Los enemigos del progreso

Carlos Herrera*HERRERAOK_thumb2Cuando la gente simple se refiere al liberalismo capitalista (que más que una doctrina política es un conjunto de ideas cuyo eje central consiste en apoyar el respeto a la libertad individual, ponerle límites al poder político y promover la economía de mercado) no suele ver otra cosa que la imagen de un monstruo fagocitador de pobres y gente humilde.¿Qué dicen estos del liberalismo capitalista? Muchas cosas, pero principalmente que no hay peor enemigo para los pobres que aquella filosofía política. Según ellos, las ideas liberales son las responsables de la pobreza de nuestros pueblos, porque el orden económico creado por el capitalismo, permite que unos exploten a otros basados en el poder del dinero, en su habilidad para producir bienes o servicios, o simplemente en la necesidad de sobrevivencia que tienen los pobres.Según este peculiar entendimiento, el mercado -es decir, el ámbito donde el intercambio comercial se despliega- no es otra cosa que un espacio donde los más fuertes se comen despiadadamente a los más débiles, o donde se aprovechan de la necesidad ajena, de suerte que los únicos que prosperan son los dueños del gran capital, dejando a los más pequeños o a los pobres en la ruina más terrible.Nunca dicen que el mercado, además del mecanismo más efectivo para la redistribución de los recursos (pues la gente gasta su dinero de acuerdo a sus mejores intereses y sin coacción alguna) es la mejor forma de fijar los precios de las cosas, porque funciona en base a la competencia entre los productores, que siempre procuran desarrollar mejores productos al más bajo costo para aumentar sus ventas y con ello acumular más ganancia, lo que favorece directamente a quienes son la razón de ser del mercado, los consumidores.Del anterior equívoco deducen también (ya muy de acuerdo con los intereses de los enemigos de la libertad) la idea de que el Estado sea quien ordene las cosas y ponga en el brete a esos empresarios antropófagos, que por causa de la injusticia inherente al funcionamiento del mercado, adquieren más poder y riqueza de la debida. Todo lo cual deriva también en la lógica que nadie mejor que el Estado como redistribuidor de la riqueza que una sociedad genera, ya que según ellos, la riqueza no es fruto del trabajo y el ingenio de las personas (algo que se crea y reproduce según la actividad de las personas, es decir, un asunto elástico) sino una constante que no se modifica y que pasa de mano en mano, por lo mismo de lo cual hay que evitar que se concentre en pocas manos.Y entonces ¿Quienes son los enemigos del progreso? Pues todos aquellos que afirman que el Estado tiene como misión sagrada dirigir a la sociedad diciéndole a la gente cómo tiene que pensar, qué tiene que producir, cuanto debe costar cada producto, etc. etc. Porque no advierten que nada es más perjudicial para el trabajo y la generación de riqueza (a la postre la única cosa que cambia las condiciones de vida de un pueblo) que las pautas dirigistas de un Estado lleno de burócratas que no entienden ni remotamente la importancia de fomentar un orden racional de cosas, es decir, un orden que premie el esfuerzo, el conocimiento y la creatividad, más que el compadrerío y la amistad con el poder político.En prueba de lo anterior solo hay que mirar el mapa mundial de la prosperidad y la pobreza. Veremos ahí que sólo los Estados dotados de pautas de organización que respetan el Estado de Derecho y los fundamentos liberales (igualdad ante la ley, responsabilidad propia, respeto por el derecho individual, límites al poder político, protección de la propiedad privada, respeto por los derechos de libertad, mercados abiertos que permiten una sana competencia, etc.) son los únicos que han tenido éxito en la formación de sociedades libres y prósperas.Los otros, aquellos que no ven los mercados como generadores de riqueza, que no ven el poder político como institución de servicio sino de dirección omnímoda, nunca salen de la pobreza más lamentable. Ahí están muchos pueblos de Latinoamérica como ejemplo de lo que se dice, algunos que son ya un verdadero desastre y donde hasta los alimentos faltan, como en el caso de Cuba y Venezuela.Bien miradas las cosas, lo que el último siglo enseña en materia de filosofía política, es que la idea sobre el rol del Estado ha cambiado radicalmente, al punto que ahora sabemos que aquel no es la cabeza de la sociedad, es decir, no tiene que pensar por nosotros ni decirnos por dónde ir, sino servir a nuestros deseos y nuestras necesidades, ya que incluso aquellos que son nuestros representantes políticos (parlamentarios y autoridades políticas) solo deben tomar decisiones políticas en una forma limitada y subordinada siempre a las ideas de libertad y respeto por los derechos de las personas.El Estado entonces, es decir, la burocracia que maneja los poderes y las instituciones estatales, no son quienes para dictar las pautas morales e ideológicas a la sociedad. Su función es la de administrar el tejido institucional sin desvirtuar la legalidad democrática, es decir, sin romper con los valores y los principios constitucionales modernos. Nada más. Si entendemos las cosas de un modo liberal, entenderemos que lo que hace posible el crecimiento es la mayor cantidad de libertad y autonomía posible para la sociedad, no la mayor intervención estatal en nuestras vidas.Entender las cosas desde el punto de vista liberal no es un pecado; es, más bien, la única forma de sacar al país de la ignorancia y la miseria en la que se debate. Es también la única forma de sacudirnos del corporativismo y las burocracias que, en colusión, han tomado el control de muchos de los Estados en Latinoamérica. *Abogado