Jimmy Ortiz Saucedo
Durante años he observado el comportamiento de estos dos importantes conceptos, que hacen a la vida de la nación y a la de los ciudadanos. En buena medida, la felicidad del pueblo depende de que ellos anden de la mano.
En Bolivia, y en varios otros países, ética y Poder político están profundamente divorciados. Lo fue ayer, lo es hoy, y todo indica que lo será mañana. No tengo duda que la vida no me alcanzará para ver un auténtico cambio.
A principio de siglo leí una entrevista en periódico El País de España, titulada: “El desafío del siglo es que la ética llegue al poder”, realizada a la catedrática de Filosofía de la Universidad de Valencia Adela Cortina. Decía en partes salientes: “Desde diversos sectores nos estamos dando cuenta que son importantes una serie de elementos morales que a veces se habían despreciado”. “¿A mayor poder, menos ética? Desgraciadamente es así. Creo, como los viejos anarquistas, que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que la gente que tenga poder tenga también ética. Que la ética llegue al poder será parte de la salvación de la humanidad”.
Sabias palabras de la catedrática. El desprestigio de la clase política gobernante se debe a este déficit ético, en los altos, medios y bajos mandos. Los recurrentes escándalos de corrupción que vivimos hoy en Bolivia, muestran que la ética no llegó al poder.
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La decadencia de la clase política “tradicional” y sus partidos, permitió que se instrumentalice la representación ciudadana de un hombre un voto, con la superposición de los llamados movimientos sociales, desvirtuando con ello la democracia. Los movimientos sociales no son más que grupos corporativos con intereses particulares, como los cocaleros del Chapare, que nada tiene que ver con los intereses superiores de la Patria. Con esta fórmula, el remedio fue peor que la enfermedad.
No hay democracia verdadera sin partidos políticos. Necesitamos una nueva clase política, meritocrática, ilustrada, de buen corazón, que sea amada y respetada por su pueblo. Es necesario también tener funcionarios públicos institucionalizados, con una vida intachable y que provengan de familias pobres o ricas, no importa, pero con ascendencia honorable.
Para Platón el gobernante tenía que ser bueno y justo, dispuesto a beneficiar a la mayoría de los ciudadanos y no a un grupo reducido.
Solo los hombres de espíritu noble pueden resistir las tentaciones del poder.
En Bolivia hemos tenido revoluciones de izquierda, de derecha y populistas, pero seguimos en el Tercer Mundo. Lo que necesitamos es una revolución en la ética, ésta si será una revolución verdadera.
Precisamos reivindicar la noble carrera de la política como una profesión de servicio honesto, sabio y diligente. Por suerte tenemos algunas buenas semillas entre nuestros políticos, aunque son todavía golondrinas que no pueden hacer verano. Eso sí, lo primero es reconciliar la ética con la política, o como dice la catedrática española, la ética tiene que llegar al poder.