Los Choquehuanca, aristócratas y clérigos

Agustín Echalar Ascarrunzint-48767Don David Choquehuanca, último Canciller de la República de Bolivia  y primero del Estado Plurinacional de Bolivia, ha mencionado, hace algo más de una semana, que es el último Inca. Eso es falso porque incas, si así se va a llamar a los descendientes de las panacas cusqueñas o de los ayllus reales de la época del llamado Tahuantinsuyo, hay miles, eso por un lado. Considerado que nuestro Canciller tiene descendencia, son sus hijos los que deberían ser llamados los últimos incas.Pero don David es una persona  muy poco pulcra en sus intervenciones públicas. Ha dicho barbaridades casi desde el ahora remoto día en que fue puesto al frente de las relaciones internacionales del país.  Vale recordar su aseveración de que él no leía libros desde el año 1991, o el asunto del sexo de las piedras; peor aún, la peregrina idea de sustituir la leche del desayuno escolar por un puñado de hojas de coca. Hace poco ha dicho que el Cóndor pasa, esa bella melodía sacada de una opereta limeña de principios del siglo XX, sería algo así como la novena sinfonía de Beethoven de la cultura andina.Antecedida de tantas tonteras, y con la ambigüedad respecto a ser el último inca, la historia de la descendencia Incaica de don David no ha sido tomada en serio, hasta ha habido mofa, y, sin embargo, se trata de una verdad relativamente comprobable.Huayna Capac, como casi todos los Sapan Inca, tuvo muchos hijos (Atahuallapa mandó matar -se cree- a alrededor de 50 de sus hermanos en medio de la guerra contra Huáscar) y, a pesar de eso, quedaron muchos. Uno de ellos fue Paullu, un príncipe brillante, tildado de traidor porque hizo acuerdos con los españoles, pero que no sólo salvó el pellejo, sino que posiblemente logró amainar la brutalidad de la conquista.Paullu se convirtió al Cristianismo, se casó por el rito católico con su mujer principal y creó un mayorazgo para su hijo mayor: Don Carlos, tocayo del desdichado primogénito de Felipe II. La descendencia de Paullu fue numerosa y se ubicó perfectamente en el nuevo orden virreinal. Una rama se consolidó en Azángaro. En su calidad de caciques dominaron extensos territorios del norte del Lago Titicaca y crearon importantes alianzas con los demás caciques de la región.Los Choquehuanca fueron fieles súbditos de la corona e hicieron lo que hacían los caciques o curacas: recolectar el dinero de los tributos reales de los indios comunes, organizar las mitas a Potosi, quedarse con un porcentaje del tributo y negociar las mitas.Eran gente poderosa, una verdadera nobleza local, con privilegios concedidos por la Corona. Su riqueza les permitía también el acceso a una buena educación. No es una casualidad que dos Choquehuancas tuvieran, en el siglo XIX, una gran importancia: el primero, el canónigo de la Catedral de  Chuquisaca, Gregorio Choquehuanca;  el segundo, sobrino del primero, José Domingo Choquehuanca, hombre sabio y político importante, fue senador del Perú emancipado e, inclusive, tuvo un cargo importante en tiempos de la Confederación.No hay nada que nos haga pensar que don David no pertenezca a esa estirpe, aunque de seguro que es de una línea secundaria, cuando no ilegítima; extremos que, hoy por hoy, no tienen la menor importancia. En primer lugar porque no hay privilegios que reclamar, ni a partir de primogenitura, ni a partir de legitimidad.El Canciller debe recordar, al momento de mencionar su estirpe, que es descendiente de la rama de los incas que facilitaron la conquista española (para bien de todos). Don David puede sentirse muy orgulloso de sus ancestros, pero no puede reivindicar rebeldía en la sangre.Ahora bien, lo interesante de todo esto es que gracias a las declaraciones  del Canciller  tenemos la oportunidad de revisitar nuestro pasado y ver que la imagen maniquea de éste, que tanto aman los ideólogos del proceso de cambio, es parte de la impostura general de la que éste está compuesto.Página Siete – La Paz