Argentina: Color Dekadencia


Daniela E. Rodríguez*

K Buena parte de los argentinos recordamos “Color Esperanza”, aquella emblemática canción de Diego Torres que en un momento crítico de nuestra historia nacional difundió un mensaje esperanzador, a contrapeso del caos y la incertidumbre que se vivían por entonces. Dicha canción tiene en su estribillo una frase muy emotiva que dice: “Saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera”. El 25 de Mayo de 2013 se cumplió una década de Kirchnerismo, diez agonizantes años luego de los cuales los argentinos ya no estamos tan seguros de que “se puede” y vivimos en apenas una desfigurada mueca del país que solíamos disfrutar.

La Real Academia Española define la palabra decadencia de la siguiente manera: “Declinación, menoscabo, principio de debilidad o de ruina”. Diez años han pasado desde que el matrimonio Kirchner asumió la presidencia de nuestro país, elegidos con tan sólo el 22% de los votos, y lo que hoy ciertamente predomina en la mente de los argentinos es la percepción de decadencia, principalmente en todo lo relativo a nuestra democracia, a nuestra – ahora supuesta – condición de república y en cuanto al escaso respeto de nuestras libertades fundamentales. Para colmo de males, los argentinos ya no tenemos la más mínima certeza de cuándo será el último día de este gobierno. Lo que sí sabemos es que ninguno de “ellos” quiere bajarse del poder.



Apenas llegados al sillón de Rivadavia, apostaron a colocar al gobierno en el centro del escenario político, convirtiéndolo así en colonizador de la economía, de la cultura y de lo social en todas sus manifestaciones. Hoy en día, hasta las cuestiones más íntimas de nuestras vidas pasaron a estar vigiladas y controladas por “ellos”. Lo más interesante del caso es que se aferraron al poder con un discurso oficial en el que afirmaban promover “un poder estatal con mayor autonomía del gobierno” y en este sentido cuesta horrores entender sus denodados esfuerzos por limitar la autonomía del sistema judicial.

Referirse hoy en día a nociones fundamentales como autonomía, independencia o libertad en Argentina, implica meternos en un grave problema ya que en prácticamente todos los ámbitos, dichas palabras nos convierten en verdaderos “traidores a la patria” o al menos en claros enemigos de lo nacional y popular. Debemos entonces soportar una presión tributaria cada día más alta – viendo a la AFIP accionar como una auténtica policía política – la violación permanente de nuestros derechos de propiedad, un cepo cambiario que nos prohíbe adquirir monedas extranjeras a precio de mercado – mientras tenemos un dólar paralelo que ronda los $10 pesos – cobrando sueldos de miseria que no nos permiten ahorrar y mucho menos invertir, al tiempo que como contribuyentes mantenemos empresas estatales deficitarias que pierden millones de dólares por día y soportamos que organismos como el INDEC nos mientan descaradamente en sus estadísticas oficiales acerca de la inflación, la pobreza y el desempleo.

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En estos deKadentes últimos años, el kirchnerismo nos ha sabido despojar de la posibilidad de elegir lo que podemos ver, escuchar y leer en materia periodística, con una Ley de medios que beneficia y empodera a los amigos del poder. Como si esto fuera poco, “ellos” nos han robado los mejores años de bonanza agrícola – en un país donde el fruto de las exportaciones de granos constituía el 80% del PBI – profundizando un conflicto con el campo que aún no se ha resuelto gracias a la ambición gubernamental de expropiar la renta. Y aquí es donde entra en juego el arma más perversa del poder absoluto K: el doble discurso. Supuestamente, y por poner sólo un ejemplo, las retenciones al agro se utilizan con el objetivo de “redistribuir la riqueza y suavizar las diferencias sociales”. Sin embargo sería preferible – por una clara cuestión de falta de efectividad – que en lugar de otorgar tantos planes sociales y de alimentar de esa forma un perverso sistema de clientelismo político, que el gobierno redujera su pesada carga impositiva sobre la libre empresa y desregulara el funcionamiento de los mercados, para que cada día más niños lograran comer en sus casas con sus padres o tutores y que fueran éstos últimos los que accediendo a un trabajo digno puedan cubrir sus necesidades y prepararlos para un futuro exitoso. Al menos esta sería la estrategia si buscáramos tener un país normal.

En la Argentina de hoy el gobierno impone la estatización de la propiedad de empresas privadas, argumentando que una parte de lo “expropiado” volverá a la gente por medio de obras públicas. Pero más allá de favorecer así a sus amigos más cercanos, deberíamos preguntarles a “ellos”: ¿Qué pasó entonces en La Plata con las inundaciones? ¿Y qué les decimos ahora a las familias de la tragedia de Once? ¿O que les decimos a los hijos y demás parientes de las víctimas de la inseguridad en las calles?

Hoy en día, buena parte del pueblo argentino debe soportar callado las supuestas relaciones de hermandad y los privilegios que la oligarquía reinante ha negociado con países que padecen el yugo de regímenes políticos autocráticos – tales como Venezuela, Cuba e Irán. No ha pasado desapercibida para nadie la fuerte presencia de banderas venezolanas durante el acto por el 203° aniversario de la Revolución de Mayo.

El gobierno tiene por costumbre responder a la sociedad civil con brutal indiferencia ante los masivos cacerolazos pacíficos en que los argentinos de todas las edades nos hemos manifestado en las calles pidiendo libertad y seguridad a cambio de nuestros impuestos, siendo además testigos diariamente de la corrupción más descarada e impune de nuestra historia. Debemos entonces soportar asiduamente la mentira y la burla, la falta de respeto constante a quienes no estamos de acuerdo con los resultados de las políticas impuestas desde la Casa Rosada, ni con el patoterismo y el enriquecimiento ilícito de los funcionarios, la delincuencia endémica y el azote descarnado del crimen organizado.

En su discurso por el aniversario de la Revolución de Mayo, Cristina Fernández de Kirchner, la misma que nos anticipó que este año vino por todo, pidió “que a esta década ganada le siga otra más”. Sinceramente esperemos que no se le cumpla su deseo, porque si es que los valores fundamentales de la democracia se basan en la tolerancia y el respeto de la ley, podemos afirmar sin riesgo de equivocarnos que hoy en día no estamos frente a una democracia real sino frente a una Argentina empobrecida, débil e institucionalmente en ruinas. Una Argentina color deKadencia.

*Licenciada en Ciencia Política

HACER – Washington DC


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