Rumbo a 2016

Álvaro Vargas Llosaalvaro_vargas_llosaTodos querían esperar unos meses más, pero el arrastre de Jeb Bush, que se adelantó, los ha obligado a mostrar sus cartas antes de tiempo.Uno a uno, de Ted Cruz a Rand Paul y a Marco Rubio entre los republicanos, y Hillary Clinton entre los demócratas, han ido anunciando sus candidaturas a la Casa Blanca. Necesitan recaudar US$ 2 mil millones; quedarse rezagados en esa carrera es perder la mitad de la otra.Las primarias van a poner los reflectores sobre un gran debate interno entre los republicanos. A diferencia de las viejas divisiones del pasado en el partido de Lincoln, aquí no hay dos sino cinco paradigmas: la aristocracia partidista, que Bush encarna naturalmente; la reacción conservadora de raigambre sureña cercana al Tea Party, que tiene en Ted Cruz a su adalid; la insurgencia libertaria de Rand Paul; el regreso a la tradición pro inmigrante, que Marco Rubio representa desde su nombre. Cuando anuncie Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, su candidatura, trámite demorado por sus responsabilidades actuales, habrá un quinto paradigma: la tradición del republicano del nordeste, la zona más liberal -en el sentido estadounidense- del país junto con California.A comienzos del siglo XX, se enfrentaban dos almas del Partido Republicano: la conservadora de William Taft y la “progresista” de Theodore Roosevelt. Pasado el medio siglo, la pugna la protagonizaron la derecha liberal de Barry Goldwater y el ala “moderada”, a la usanza del nordeste, de Nelson Rockefeller. Entre los 80 y comienzos del siglo XXI, el forcejeo entre la derecha religiosa y la derecha liberal hundió candidaturas que pretendían tender puentes entre ambas orillas.Y hoy, ¿qué ocurre? La división es más compleja y numerosa. Además, no es sólo ideológica. Cruz encarna una corriente regional sureña; Paul, una corriente ideológica con bases históricas que entronca con lo que fue, paradójicamente, el origen del Partido Demócrata; Rubio representa una corriente sociológica y un esfuerzo por casar a su partido con un país diverso; Christie es regional, pero también lo mueve, como hombre del nordeste, un temperamento ideológico que él, en privado, llamaría “moderno” para distanciarse de lo que ve como una derecha sureña anquilosada. Y Bush es a su partido lo que, enfrente, es Hillary al suyo: la dinastía del nombre aunque es también muchas otras cosas sugerentes.Sólo una forma tiene el Partido Republicano de ganar: parir dolorosamente un líder que amalgame estas sensibilidades -geográficas, ideológicas, temperamentales, tradicionales- en una fuerza que parezca unida. Ese líder debe pasar por las horcas caudinas de las primarias republicanas, especialistas en triturar candidaturas para que, una vez hecho el tránsito hacia las elecciones generales, el adversario se las coma de un bocado.Es imposible saber a estas alturas quién será ese líder aun cuando Bush es el que lleva la delantera en encuestas y fondos. Lo importante es esto: nunca estuvo el partido, en tiempos modernos, más urgido de una definición. Desde Reagan no hay nada que se parezca a un líder unitario. Lo fue, momentáneamente, Newt Gingrich antes de caer en desgracia. No lo fue nunca Bush hijo a pesar de sus dos presidencias porque no creyeron en él: lo toleraron, lo usaron, le rindieron una discreta pleitesía formal. Nada más.Ese líder tendrá que saber que el país no se agota en el sur, que su sociología se ha oscurecido y enriquecido, que sus valores se han desapolillado, que su decadencia exige reformar un Estado inmoderado y que su liderazgo como superpotencia debe encontrar un equilibrio entre el intervencionismo excesivo y el repliegue intempestivo.Menuda tarea. Fantásticas primarias.La Tercera – Chile