Compartiendo el infortunio

Marcelo Ostria TrigoMarcelo-Ostria-TrigoNo estamos solos en el infortunio. Si se mira en el horizonte, es decir fuera de nuestras fronteras, nos damos cuentas que en todas partes se cuecen habas. Pero, al mismo tiempo, se comprueba que, por nuestra generalizada actitud contemplativa, nos aplica también aquello de “mal de muchos consuelo de tontos”.Las comparaciones, suelen ser odiosas, pero ahora no hay nada que comparar, pues simplemente se comparte, con muy pocas excepciones, lo inmoral, la falta de humildad, el discurso encendido y agresivo y la mentira que se han convertido en patrimonio de los que tanto prometieron y tanto destruyeron.El diario La Nación de Buenos Aires, Argentina, en su excelente y  descarnado editorial del 17 de mayo, menciona los males que sufre su país:Un discurso oficial que tiende a enfrentar a unos argentinos con otros argentinos.La mentira como política de Estado.Los altos niveles de inseguridad y la falta de determinación ante la necesidad de aplicar la ley.La corrupción generalizada, que permanece impune y que hasta es justificada con el tristemente conocido argumento «roban pero hacen».El desarrollo de redes mafiosas que se van enquistando en la propia estructura del Estado.El avance del narcotráfico.Los elevados niveles de pobreza estructural.El declive educativo y el creciente debilitamiento del principio de autoridad en la escuela.El atropello, nunca visto en democracia, contra las instituciones, la independencia judicial y los valores república.Hay que reconocer que nada de lo anterior es exclusivo de los argentinos, que otrora, como tantos lo han señalado, fueron ejemplo en la construcción de un país desarrollado y culto. Ahora, el país vecino se ha unido al sufrimiento de esos males que son familiares para los latinoamericanos.Y cuando parecía que otro de nuestros vecinos escapaba a la generalizada corrupción, le salta la liebre, encendiendo el rubor de los invictos que cayeron en el mismo pozo del delito que pocos condenan, pues  “roban pero hacen”, tan extendido en nuestro país.Se dirá que siempre fue así. En verdad, en el pasado hubo también delincuencia política y funcionaria, pero no se recuerda que haya sido de la magnitud actual. Esto alarma y aún desespera. Es que, ante la agudización de lo destructivo, el conformismo se ha convertido en actitud de los prudentes ciudadanos que bajan la cerviz ante las satrapías.Es cierto que algunos conservan el optimismo y repiten aquello de que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Es cierto que nada es eterno, aunque se pretenda “gobernar para siempre”, como lo quiere el presidente. Pero hay que tomar conciencia de que el optimismo paciente y nada activo, se confunde nomás con el conformismo, y se convierte en una simple expresión de deseos y de tenues esperanzas.Esperemos que la visión de destino complicado, haga despertar el temple y el espíritu para emprender un cambio verdadero y leal, en quienes –son ciertamente muchos– están dispuestos a no seguir, como afirma el matutino argentino, “un camino que se percibe con igual intensidad en nuestra dimensión de país que mira al mundo y en nuestra intimidad de pueblo que no termina de mirarse a sí mismo”.