Tito Solari: El que no piensa en la muerte, no resuelve el problema de la vida

La entrevista se realizó el miércoles pasado, en el despacho del religioso, al filo del mediodía soleado de Cochabamba (Bolivia).

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EL DEBER, Bolivia

El próximo martes, el monseñor Tito Solari cumplirá 75 años de vida y se convertirá en un obispo jubilado, aunque él, con un humor tranquilo adelanta que preferíra que le digan jubiloso, porque así se siente este italiano alto y delgado que en marzo pasado estuvo a punto de recibir la extremaunción, porque cuando viajó a Madrid, cuando un médico le diagnosticó cáncer en el páncreas y sentenció que sus días estaban contados en este mundo. Tito Solari nació en Údine, un pueblo del noroeste de Italia arropado entre montañas y bosques, el 2 de septiembre de 1939, al día siguiente que empezó la Segunda Guerra Mundial y a sus 17 años, cuando sentía atracción por las chicas, tomó la decisión de convertirse en un hombre de amor y paz.

La puerta de la oficina más importante del Arzobispado de Cochabamba se abre y él mismo invita a pasar con esa voz de anfitrión amable que tiene. Adentro, hablará de la vida y de la muerte, sonreirá con una cara de niño, no podrá contener un puñado de lágrimas y dirá que fue un mes bello aquel tiempo cuando creía que estaba enfermo de muerte. Hace 40 años, el entonces joven Tito llegó a San Carlos, provincia Ichilo, en 1974. También estuvo en Yapacaní y ahora está por cumplir un camino largo de 28 años de obispo. “Los obispos nos jubilamos a los 75 años de edad. Aquí termina mi servicio, pero esperaré a que venga el remplazante y lo posesionen. No sabemos cuándo ocurrirá eso. Pero me quedaré en Bolivia”, asegura, jubiloso, en esta entrevista.

“Seré sacerdote”

Lo decidió muy joven. A los 17 años. Un día, su confesor, que era además músico y un hombre de espíritu, le preguntó: ¿Tú nunca has pensado en ser salesiano? Tito le dijo que no. Su confesor le replicó: ¿Por qué no lo piensas? Y Tito lo pensó seriamente por meses.

“Vi que era un camino que tenía sentido, que respondía a dar plenitud al corazón humano que por un lado tiene la opción de formar una familia, y por otra, a través del sacerdocio, abrirse a un horizonte nuevo para dedicarse a los jóvenes”, recuerda.

Pero para tomar la decisión final, quedaba por analizar una cosa fundamental. A esa edad, Solari sentía la atracción por el matrimonio. Entonces, él se preguntaba. “¿La vocación es una inclinación, un sentimiento o una elección?” Su sentimiento, su inclinación era para el matrimonio, pero también veía un horizonte de valores muy grandes en la vida religiosa. Tito volvió a su confesor para preguntarle eso, y él, sin esperar a que le pregunte de nuevo, le dijo: “La vocación es una elección”.

A sus 17 años, ¿usted estaba enamorado de alguna mujer?

No, yo sentía lo que siente cualquier joven. La atracción al matrimonio, hacia las chicas, formar un hogar. Era eso y una perspectiva profesional. Mi padre tenía una industria de relojes. Mi perspectiva era seguir eso. Soñaba yo en conquistar el mundo con los relojes, de copar todos los mercados del mundo.

¿Convertirse en sacerdote implicó renunciar a la fortuna de su padre?

– No fortuna. Era una empresa mediana, pero las perspectivas eran de ampliarse y de estar presente en todo el mundo”.

– ¿Cómo es el sacerdocio?

Es un gran misterio, por un lado, nos hace a nosotros mismos ser don para los demás. Veo que el sacerdote vive la experiencia más grande cuando confiesa a una persona. Ahí sientes que has llegado al misterio más grande del ser humano, el de participar de la vida, de los sentimientos, de los dramas, de las esperanzas de una persona, y ahí también encuentras un misterio de Dios.

