El síndrome del perseguido y el exilio de los 775

Alejandro Brown I.*

ALEBROWN “Sentir el sabor amargo, la boca llena del pan de extraños y cuán duro es el camino de subir y bajar por escalera ajena”. Dante Alighieri

Este artículo, más allá de la referencia obligada al Derecho internacionalmente consagrado a migrar y asilarse, pretende sensibilizar frente a la vivencia subjetiva del exilio y los efectos psicológicos y sociales de quien lo padecemos.



Hoy, a pesar de que ha pasado mucha agua bajo el Puente desde cuando Dante nos enseñaba el sabor amargo del exilio, ya las escaleras de las que hablaba en la frase que cito, no son tan propias, porque las fronteras se van desdibujando progresivamente y los procesos de transculturación avanzan a pasos agigantados, a la par con los logros tecnológicos y los Acuerdos de Integración Económica que marcan tendencia mundial como elemento cardinal de la sonada globalización.

Sin embargo, el exilio no sólo alude al abandono de un país por presiones externas; también hay fenómenos de exilio dentro del país por razones de persecuciones políticas, lo cual no es más que el fenómeno de desplazamiento que vivimos en Bolivia y que representa todo un desafío en materia de Política Pública y aprendizaje cultural.

Sea cual fuere la modalidad de exilio, a kilómetros del lugar en el cual se “tejió canasto de vejucos” como dirían nuestros pueblos; a escasos kilómetros geográficos, pero a abismales distancias culturales o en el terruño de siempre, cada quien tiene su propia manera de vivir el exilio.

El exilio como “una vivencia liberadora”, percepción más que válida si se tiene en cuenta que quien se exilia, se siente limitado en su medio por razones diversas como la censura, la amenaza contra su seguridad o la atropello a su tranquilidad y salir de la escena en donde se agencia la perturbación, genera un indiscutible sentimiento de liberación.

Sin embargo, los problemas de quien nos exiliamos no se superan una vez se cruzan las fronteras geográficas o mentales (para quien simplemente se abstrae de la realidad que no le satisface). Para éstos últimos, el exilio mental representa nada más y nada menos que un síndrome de desadaptación social, síntoma neurótico. Para los primeros, los que en efecto se salen del mapa, emergen nuevos desafíos en donde no sólo está comprometida su apertura frente a otra cultura y su capacidad de adaptación, sino también la receptividad y aprendizaje acumulado del lugar de acogida y ahí se encuentran todos los ajustes: desde la acogida abierta, hasta prácticas xenófobas que parecen propias de épocas pre modernas, producto de la perpetuación de estereotipos y hasta fenotipos; porque aunque parezca increíble en pleno Siglo XXI , el “crisol de razas” sigue siendo una obsesión para individuos retrógrados y frente a esto hay factores maximizadores de la vulnerabilidad de quien nos hemos exiliado, asociados a la raza, la escolaridad y la nacionalidad.

Un nuevo escenario aparece y hay que aprender un nuevo papel para representar en el mundo, aunque la esencia se conserve intacta.

No podemos olvidar que Todos somos exiliados potenciales.

*Perseguido político