De lo paranormal a la investigación

Mauricio Aira

MAURICIO AIRAOK Envueltos en la vorágine preelectoral, no encontramos reposo ni espacio físico en nuestras mentes para reflexionar en lo que el sacerdote Jesús Sánchez Adalid llama Vida después de la Vida. El tema que se agrupó en la sigla ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte), los testimonios de sobrevivientes que pasaron por una muerte clínica.

Ellos pasaron por la desaparición de todas las señales de vida, la conciencia, el pulso y la respiración y nos cuentan de la salida del cuerpo, de la levitación, de haber alcanzado la serenidad total, la calidez y su visión de una luz al final del túnel o su encuentro con Dios, los ángeles, sus seres queridos. No extrañe entonces que científicos y médicos de prestigio traten de encontrar explicaciones de algo que está pasando del campo de lo paranormal al terreno de la investigación empírica. Sánchez Adalid revela que la Universidad de Southampton en el Reino Unido ha iniciado el primer estudio serio y a gran escala, y se sabe que entre el 10 y 20% de casos de muerte clínica presentaron procesos mentales estructurados, capacidad de razonar e incluso recuerdos detallados de la situación en que se encontraba su cuerpo. En Holanda 344 casos mostraron similares resultados. Una enfermera, Penny Sartori, experta en cuidados intensivos, ha publicado un libro hace poco, recopilando trabajos de médicos que los habían registrado pulcramente en sus historias clínicas.



Se repiten causas físicas -falta de oxígeno en el cerebro, alucinaciones, la anestesia y los mecanismos mentales de defensa de los que hablan los sicólogos-, aunque la ciencia, cito de nuevo al sacerdote, “no nos da todavía la respuesta a algo inexplicable…”. Y lo religioso, ¿qué muestra? Desde luego ninguna respuesta oficial de la Iglesia a las ECM, aunque nada es incompatible con el Catecismo. La muerte es el final de la vida en este mundo, la separación del alma y el cuerpo. ”Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), su espíritu iba a reunirse con Dios. Al buen ladrón le promete estar en el cielo el mismo día. O sea, Jesús veía la muerte como separación del alma y del cuerpo, de ninguna manera como una aniquilación final, irreparable.

Todavía hay más. Tenemos un alma inmortal y nuestras vidas transcurren en el tiempo, así nacemos, cambiamos, nos hacemos viejos y como todos los seres vivos tenemos un final, aunque no nos fundiremos en ese océano impersonal de “la conciencia cósmica” como nos quieren hacer creer algunos, ni seremos ángeles, como suponen otros. El autor lanza esta idea: Jesús une la fe en la resurrección con la fe en su persona divina. “Yo soy la Resurrección y la Vida”, “mirad mis manos y mis pies, soy yo mismo” (Lc 24, 39). Es el mismo Jesús que en su vida pública devolvió la vida, resucitó a varios muertos.

La gran conclusión y la esperanza. Nuestro cuerpo caerá en la corrupción y destrucción, nuestra alma buscará el encuentro con Dios a la espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Al margen de toda especulación, que la hay y mucha, sobre todo porque nos cuesta profundizar nuestra Fe, meditar y orar, los católicos, mortales como somos y sufrientes por la pérdida de algún ser querido, deberíamos pensar en Aquel que prometió la vida sin fin y una morada eterna junto a El.

Cuando se nos ofrecen tantos bienes materiales y los políticos prometen un paraíso a sus seguidores y cuando brillan alrededor nuestros tantos espejuelos, no nos dejemos engañar, porque todo lo que pueden darnos es nada comparado con el destino que Dios tiene reservado a sus hijos más fieles.