John Kennedy: La vida truncada de un líder mundial

Fue un personaje fascinante, contradictorio, brillante, un político joven que le dio impulso a la década del 60, que prometía paz y flores y terminó en sangre y tragedia. Tal vez la tragedia de aquellos años se haya iniciado con el asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, hace medio siglo.Su muerte temprana a los 46 años -fue baleado en la cabeza en plena Plaza Dealey, a la luz clara del mediodía texano-, la oscuridad que rodeó al crimen y a su presunto asesino, Lee Harvey Oswald, asesinado a su vez dos días más tarde en el Departamento de Policía de Dallas; la historia oficial del asesinato, elaborada por la Comisión Warren que determinó que hubo un solo asesino y que fue Oswald; la cantidad de evidencias que refutan ese informe, los años de silencio que lo rodearon y aumentaron su misterio e hicieron nacer y crecer decenas de teorías conspirativas, todo hace del crimen de Dallas uno de los hechos más tr ascendentales del siglo pasado.Recordar a Kennedy por las circunstancias de su muerte, es una injusticia con su figura y con su época. Es mucho más interesante internarse en su breve gestión de gobierno de casi tres años, en plena Guerra Fría, o en el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS que comandaba Nikita Kruschev, en el poderío nuclear de ambos países y en el peligro de que el mundo volara por un error de cálculo. Kennedy vivió toda su presidencia con ese temor. Y faltó muy poco para que se cumpliera: en octubre de 1962 la URSS instaló misiles en la Cuba de Fidel Castro y, durante trece días, las dos potencias rozaron la hecatombe.La personalidad de Kennedy es más rica que su asesinato. Fue el primer presidente católico de Estados Unidos, el primero nacido en el siglo XX y el más joven en llegar a la Casa Blanca: tenía 43 años cuando ganó las elecciones de 1960 y cuando asumió en la helada mañana del 20 de enero de 1961. Fue también un aventurero sexual, promiscuo, imprudente, protegido por funcionarios y periodistas; un político que aprendió el oficio de presidente sobre la marcha, el primero del continente en descubrir la importancia de la televisión en la política (triunfó sobre Richard Nixon en el primero de los debates televisados en la historia norteamericana) y un estadista interesado por los derechos humanos que sin embargo toleró, si no los impulsó, los planes de la CIA para asesinar a presidentes extranjeros, en especial a Fidel Castro. Creía que el comunismo era la cruzada del siglo, pero estuvo siempre comprometido a preservar la paz, consciente de que, en una guerra nuclear, “los que queden vivos envidiarán a los muertos”.Había nacido en Boston el 29 de mayo de 1917, era el segundo de los nueve hijos de Joe y Rose Fitzgerald: un clan familiar dedicado a la política y golpeado por la tragedia. Fue un héroe de la Segunda Guerra, comandó una lancha torpedera en el Pacífico y regresó herido y con una grave afección en su espalda: un padecimiento más para una salud frágil, que le hizo intuir siempre una muerte joven. También entrevió, con pasmosa certeza, que sería asesinado.Fue senador por Massachusetts a los treinta y cinco años y se casó en 1953 con Jacqueline Bouvier, una bellísima reportera de Washington a quien había conocido el año anterior. Tuvieron dos hijos: Caroline y John Jr y, una hija que nació muerta y otro hijo, Patrick, que nació prematuro el 7 de agosto de 1963 y murió por deficiencias pulmonares dos días después.Su presidencia estuvo signada por media docena de hechos decisivos, y decisorios, en aquellos años de Guerra Fría, que no fue guerra ni fue fría: Ω Las relaciones con Cuba, marcadas por la invasión a Bahía de Cochinos en abril de 1961 y la crisis de los misiles en octubre de 1962.Ω El enfrentamiento con la URSS por Cuba y por la Alemania de posguerra, ocupada y dividida por las potencias ganadoras de la Segunda Guerra: durante el gobierno de Kennedy, la URSS levantó el Muro de Berlín.Ω La guerra de Vietnam, que por entonces no contaba con la participación de las fuerzas armadas de Estados Unidos, había unos miles de “consejeros” que Kennedy pensaba retirar a fines de 1963.Ω Los derechos civiles de los negros, que en esos años no votaban, no tenían acceso a colegios y universidades de los blancos y tenían bares, iglesias, baños, barrios, bebederos y hasta asientos en los buses separados de los blancos.Ω La decisión de enviar un hombre a la Luna, y traerlo de regreso, como objetivo esencial de la carrera espacial, liderada por la URSS con el lanzamiento del primer satélite artificial en 1957.Ω La determinación de firmar un tratado con la URSS sobre prohibición de experiencias nucleares en la atmósfera o fuera de ella, en lo que constituyó su más fuerte y sincero intento, aunque no el único, de poner fin a la Guerra Fría que terminaría casi cuarenta años después; Kennedy también intentó, como hoy Barack Obama, instaurar un sistema de salud para los más necesitados, que fue rechazado por el Congreso. Es probable que, sin saberlo, Kennedy haya pretendido calzar el siglo XXI en aquel siglo XX ajado y de posguerra. Se sentía con motivos para hacerlo: “La antorcha –dijo en su discurso inaugural– ha pasado a una nueva generación de americanos”. En privado era más sincero: “¿Vos te das cuenta de que soy el único obstáculo entre Nixon y la Casa Blanca?”, dijo a un consejero. Nixon asumió como presidente en 1969, seis años después del asesinato de Dallas.Los años de Kennedy fueron fundacionales para Estados Unidos, para Europa y también para América Latina. Convencido de que Fidel Castro intentaría exportar su revolución marxista, Kennedy impulsó la Alianza para el Progreso, destinada a paliar la pobreza del continente. La mayor parte de los veinte mil millones de dólares iniciales se perdieron en los meandros de la corrupción latinoamericana, o fueron desviados a gastos militares.Kennedy tuvo una particular relación con la Argentina, signada por Cuba y por Ernesto “Che” Guevara. Mantuvo una inusual, por lo cordial, relación con el presidente Arturo Frondizi.El asesinato de Kennedy puso fin al intento de entendimiento con la URSS, frenó un acercamiento de Estados Unidos a la Cuba de Castro encarado por el diplomático William Atwood que conversó con el embajador de Castro en la ONU, Carlos Lechuga, y permitió que Estados Unidos entrara de lleno en la guerra de Vietnam: en sus pantanos, iba a morir parte de la nueva generación de americanos encargada de llevar en alto una antorcha cuya llama se apagó para siempre en Dallas.Parte de su legado vuelve a ver la luz a medio siglo de su muerte. Su vida, como pocas, se consumió en las llamas de la pasión política, acabó antes de tiempo y en tragedia, dejó la incógnita de lo que pudo ser y alimentó un mito y una fascinación cimentados en un crimen sobre el que todavía no se dijo la última palabra.wFuente: clarin.com Por alberto amato