europa, convirtiéndose en el “Rey de la cocaína”, como lo bautizó la prensa.

En estos dos extractos de Scarface, bien puede uno hacerse una idea de cómo debe haber sido la negociación entre Suárez Gómez y Escobar y la capacidad operativa del primero.

El libro de su viuda es por demás interesante, está escrito con agilidad, no se detiene demasiado en la intimidad de la pareja y, en cambio, sí retrata los avatares de la carrera empresarial-político-delictiva del jefe de la familia, cuyo nombre aparece vinculado, no sólo al golpe de Estado de 1980 de García Meza –que financió y para el cual importó asesores argentinos-, sino a muchos otros escándalos en los que el dinero de la droga se mezcló con la política. Según Levy, que lo escuchó de su boca de su marido, claro está, fue él quien negoció, junto con el ex dictador panameño Manuel Noriega, el acuerdo con Oliver North, por el cual fondos del narco habrían sido destinados a la financiación de operaciones contra el gobierno sandinista.

La conexión castrista

Ayda Levy (en la foto con uno de sus hijos) también relata con lujo de detalles cómo Fidel y Raúl Castro contactaron en enero de 1983 a Suárez Gómez y a Pablo Escobar y los invitaron a Cuba.  El general cubano Antonio de la Guardia, héroe de guerra más tarde caído en desgracia, fue el encargado de establecer el vínculo con los jefes narcos. Cuando éstos visitaron la isla, los jerarcas del régimen les hablaron del “marcado interés que tenían Fidel y su entorno en usar el narcotráfico como un arma contra el imperialismo yanqui, y apoyar con los fondos provenientes del tráfico a los grupos guerrilleros colombianos”, dice Levy.

Con la excusa del antiimperialismo, Fidel y su hermano les cobraron un millón de dólares diarios a cambio de darles cobertura para el tráfico de cocaína, libre acceso a sus aguas territoriales y espacio aéreo y uso de sus puertos y aeropuertos para reabastecer barcos y aviones. Según el relato del propio Rey de la cocaína a su esposa, Fidel les dijo: “Gracias por haber aceptado (nuestra) invitación. Ustedes serán el misil con el que agujerearé el bloqueo y el injusto embargo que sufre mi país”.

También Suárez Gómez usaba la excusa antiimperialista (llegó a enviarle una carta al entonces presidente de los Estados Unidos ofreciéndole entregarse a cambio de que Washington pagase la deuda externa boliviana) y fijaba objetivos altruistas para su lucrativa actividad. Ayda Levy lo cuenta así: “(Mi esposo) me explicó que, de la misma manera que algunos países tenían inmensas reservas petroleras y auríferas, a nosotros nos había tocado la coca. (…) Su argumento principal fue (que) ante la caída del precio del estaño en los mercados internacionales la coca era el único recurso estratégico renovable que le quedaba al gobierno para sacar al país del subdesarrollo y saciar el hambre del pueblo. Estaba completamente seguro de que podíamos pagar en 36 meses la deuda externa del país, que por esos años ascendía a 3 mil millones de dólares americanos.

(Me dijo): ‘Los gringos (tienen) una falsa moral. Te doy sólo dos ejemplos (…): los cigarrillos que fabrica la tabacalera Philip Morris y las armas que fabrica Smith & Wesson, que se venden sin ningún control en los Estados Unidos, matan anualmente a más gente que la cocaína.”

image Lo que resulta, si no imposible, al menos difícil de creer, es la ausencia total de responsabilidad o involucramiento de Suárez Gómez en hechos de violencia directamente relacionados al narcotráfico. Si se le cree a Levy, su esposo no necesitó apelar a la violencia para hacerse con el monopolio del comercio ilegal de coca. Ella también subraya reiteradamente que el involucramiento de su marido en el narco fue “innecesario”, destacando que desde siempre fue dueño de una considerable fortuna. Así, queda un poco en la nebulosa el por qué y el cómo de sus comienzos en el negocio.

Aunque tal vez una pista, al menos en el sentido de cómo se justificaba a sí mismo, aparece en esta frase de Suárez Gómez: "Yo no creo en esta guerra contra el narcotráfico, porque nadie va a erradicar el mayor negocio del mundo. De lo que se trata aquí es de la transferencia, de la intermediación".

En cuanto a la supuesta no violencia del "Rey", Levy dice incluso que los asesinatos de políticos colombianos ordenados por Pablo Escobar fueron el motivo de la ruptura entre su esposo y el próspero jefe del cártel de Medellín.

La General Motors de la cocaína

Lo que sí parece haber sido cierto es que gozó por mucho tiempo de una gran consideración entre sus compatriotas, en particular en su tierra, en el Beni, donde es cierto que repartió dinero a manos llenas y financió la construcción de escuelas y hospitales. El propio Roberto Suárez pregunta: “¿Por qué parecernos raro que se  niegue a priori la posibilidad de incursionar en el narcotráfico en aras de nobles ideales, con la motivación del amor a la Patria y a la humanidad?” Lo cierto es que, en 1985, la revista Time lo retrató como un Robin Hood.

“En todas las reuniones sociales –escribe Levy- se comentaba que Roberto había tomado el control total de la producción y comercialización de la cocaína a nivel nacional. Decían que había logrado elevar y mantener el precio de venta a los narcotraficantes colombianos del sulfato de base hasta 9.000 dólares americanos por kilogramo, con lo que el narcotráfico dejaba, por primera vez en la historia, millonarias ganancias a los bolivianos. Lo extraño de todo esto era que nadie lo reprochaba ni lo criticaba. Al contrario, la admiración, el cariño y el respeto que la gente sentía por él crecían con desmesura y hasta nuestros familiares y amigos lo aplaudían.”

El mismo “Rey” decía que su experiencia empresarial previa, el amor de sus conciudadanos y su conocimiento del país lo habilitaban para “salvar a Bolivia”.

En agosto de 2000, el diario The Guardian, a modo de obituario, lo describió así: “Conozcan a Roberto Suárez cuyo genio consistió, en primer lugar, en reunir a la mayoría de los productores de hoja de coca y cocaína de su país en una sola organización, a la que llamó La Corporación, descrita por alguien como la General Motors de la cocaína y la cual se convirtió en la mayor proveedora del cártel colombiano de Medellín. En segundo lugar, Suárez se aseguró de conseguir protección política para su empresa en medio de la turbulencia política de una de las naciones entonces más inestables de América del Sur”.

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Suárez Gómez ya es historia pero el narcotráfico sigue floreciendo en Bolivia y en casi todo el continente. “A partir del año 2006 hemos sido testigos impotentes del avasallamiento abusivo por parte de las Federaciones de Cocaleros del Trópico a territorios indígenas y reservas forestales”, dice su viuda.

Finalmente, por si los puntos de contacto de esta historia con los avatares geopolíticos latinoamericanos de los años 80 en particular no bastara para justificar el atractivo de este libro, mezclados con los nombres de dirigentes bolivianos y otros latinoamericanos, aparecen también los de celebrities como Gunther Sachs (el playboy y ex marido de Brigitte Bardot), la seductora actriz Florinda Bolkan, el chef Paul Bocuse (que envió la torta de cumpleaños del hijo de Suárez en 1981) y hasta el recientemente fallecido intérprete argentino Leonardo Favio, que cantó en un festejo organizado por Escobar, de quien era vecino…

El Rey de la cocaína. Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado. Ayda Levy. Debate (Random House Mondadori, 2012)


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