Maduro y el intervencionismo chavista

Marcelo Ostria Trigo

OSTRIA TRIGO Un editorial del diario El Observador de Montevideo, Uruguay (05.11.2013), intitulado “Menos intromisión venezolana”, hace notar que Nicolás Maduro, desde que “reemplazó al extinto líder del bloque ‘boliviariano’, se ha abstenido de caer en el intervencionismo venezolano en los asuntos internos de todos los países de la región, que caracterizó la década de autoritarismo de Chávez”. Y en seguida recuerda que este Maduro, cuando era canciller de Hugo Chávez, “intentó convencer en Asunción a jefes militares paraguayos para que restituyeran a Fernando Lugo a la presidencia luego de su destitución en juicio político en el Senado".

El editorialista añade: “Nada indica que la razón sea que el actual presidente (venezolano) haya ganado equilibrio sobre el respeto que debe imperar en las relaciones entre los estados. La causa real es que los apabullantes problemas internos de su país y sus propias fantasías no le dejan mucho tiempo para la política exterior, con la excepción de seguir subsidiando a Cuba para evitar el colapso de la dictadura castrista”.



Pero ¿esto debe tranquilizar a quienes han venido sufriendo por años las intromisiones chavistas? O es que, si por esas cosas raras del destino este personaje obtuviera un respiro frente a esos “apabullantes problemas”, volvería a la manía de intervenir, con el mismo descaro de su predecesor, en los asuntos internos de los países de América Latina. Si eso sucediera –lo que ahora es improbable, por cierto– no sería porque el mandatario haya tenido un propósito de enmienda, puesto que, en los hechos, demuestra iguales –o mayores– gestos hostiles, similares fábulas ridículas, parecidas calificaciones absurdas y análogas acusaciones mendaces y, sobre todo, la misma agresividad patológica de su predecesor; actitudes que constituyen la madre de los disparates, abusos y yerros de un experimento que ha llevado a la rica Venezuela a la más grave crisis de su historia.

En el pasado de nuestros países, fue corriente el ascenso de autócratas perversos que cayeron en lo ridículo y, por supuesto en lo absurdo. ¿Acaso las leyendas absurdas contadas por Maduro, como la del pajarito “chiquitico”, la aparición fantasmagórica de Hugo Chávez en un túnel caraqueño y otras del mismo corte, no tienen paragón con los disparates de esos otros tiranos del pasado, como Rafael Leónidas Trujillo, que aceptó –seguramente fue él quien ordenó– el cambio de nombre de la capital dominicana por el de Ciudad Trujillo?

Y claro, como Maduro se siente el ‘alter ego’, el ‘otro yo’, del fallecido caudillo, y por lo que le dicen y siente, cree que los homenajes sensiblones a Chávez están también dirigidos a él, personalmente. Y, entonces, se aplica aquello de “dile al burro forzudo y lo verás forcejear”. Pero no tanto… En el fondo, él debe saber que el ciclo neopopulista en nuestra región se está acabando. Pero fanático y terco, aún tiene esperanzas de salvar el chavismo. Entonces, le viene ese forcejeo…

Fuera de lo anecdótico, cada día que este Maduro aparece en las calles de Caracas y en la pantalla de la televisión oficial, está más enfurecido, más agresivo, más petulante y, sobre todo, más fanfarrón… Esto sucede con las fieras: cuando están acorraladas, son más peligrosas y, antes de ser cazadas, pueden causar males tremendos.

Este Maduro es el mismo que encabezó una delegación de representantes de países de la ALBA (Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) que viajó a Siria, cuando se iniciaba la rebelión popular contra el régimen de Damasco, para poner de manifiesto el apoyo al tirano Bashar al Asad. Antes ya lo hizo en favor del carnicero de Libia, Muamar el Gadafi y con los ayatolas de la teocracia iraní. Y siempre fue ejemplo de intervencionismo irresponsable.

Habrá que recordar que Adolfo Hitler, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, pronunciaba sus más encendidos y violentos discursos contra los aliados, contra la democracia liberal, contra los judíos y contra otras minorías. Entonces, se acuño la frase: “Mientras el Führer habla, la victoria se le esfuma”. Estaba en la etapa terminal del efímero “Tercer Reich de los mil años”. Entonces, ¿por qué habrá que creer que este Maduro, que se desgañita con insultos y soeces calificaciones, sea mejor moralmente que los otros tiranos? Lo que está a la vista es que sufre de mayores carencias. En efecto, al final del mencionado editorial de El Observador, con acierto se anota: “Está bien que Maduro se concentre en los tremendos problemas internos de su país y no en entrometerse en otras naciones. Pero es una concentración que de poco les servirá a los castigados venezolanos mientras su presidente mantenga sus actuales ineficiencias y desvaríos”.

En suma, Maduro no interviene ahora, porque ya no puede…

Es más; a los que comparten el estilo chavista y populista, les cabe ahora aquello de que, “cuando veas las barbas de tu vecino afeitar, pon las tuyas a remojar”.