Helga Fleig en su faceta secreta

fleigEl que es meticuloso, lo es en todo: Helga Fleig Aponte no solo es una artista con el cabello y el maquillaje, sino con los utensilios y los ingredientes de cocina. La estilista y propietaria de los salones de belleza que llevan su nombre tiene un talento que conocen solamente su esposo, Luis Javier Vicente y quienes forman parte de su entorno cercano: su buena mano para las recetas.

Aprendió a cocinar a los 20 años, cuando su madre, en el afán de convertirla en una buena ama de casa, contrató un chef para que le diera clases particulares. Recién a esa edad descubrió una nueva pasión, primero con recetas sencillas, que fueron perfeccionándose, y después con ayuda de otros cursos, varios de ellos dictados por Inés España, gracias a quien además hizo buenas amigas por «culpa» de las divertidas jornadas culinarias. Desde entonces aprendió a preparar desde sushi y comida china, hasta italiana, tailandesa, española y tartas.

No le gusta «mandarse la parte», pero sus propuestas favoritas cuando tiene juntes en casa son tentadoras: picaditas y pizzas a la parrilla para los momentos familiares con su media naranja, Luis Javier, y los pequeños Inés Menacho, Analía y Juan Francisco Vicente; y paella (que le sale espectacular) para las reuniones con los amigos.



El pueblo la reclama cuando no incursiona en la cocina (entiéndase por pueblo todo su clan, sin contar a sus aparceras). “Las personas que van a casa son gente muy querida de nuestro entorno, y después de cada encuentro, siempre queda pendiente el siguiente. Yo creo que eso quiere decir que fueron bien atendidos y que los anfitriones hicieron un buen papel”, responde Helga cuando se le pregunta si se considera buena para atender a su gente.

Pero el manantial de halagos proviene de quien es su alma gemela desde hace apenas nueve meses. “Me encanta cocinar para mi esposo, es el mejor elogiando mis platos, generalmente en las noches preparamos la cena juntos. Él ayuda a picar y yo cocino, o viceversa”, confiesa quien continúa de luna de miel.

De vez en cuando, aunque sea de rebote, alguna delicia surte a las dos mascotas de la casa, el hijo adoptivo Lobito (un esquimal americano, dueño y señor  de la peluquería) y Dalila (la bulldog inglesa de la casa). No mencionarlos sería un pecado, en una familia habitada por el amor declarado a los animales.

El secreto de Helga para que todo le salga tan bien es una aliada, su mamá, que al radicar en España le facilita increíblemente el acceso a todo tipo de especias que enriquecen el «laboratorio» de donde salen sus platillos.

Pero una buena anfitriona no podría jactarse de serlo si su talento no fuera saboreado en el más bello de los paisajes hogareños.

La casa de Helga y de su esposo, Luis Javier Vicente, es un verdadero altar lleno de ofrendas para el buen gusto. La cocina es enorme, perfecta para desarrollar la pasión culinaria, con madera por todas partes, igual que el comedor. Los artistas bolivianos más reconocidos se sientan a la mesa a través de pinturas y esculturas

Fuente: www.eldeber.com.bo