¿Es Trump imparable?

vargas_llosa_alvaro_hirezÁlvaro Vargas LlosaCualquier otro candidato que hubiese dicho las mismas cosas que Donald Trump durante el debate de los republicanos o después habría visto su campaña estallar en mil pedazos. En el caso del empresario inmobiliario todo indica que el efecto de su incorrección política ha sido el contrario.Esto, en el país de la corrección política, es misterioso. Ningún candidato, y menos de derecha, que enriqueciera su ya abundante prontuario de vituperios alusivos al físico o la naturaleza femenina de sus detractoras con insinuaciones sobre la menstruación de una panelista en un debate por las primarias sobreviviría cinco minutos. Pero a Trump la controversia desatada por sus ofensas a Megyn Kelly no lo ha descarrilado: a juzgar por sondeos como el de Reuters, lo ha consolidado. Los que pierden puntos son sus rivales, empezando por Jeb Bush, que en una de las encuestas cae cinco puntos.Lo que está sucediendo no es, ni remotamente, reflejo de un cambio cultural en Estados Unidos ni una rebelión popular contra la dictadura de la corrección política, como le gusta creer al propio Trump. Ella goza de magnífica salud y se asienta sobre medio siglo de cambios en sectores influyentes de la sociedad iniciados tras la Segunda Guerra Mundial, durante la época de la descolonización africana y asiática, cuando los derechos de las minorías se convirtieron en un vehículo para entronizar cierto tipo de intervencionismo y la campaña contra la “discriminación” derivó en una persecución contra el uso del lenguaje “ofensivo”. Pero no, la supervivencia de Trump en medio de sucesivos escándalos por sus ofensas no implica que Estados Unidos pretenda abandonar ese patrón. La realidad es más sencilla.En un sector de conservadores, el valor del espectáculo supera, por el momento, al de la “elegibilidad”, o sea al temor a que un candidato de esas características lleve a la ruina al Partido Republicano una vez que tenga que enfrentarse al Partido Demócrata en las elecciones presidenciales. Pero esto, por sí solo, no bastaría. Hay demasiados conservadores angustiados con lo que consideran la deriva socialista y la decadencia de los Estados Unidos como para que el partido ponga todo en riesgo a cambio de unos minutos de diversión. Sucede que el hastío con la política, que abarca a la sociedad en su conjunto y por tanto a las bases de ambos partidos, es especialmente agudo entre los republicanos. Llevan muchos años sin un líder del que se sientan orgullosos y demasiados humillados por rivales como los Clinton o Barack Obama.Un síntoma de este malestar ha sido la irrupción, de tanto en tanto, de figuras marginales entre los conservadores. En 2012, Herman Cain tuvo sus 15 minutos, por ejemplo. El propio Tea Party expresa ese estado de ánimo. Para la base conservadora, blanca y de clase media baja, la política ha sido secuestrada por políticos de izquierda a los que de derecha han acabado imitando. Esperan, pues, a un sedicioso contra el “establishment”. Un sentimiento poderoso que opaca el temor a la derrota, a juzgar por el sostén que están dando a Trump a pesar de que está acumulando una mina de oro de barbaridades que la candidata o el candidato demócrata usaría demoledoramente contra él si se hiciera, finalmente, con la nominación republicana.Quizá allí es donde radica la “misión” de los rivales republicanos de Donald Trump: en restituir la correlación normal de fuerzas entre dos pulsiones distintas: las ganas de castigar a propios y extraños, y el sentido sereno de lo que es necesario para reconquistar la Casa Blanca. Parece la mejor forma de parar a Trump.La Tercera – Chile