Hay misterios también bellísimos, como cuando acompañas a personas en el tránsito de esta vida a la otra vida. Yo tengo el recuerdo de un joven que vivía en mi casa de Santa Cruz, que estaba enfermo de tuberculosis, y el padre Vicente Bruneli que era mi colaborador, lo acompañó mucho, lo preparó para la muerte porque ya sus pulmones no le daban suficiente oxígeno. Yo lo asistí la última noche, estuve con él y le pregunté, ¿dónde vas? Voy al cielo, me dijo él. Seguro, le dije. Fue bello porque en aquel tiempo yo tenía el proyecto de abrir un seminario. Entonces le dije que si va al cielo y se encuentra con Jesús, que le entregue un encargo mío. Dile a Jesús que me ayude a abrir el seminario. Me dijo que lo haría. Rezamos juntos y antes de despedirme quise comprobar si recordaba lo que le pedí. Estábamos en la última o penúltima hora de su vida y él estaba lúcido. Le dije si se acordaba de mi encargo, me dijo, claro pues. ¿Cuál es? El seminario, me respondió. He visto que acompañar a las personas en su última etapa es también otro gran evento del que participa el sacerdote de manera muy especial. Hay casos también dolorosos, hay grandes sufrimientos y también alegrías de aquellos que mueren en paz, confiando en el encuentro con Dios.

Poder

Tito Solari cree que la Iglesia católica ha sido afectada mucho, primero, por el poder. Porque hubo un tiempo en que los obispos eran príncipes, que imitando a los emperadores, que tenían hasta tropas para defender su territorio. “Eso fue vencido por el santo San Francisco de Asís, a través de la pobreza, cuando se libró a la iglesia de los bienes para volver a resplandecer con la luz del evangelio. “El poder y la riqueza son un peligro”, advierte con una voz preocupada, porque cree que otro peligro es también el dejarse contagiar por la superficialidad y el relativismo que rodea hoy en día.

Pero Solari está tranquilo porque sabe que Dios no abandona. No abandona al catolicismo que considera que el Señor acaba de regalar al mundo cristiano al otro Francisco, a Francisco Bergoglio, el nuevo papa, que según Solari, es el evangelio vivo y luminoso. Él tiene un poder moral y espiritual enorme. La iglesia se está renovando con él”, dice, emocionado.

¿Qué cosas pendientes quedan en la Iglesia para avanzar?

– La iglesia tiene que seguir sus pasos, es decir, no tiene que soñar un poder o números. Tiene que preocuparse de las ovejas perdidas que hoy en lugar de ser una son 99, pero con esa actitud de buscar y dar vida a la que necesita salvación, pero no construir más cosas, más organizaciones. Francisco lo dice.

¿Cómo ve a Bolivia y a los bolivianos?

Con mucho cariño. He llegado con un deseo grande de amar esta tierra y Dios me ha dado la gracia de enamorarme y casarme con Bolivia.

La riqueza más grande que noto en Bolivia es el corazón de la gente. La gente que vive más de corazón que de razón, más de compartir que de hacer, más de fe que de ideologías.

¿Qué le preocupa de Bolivia?

Me preocupa que una parte de la juventud de hoy no tiene un horizonte de ideales. Hay otra juventud que tiene grandes deseos de superación, sobre todo cuando en la noche veo a los universitarios que trabajaron de día y vuelven a sus casas cansados. Pero me da mucho miedo la juventud que busca las cosas y el dinero fácil, la droga, el sexo y el relativismo general. Yo veo un derrumbe de valores morales muy fuertes hoy en Bolivia.

¿Quién puede solucionar ello?

Es una pregunta difícil. Yo pienso que siempre es Dios. En la historia, los procesos culturales tienen un nacer, desarrollo y decadencia. Estos procesos que antes se daban en lapsos de 50 o 100 años, ahora se dan tan rápido que no sabemos si estamos al comienzo o al final. Hay corrientes que nos arrastran a la decadencia y otros puntos nuevos de esperanza. A San Francisco, Dios lo envió para salvar a la iglesia hace 800 años, ahora nos ha mandado a otro Francisco que tiene un proyecto de renovación de la iglesia. ¿Podrá la iglesia escuchar esta voz, ser sensible para ser a su vez un punto de referencia para una sociedad que está sin rumbo?

¿El Gobierno y la iglesia pueden fusionar esfuerzos para solucionar estos problemas?

El Gobierno tiene sus tareas, es elegido por el pueblo para generar condiciones de desarrollo. No es tarea del Gobierno, por ejemplo, mandar en la educación, sino, servir a la educación, no ponerse en el lugar de los padres para educar a los hijos. Pero hay un campo que es medio común, es asunto moral que no es exclusiva de la iglesia, sino de la sociedad en general y del Gobierno que dicta leyes que también son morales. Cuando dice, por ejemplo, si se puede o no acceder al matrimonio gay, o sobre el aborto. Ahí estamos en un terreno muy delicado. En este terreno la iglesia tiene competencia y tiene que estar atenta. Sin embargo la iglesia no es dueña de la moral, tiene que ser servidora de ella, no tiene que imponer. Dios nos ha dado un mandamiento que es la libertad de vivir y aplica los mandamientos.

