La importancia de apedillarse Fitz-James Stuart

ADIÓS A UN MITO. Genealogía de la duquesa de Alba. Este apellido comenzó a ser conocido por la mayoría de los españoles a partir del S.XX. Esta casa ha perdido una de las leyendas más originales que tenía España: su duquesa.

image

La duquesa de Alba, con Don Felipe y Doña Letizia, Carlos de Inglaterra y Camila de Cornualles en 2011. GTRES



CARLOS NIETO SÁNCHEZ, EL MUNDO, España

Hace ya bastantes años, la periodista italiana Oriana Fallaci se permitió una licencia literaria simpática que con el paso de los años se convirtió en falsedad comúnmente creída: si se encontrasen la duquesa de Alba y la reina de Inglaterra en un ascensor, la soberana tendría que cederle el paso. Como ocurre a menudo en España, este tipo de aseveraciones quedan ya en el imaginario colectivo y es difícil que lo abandonen. Pero siento, como si de los magos de Oriente se tratara, tirar abajo este mito: la duquesa de Alba no pasaría delante de la reina Isabel, sino que la dejaría pasar y saludaría cortésmente con el tradicional plongeon.

Y es que la duquesa de Alba ha estado rodeada toda su vida de leyendas, de mitos como el que acabo de describir o como aquel otro que decía que era la mujer más titulada de España, honor que en verdad le correspondía a la recientemente fallecida duquesa de Medinaceli. Ella misma ha forjado en torno a su figura la idea de una rebelde que, aunque consciente de su papel en la Historia y del de sus antepasados, le ha valido la simpatía del pueblo y la admiración de muchos.

La misma leyenda que forjaron ya hace siglos sus antecesores, todos ellos servidores leales de la Corona de España que dejaron bien claro, parafraseando aquel otro título de Oscar Wilde, la importancia de llamarse Fitz-James Stuart.

La Casa de Alba, de la que hasta ahora era titular Cayetana, era ya una potente casa de la nobleza bajomedieval situada en torno a los monarcas castellanos que premiaron su fidelidad con varios señoríos y que, en 1472, obtuvo del rey Enrique IV el ducado de Alba de Tormes, ciudad de la que eran, además, señores jurisdiccionales.

Su linaje, el de los Álvarez de Toledo, ostentó este ducado durante varios siglos, hasta que una serie de defunciones y matrimonios hizo que la casa ducal recayera en los Fitz-James Stuart. Ya entonces los Alba habían prestado grandes servicios a la Corona -en la conquista de Navarra, por ejemplo- y otro duque de Alba, el tercero, había sido el encargado de solventar (o reprimir, como se quiera) los problemas con los protestantes en los Países Bajos, ganándose su lugar, cómo no, en la nefasta (y muy revisable) leyenda negra de España.

Los Álvarez de Toledo fueron duques de Alba hasta la muerte, en 1802, de María Teresa de Silva y Álvarez de Toledo, la genial duquesa pintada por Goya y, como Cayetana, rodeada también de leyenda. Desde ese año la Casa de Alba recayó en un linaje de difícil pronunciación para los españoles, Fitz-James Stuart, y la explicación del cambio no puede ser más sencilla: la muerte sin hijos de María Teresa hizo que el ducado de Alba y el resto de sus títulos recayeran en su primo segundo, Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, duque de Liria y de Jérica. El flamante nuevo duque era descendiente de otra de las familias más señeras de la aristocracia española que había destacado por su fidelidad a la Corona y, más concretamente, a los borbones en Francia y en España.

Y digo esto porque Carlos Miguel era sucesor directo de otra leyenda, James Fitz-James Stuart, un hijo ilegítimo del Rey Jacobo II de Inglaterra, creado duque de Berwick por su propio padre. Su mismo apellido da fe de lo que digo: la partícula Fitz deriva del francés fils y significa «hijo de». Así nombraban los reyes de Inglaterra a sus hijos ilegítimos carentes de apellido. Este «hijo de Jacobo Estuardo», al servicio del todopoderoso Luis XIV de Francia, vino a España durante la guerra de sucesión al trono para apoyar la causa del nieto del rey y a él se deben la victoria de Almansa y lo que es más importante, la toma y pacificación de Cataluña, una de las zonas donde más arraigo tenía la causa del otro pretendiente al trono de España, el archiduque Carlos.

Pero cuando este apellido comenzó a ser conocido por muchos españoles, fue a partir del siglo XX, cuando se hizo cargo de la Casa de Alba Jacobo Fitz-James Stuart, padre de Cayetana. Jimmy Alba, como era conocido por la sociedad de Madrid, fue uno de los leales colaboradores de Alfonso XIII (en cuyo reinado fue dos veces ministro) y ante todo fue el prototipo de ‘gentleman’ de la sociedad del momento: exquisita educación, deportista, políglota, culto, mecenas y, en definitiva, un auténtico hombre de su tiempo en aquella España desigual que pronto se vería sumida en la tragedia. De su matrimonio con María del Rosario de Silva y Gurtubay, marquesa de San Vicente del Barco, nació una niña, Cayetana, que acaba de fallecer.

La historia de Cayetana Fitz-James Stuart, debe ser escrita por otros: quienes la conocieron, trataron y han estudiado sus peripecias vitales. Otra historia se empieza a escribir desde ahora, cuando su hijo Carlos, XIX duque de Alba de Tormes, se convierta en un eslabón más de esta casa que ha perdido una de las leyendas más originales que tenía esta España tan particular en que vivimos: su duquesa.

imageINFOGRAFÍA: El árbol genealógico de la duquesa de Alba