Confucio vence a Mao

Claudio FerrufinoFERRUFINO1Leo en un New Yorker de hace un año (Evan Osnos/Confucius Comes Home) cómo luego de haber sufrido los embates de la Revolución Cultural, que no solo descabezó una intelligentsia pasiva sino literalmente decapitó obras de arte de cientos y miles de años, destruyó edificaciones y quemó manuscritos, Confucio renace para edificarse, guiado por el Partido, en la fortaleza moral de la nueva China. La palabra clave es armonía. La élite comunista recurre al filósofo para dar un toque clásico y tradicional a un gobierno que antes que revolucionario es práctico, y antes que igualitario, vertical. Confucio, enemigo igual que todo pretérito para el fanatismo de estudiantes rojos azuzados por burócratas, implica la mejor opción por su ética de obediencia, que no eludía sin embargo la crítica y tratar de enmendar los caminos errados de los gobernantes mediante el consejo.En un momento en que el capitalismo desaforado de los llamados revolucionarios, que hace que sean los Estados Unidos y no China en realidad una república de trabajadores (por beneficios sociales, derecho a huelga, a asociación, libertad de palabra y de acción de acuerdo a los límites del derecho colectivo), Confucio se presta a cubrir de neblina la fatídica y falsa retórica de Partido. La lucha de clases es ya obsoleta, solo queda en su lugar la eterna explotación de unos sobre otros, la ambición de poder, la inamovilidad, el enriquecimiento ilícito, la formación de nuevas oligarquías y de familias dinásticas. El sueño chino pasa por dotar de Ferraris a los hijos de la Nomenklatura y etcéteras; una más de las consabidas imágenes del marxisto trasnochado que no ha erigido paraísos sociales sino fortunas personales, abismales diferencias de clase. No extraña que de la épica angoleña, incluso con su fuerza cubana de apoyo, y los hermosos versos de Agostinho Neto, lo único que sobrevivió fuesen diamantes y la hija del “camarada” Dos Santos (que sucedió al poeta Neto), como la mujer más rica de África. Como para creer incluso que el demencial y delincuente Jonas Savimbi tenía razón.Hay algo esperanzador en la reaparición del filósofo chino en imágenes reemplazando las del adusto Mao, que también escribió poemas, sangrantes, con millones de muertos abonándolos. Esperanza de que la lujuria que se ha apoderado del escaso comité que vela por la salud pública de incontables chinos llegue en su momento a desbalancearse con una retórica dictatorial. Por ahora se mantiene firme y, parece mentira, ejemplificador para los capitalistas de occidente que ven en su contraparte asiática la manera de lucrar sin preocuparse de protestas sociales o del bienestar de los trabajadores. “Trabajar como chino”, con bajo salario, de sol a sol, castigado por el mínimo detalle, expulsado, torturado, muerto, aislado o asilado, pesa como nunca en esa sociedad de flamantes mandarines, quizá peores que los de atrás.Es algo usual, esto de recurrir a tablas de salvación en los desvanes de la historia. Lo utiliza el mismo jesuita Francisco, hoy Papa, para resarcir a la Iglesia por las grandes pérdidas en su hastiada grey: por corrupción, abuso, pederastia…, asociando su imagen a la del pobre de Asís. Lo hizo Stalin cuando descartó la prédica internacionalista y resucitó a Kutuzov (se enfrentó en Borodino a Napoleón) para darle aire nacional a la lucha por sobrevivir. La URSS volvió a ser Rusia y reavivó a su grandes muertos: los príncipes Bagration y Suvorov…Confucio como apertura a un mundo global y dinámico que en teoría discrepa con la conducta tiránica. Hoy para darle al comunismo un matiz de tradición antigua, acomodándolo en el seno de lo que quiso destruir, amamantándose de sus víctimas. Un paso en un campo incierto. ¿Podrá China alivianarse de peso semejante, soñar con un futuro no digitado? Tal vez. Confucio sobrevivió dos mil años, que dudo alcance el presidente Mao…El Día – Santa Cruz