El verdadero cimiento

Carlos Herrera*

HERRERA OK Las normas que los países modernos han adoptado para regular la conducta social y la organización del Estado, son el fruto de la racionalización del pensamiento; el producto de la razón aplicada a la solución de los problemas que la vida en comunidad suscita. Sin normas, es decir, sin racionalidad, no hay Estado ni país alguno. Las normas de Derecho democrático, entonces, no son un capricho de ninguna clase social, son más bien una técnica de regulación acordada entre la mayoría, que hace posible un determinado orden social basado en la negociación, mas que en la imposición. Y aunque son también el reflejo de los intereses y valores predominantes, su función última es la de evitar el caos y la colisión entre los derechos de las personas, mediante la imposición de límites y procedimientos para el ejercicio de los mismos.

Por eso también las democracias no son más que una inmensa red de normas e instituciones pensadas para permitir la convivencia civilizada entre desiguales, es decir, entre poderosos y débiles, entre ricos y pobres, o simplemente entre culturas diferentes, tal y como lo enseña la experiencia de aquellos países donde conviven en armonía gente tan dispar como hindúes, musulmanes, católicos, protestantes o liberales ateos, países donde el verdadero vínculo cohesionador social no viene de otra cosa que de la cultura democrática, esto es, de unas reglas de convivencia inspiradas en los valores del respeto a los derechos de las personas, la tolerancia, la división del poder público y la constitucionalización de todo ello.



Hay que asentar con fuerza en la formación de los ciudadanos esta filosofía de la razón, porque no es sino enseñando a pensar razonadamente a su gente que los países pueden alcanzar resultados efectivos. De ahí que una buena educación escolar (que es donde deben empezar los cambios sociales trascendentes) tiene que dar a los alumnos, más que un cúmulo de conocimientos inconexos e intrascendentes, una inteligencia hábil en la lógica y el razonamiento de los temas que aborda. Que la persona pueda establecer con acierto las relaciones de causa y efecto entre las cosas, y que discierna bien las razones que apuntalan estas relaciones. Esto porque el conocimiento por sí mismo no es nada si no trasciende en resultados concretos.

La creencia que la lógica y la razón, entonces, son asuntos exclusivos de las ciencias exactas, es equivocada, porque no hay asunto humano que pueda prescindir de su ejercicio. Un ejemplo, cuando un analista social -a la hora de interpretar los fenómenos sociales- mira más su recetario ideológico que la propia realidad, de seguro no le aportará a sus oyentes o lectores más que confusión y oscuridad.

Una buena educación intenta siempre formar una persona con una buena capacidad de razonamiento, para que pueda juzgar las cosas con un mínimo de puntería. Que pueda discernir, por ejemplo, que la pobreza de los países tiene razones claras. Se debe, mas que a una confabulación exterior o interior, a la poca capacidad productiva de los países. O que la ausencia de inversión deviene en mínimo empleo. O que las sociedades que carecen de estabilidad jurídica porque las leyes se cambian según la voluntad y el capricho de los gobernantes de turno y sin respetar los procedimientos legales, nunca mejoran sus condiciones de vida.

Es clave discernir el rol que juega la educación basada en la racionalidad en la vida de los pueblos, porque incluso la riqueza, esto es, los bienes y servicios que un país produce y exporta, no aparecen de la nada, son el fruto de la investigación y del estudio razonado, algo que toma generaciones en evolucionar.

¿Cómo debiera ser esa educación? Ya lo hemos dicho, debería estar basada en la razón, es decir, la gente debiera saber que el conocimiento verdadero de las cosas sólo se obtiene mediante el uso la razón, no por medio del dogma o de la fe ciega. Esta idea es la que inspiró el periodo de la historia que denominamos Renacimiento, y que defendieron los filósofos humanistas y de la ilustración en los siglos XVII y XVIII. A su ejercicio se debe el florecimiento de la ciencia y las artes en el mundo. Todo el progreso actual sería impensable sin el desarrollo del racionalismo, esto es, el método de conocimiento basado en el uso de la razón. El grado de avance científico actual corrobora esta afirmación.

A la inversa, un ejemplo típico de conocimiento edificado en base a dogmas de fe y no en base a la razón, es la doctrina política del socialismo, cuyos postulados esenciales son, más que ideas comprobadas racionalmente, fruto del deseo y la fe política ciega. Sus dogmas de fe (socialización de la propiedad privada, economía dirigida, igualitarismo social, unipartidismo, etc.) en los hechos solo dejaron países devastados moral y materialmente, e instauraron dictaduras fanáticas y criminales que asesinaron a millones tratando de imponer aquellos postulados.

Eso porque los socialistas nunca se detuvieron a pensar la sociedad haciendo uso de la razón, no valoraron la diversidad social en su justa medida, ni razonaron que todos las personas merecen igual respeto (ricos y pobres, ciudadanos y campesinos, heterosexuales o gays) ni se esforzaron, a partir de esa verificación, en edificar una sociedad que le permitiera a todos, en un ámbito de respeto mutuo, desarrollar su vida según sus costumbres e idiosincrasia propios, esto es, preservando su individualidad.

Es la habilidad para percibir las cosas como son, lo que constituye la clave del progreso, no el talento para idealizarlas. Las democracias liberales occidentales, por el contrario, aplicaron la razón al estudio del problema social, y eso devino en la adopción de una cultura de respeto por la vida y los derechos de las personas, que hizo posible al mismo tiempo la conformación de comunidades sociales que no tuvieron que matar ni encarcelar a miles para imponer un orden, y que se han convertido en modelos de vida civilizada, donde se respeta la vida y la dignidad de las personas.

*Abogado