¿Hay un estancamiento entre la Iglesia católica y el Gobierno?

Jesús ha sido perseguido. Cuando la Iglesia está en dificultad, se purifica mejor y es cuando más resplandece.    

La iglesia no tiene que estar en la sacristía, donde pretenden algunos gobiernos o ideologías. La iglesia está en medio de la masa, en el gobierno, en las estructuras de la Policía, del Ejército, en las universidades, donde hay cristianos, en todas partes.

¿Qué opina sobre el matrimonio gay?

Esto se lo ha explicado ya. Hace unos años salió un documento y ahí se dice que no se puede comparar el matrimonio natural con el gay, o decir que el matrimonio gay es un matrimonio. El matrimonio por naturaleza está compuesto por personas de distinto sexos. Se dice también ahí que estas personas no pueden ser olvidadas o excluidas de la sociedad, hay que reconocer su situación, el Estado puede intervenir, darle una definición, pero no equiparar esta unión con la del matrimonio natural.

El cáncer que no era

En Madrid le diagnosticaron, en marzo, un cáncer mortal en el páncreas. Las perspectivas de su vida estaban reducidas. Pero le dijeron que tenía que ir a un centro especializado para ver si había tiempo para una intervención quirúrgica que pueda eliminar el cáncer, porque a los médicos les parecía que estaba ya infiltrado en otros órganos como el duodeno y que la operación no la iban a aconsejar, que sería inútil, que significaba acelerar el proceso de la muerte. Entonces, en abril, Tito Solari fue a un centro especializado, lo internaron y el médico le dijo que si era cáncer lo que tenía, ya habría tenido que estar bajo tierra. Después le detectó que no lo que tenía no era cáncer, sino pancreatitis y que había solución. Ahora estoy con dieta por un año y me siento bien. “Fue un mes muy bello para mí”, dice, y no se trata de una broma. El monseñor está hablando en serio.

¿Por qué fue un mes bello?

Lo primero que sentí fue que Dios me concedía concluir mi mandato de obispo y abrirme la puerta del cielo de manera directa, sin padecer las vicisitudes y problemas de la vejez. Eso sentí como un detalle del Señor. Después, lo que me dio pena fue ver a las personas más cercanas a mí, a mis hermanos, a mis amigos, sufrir terriblemente con la noticia de mi muerte inminente. Mi hermana viajó de Italia a Madrid para que yo no estuviese solo, me protegían como si ya fuese más que un muerto.

¿Cómo podemos prepararnos para la muerte?

Hay que mirar a la vejez, es una etapa de la vida que hoy en día no se considera. A los viejos los llaman adultos mayores, pero es la vejez. La vejez hay que asumirla, es una etapa difícil, sobre todo en el contexto actual, que no es valorada, y el viejo hoy vive la experiencia más dolorosa que es la soledad, que no tenía que ser así.

Yo pienso que el cristiano tiene que mirar la vejez, mirando a Jesús. La vejez es la etapa de la total disponibilidad de lo que Dios disponga de uno. Ya no eres tú el que dispone de sus fuerzas, que puede darse más energía, es Dios el que cada día te hace dar cuenta de que cada día pierdes un poco de vista, de oído, de energía, de memoria, voy perdiendo todo hasta que me quede en nada. Aceptar este proceso es el primer paso. La última etapa de Jesús de la del calvario. Jesús en el monte de los olvidos se puso en oración. La voluntad del padre que le proponía la muerte, el sacrificio total de uno mismo. Que se haga la voluntad del padre. Quien tenga esta actitud sí lo logra y la vejez pasa a ser una linda etapa de vida. Uno puede amar mucho.

La madre y sus lágrimas.

El religioso se acuerda de su mamá que vivió hasta los 98 años. Recuerda, por ejemplo, que su ser querido fue perdiendo varios de los sentidos físicos, pero que hubo algo que nunca se debilitó: su amor. Entonces, cuando dice esto, el monseñor Tito Solari empieza a llorar despacio y con la voz quebrada dice:

“El amor de su corazón lo he visto crecer día a día en ella y lo podía medir en los nietos y bisnietos que brincaban de alegría cuando la veían.

Entre tanta bulla tecnológica, Tito Solari dice que la gente comete el error de despreciar la muerte.

“¿Por qué la sociedad quita una de las verdades más reales de la existencia humana?, pregunta y enseguida analiza. Es como quitar un elemento del problema. Quién no piensa en la muerte, no resuelve el problema de la vida. La sociedad de hoy está engañándose a sí misma”.