Se refirió al Papa como Jorge, bromeó con que le había besado y quiso involucrarlo en el conflicto de las Malvinas
Dejó el avión oficial en Marruecos para evitar el embargo si lo llevaba a Roma
Gesto de cordialidad. El Santo Padre almorzó con la presidenta a la que se enfrentó como arzobispo de Buenos Aires
Tres años hacía que no se veían. Y nunca, seguro, sospecharon que era en Roma donde se iban a reencontrar, en las dependencias pontificias de la Casa Santa Marta, y como dos jefes de Estado: ella ya lo era, pero él lo es de la Santa Sede desde hace apenas cinco días y, más importante, es el principal representante de la Iglesia católica en el mundo, que reúne a más de 1.200 millones de fieles. De ellos, y Kirchner lo sabe, más de 30 millones son argentinos, el 80 por ciento de toda su población. En 2010 ambos guardaron las formas en el Palacio Rosado, pero la cita fue gélida, como la temperatura de ayer en Roma, por la oposición del entonces arzobispo de Buenos Aires a las políticas proabortistas y a favor del matrimonio homosexual del Gobierno argentino; ayer hubo muchas sonrisas, pero, como entonces, la presidenta no estuvo a la altura de una dignataria en una cita, en este caso, con el Papa. Llegó, bromeó sobre el beso que, gentilmente, le dio Bergoglio y, además, se dirigió a él como «Jorge», tal y como le llamaba cuando se veían en Buenos Aires. La polémica que le acompaña también le obligó a dejar su avión oficial en Marruecos, por temor a otro embargo como el que sufrió la Fragata Libertad en Ghana, y aterrizar en un jet privado.
REUTERS Intercambio de regalos Ella le regaló un juego de mate (a la derecha), y él una rosa blanca Cristina Fernández de Kirchner, de riguroso negro y ataviada con un original sombrero, durante el encuentro con el Papa
La reunión de ambos –no precisamente de dos amigos–, que duró veinte minutos y fue seguida de un almuerzo, levantó tanta expectación entre los medios de todo el mundo desplazados para cubrir el Cónclave que a punto estuvo de acabar en incidentes por las protestas de decenas de informadores ante la demora de Kirchner en comparecer. Lo hizo exactamente dos horas después de lo prometido y hora y cuarto más tarde de llegar al hotel donde la prensa le aguardaba. Tampoco supo la responsable argentina estar a la altura con los medios de comunicación. Era el primer encuentro del Santo Padre con un jefe de Estado, una deferencia con quien es presidenta y compatriota del Papa. Sin embargo, en la Santa Sede no se emitió nota oficial por no tratarse de, aclaró su portavoz Federico Lombardi, «una visita formal o de Estado». Por tanto, todo el protagonismo recayó sobre la mandataria argentina, que se convirtió ayer en la única fuente de información de los dos interlocutores sentados a la mesa de Santa Marta.
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Kirchner anunció que había pedido al Pontífice «su intermediación para abrir un diálogo entre el Reino Unido y mi país sobre las islas Malvinas. Un tema muy sentido por los argentinos». Llevó así ante el jefe de la Iglesia un problema que conecta directamente con las emociones de sus compatriotas, pero obvió –así se desprende de su alocución, en la que no permitió preguntas– los asuntos más calientes que le separan de Bergoglio y que tanta tesón generaron de la maquinaria populista contra el entonces arzobispo.
El Papa, después de censurar durante años la corrupción en su país, la crispación política, la inseguridad ciudadana, la ausencia de decisiones contra la pobreza y, sobre todo, la legalización de las bodas entre personas del mismo sexo decidió, en un gesto de cintura política, recibir a quien hasta ayer le tachaba de «opositor en la sombra» del régimen peronista argentino. De hecho, el fallecido marido de la jefa de Estado, Néstor Kirchner, llegó a calificar al arzobispo porteño de «líder espiritual de la oposición argentina» y dejó de asistir los 25 de mayo a los «tedeums» que se celebraban en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. Para no encontrarse con Bergoglio, claro está. Pero ahora, los dos jefes de Estado se han conjurado para un «borrón y cuenta nueva» como salutación del nuevo Pontificado de Francisco. La mandataria iberoamericana recordó, en referencia a la guerra de las Malvinas, los momentos duros vividos con Chile en 1978 «cuando había dictaduras en estos dos países». Y pidió que se cumplan las más de 18 resoluciones de Naciones Unidas sobre el conflicto para el que solicita a su compatriota, el Sumo Pontífice, «su ayuda».
Las Malvinas fueron el primer argumento sentimental de Kirchner ante Bergoglio. El segundo lo halló en unas palabras que le dirigió el Papa para agradecer «a mí y a otros presidentes latinoamericanos» que luchemos por «la patria grande» (la unión de los pueblos del sur de América). Algunos de esos presidentes Piñera (Chile), Rousseff (Brasil) y Correa (Ecuador) ya estaban ayer en Roma e intentaron ser recibidos antes de la ceremonia de inauguración del Pontificado de hoy. Pero el Papa eligió a Kirchner.
Aunque los periodistas que abarrotaban una sala del hotel de cinco estrellas en el que se aloja la líder populista argentina no pudieron formular ninguna cuestión, alguna voz se alzó para reclamarle «una impresión personal sobre el Papa»: «Mire, le he visto sereno, seguro, tranquilo y en paz. Bueno… preocupado y ocupado por la inmensa tarea de cambiar las cosas que tiene que cambiar en el Vaticano».
¿Le puedo tocar?
Le convidó, según dijo, a visitar Argentina y obtuvo del Obispo de Roma una promesa de que «consultaría su agenda». Además, la presidenta se extendió también en detallar los obsequios que ambos se habían intercambiado. Ella le regaló un equipo de mate de cuero, que contenía mate de calabaza y dos recipientes para la yerba mate y el azúcar; el Papa, una mayólica de la Plaza de San Pedro y un libro. Pero lo que más le gusto a Kirchner entregar al Pontífice fue un poncho «abrigadito para el frío europeo» y recibir de él una rosa blanca en homenaje a Santa Teresita, su santa preferida. La tradicional diplomacia vaticana evitó pronunciarse sobre el sombrero negro con que se cubría la presidenta que, nerviosa, preguntó a su anfitrión: «¿Le puedo tocar?».
Fuente: abc.es