Los relojes del sur

Renzo Abruzzese

RENZO Una vieja historia china cuenta que un monarca de la antigüedad mandó a flechar todas las efigies de sus dioses desafiando su poder. Consciente de que el tiempo consumía su vida, decidió construir un palacio para que la noche fuese perpetua y nunca llegara un nuevo día, creía que podía jugar con el tiempo; vanos fueron todos sus esfuerzos. Como el tiempo y la historia no van en reversa, el iluso príncipe murió como cualquier mortal, su comunidad retomó su destino, el palacio de las sombras quedó en el olvido y los ciudadanos restituyeron sus dioses. La vieja población es hoy la capital de China Popular, Pekín, hoy Beijing.

Si el protagonista de esta tragedia hubiera poseído en el aquel tiempo un reloj mecánico, con absoluta seguridad habría invertido el giro de las manecillas, porque de lo que en el fondo se trata es de revertir el orden de las cosas. Basado en esta lógica, un alto funcionario del Ministerio de Educación anunció hace unos días que en las escuelas se enseñará a los niños a leer la hora al revés.



El programa se aplicará solo a niños escolares, porque los mayores ya “están colonizados”. El sui géneris reloj descubre así su verdadera vocación: revertir el orden de la realidad de forma que la ‘descolonización’ pasa por imponer un proceso cognitivo en reversa. Formalizando la ecuación semiótica, los niños aprenderán que la barbarie era mejor que la modernidad, que el mestizo-blancoide es equivalente a la miseria, que el socialismo fracasado es la prueba irrefutable del éxito, que las cárceles cubanas atestadas de disidentes son el emblema de la libertad; que los dictadores asiáticos son símbolos de la liberación de los pueblos, que el sur es el norte, que lo positivo es ahora negativo, etc.

Evaluadas las proporciones de este dispositivo ideológico, no cabe duda de que el Gobierno llegó a la conclusión de que el país ingresó a la quinta etapa del ‘proceso de cambio’, etapa en que, según el texto oficial, el objeto a transformarse ya no es el ejercicio del poder, la economía, la salud o la educación, sino, por encima de todo, el cerebro de los ciudadanos. Mala señal, peor augurio, porque todos los que pensaron como el monarca chino solo dejaron a sus pueblos rezagados en la trastienda de la historia.

El Deber – Santa Cruz