La calle de la amargura

Agustin-Echalar-Rodolfo-Becerra_LRZIMA20130605_0111_4Agustín Echalar AscarrunzEscribo esta columna con un retrogusto amargo. Sé que no gustará a muchos de mis amigos, a mucha gente que yo quiero, o admiro, y sé que me aventuro en arenas movedizas porque podría parecer que estoy defendiendo lo indefendible. Pero la honestidad incluye el asumir posturas que a veces resultan incómodas.Esta semana, la Calle de la Felicidad se convirtió en el camino de la amargura. Una joven mujer perdió la vida en medio de la oscuridad de la noche (murió horas después), atropellada por un coche. No se sabe con certeza si este evento fue causado con premeditación y alevosía o si fue un accidente fortuito. No se sabe mucho porque las investigaciones todavía no han concluido y porque circulan varias versiones. Lo que se sabe es que la joven está muerta; y es absolutamente comprensible el dolor, la frustración, el odio, la rabia que pueden sentir sus deudos.Sin embargo, lo que me perturba es la condena mediática que se ha hecho al supuesto autor de la muerte de Andrea Aramayo, aún antes de que saliera la autopsia, aún antes de que se conocieran los resultados de cualquier peritaje. No sé si el acusado Kuschner es una buena persona, no sé si él la arrolló con premeditación y alevosía, o si fue un accidente desgraciado, y no escribo estas líneas para salir en su defensa, precisamente porque no tengo los elementos para ponerme ya sea de su lado o en su contra. Pero lo que sí sé es que toda persona tiene derecho a un juicio justo y éste debe comenzar con la presunción de inocencia. Creo que toda persona debe ser respetada, aunque haya la seria sospecha de que se trate de un monstruoso asesino. Hasta que no se tenga la seguridad de que es así, tildar a una persona de asesino es un exceso. Creo que la línea entre la denuncia y la difamación no debe ser saltada bajo ninguna circunstancia, aunque como dije, puedo entender completamente e incluso hacer mía la rabia, la desazón, el odio y hasta los deseos de venganza de los familiares de la víctima.Pero la justicia es otra cosa y buscarla incluye también no contaminar un ambiente con excesiva emotividad. En estos días he visto las redes sociales a las que estoy adscrito, inundadas con no sólo opiniones, sino fotografías denunciando a Kuschner como asesino. Gente que casi estoy seguro que sólo tenía la certeza de un post recibido, ha reenviado este tipo de mensajes.Me pregunto: ¿está en condiciones la Fiscalía de hacer otra cosa que lo que exige el clamor de la gente? ¿Es eso correcto? ¿No deberían una fiscalía y un juzgado ser impermeables a expresiones emotivas?Existe una gran diferencia entre atropellar y causarle la muerte a una persona por falta de precaución y hacerlo con premeditación y alevosía. Es más, también existe una diferencia entre hacerlo intencional pero no premeditadamente y hacerlo con premeditación. Y  en cada caso el castigo debe ser diferente, porque son delitos diferentes.Que se esté luchando contra la violencia hacia las mujeres, un mal endémico de nuestra sociedad, es algo muy importante, y sólo se puede agradecer que haya organizaciones feministas que cumplan tan comprometidamente este trabajo. Sin embargo, toca preguntarse si este desdichado caso realmente califica para ser un paradigma de la violencia hacia la mujer y si es de verdad un feminicidio. No es descartable esta posibilidad, pero es importante analizar fríamente todas las circunstancias.Así como es importante luchar para que no haya ni una mujer más asesinada, lo es también luchar porque nadie sea condenado por un delito que no cometió. La impunidad es algo terrible, pero es mucho peor una condena injusta.Volvemos a nuestra penosa realidad: una justicia no confiable, una justicia corrupta, una justicia manipulable, nos hace una sociedad inestable, violenta y proclive a los linchamientos, a los de la calle y a los mediáticos.Página Siete – La Paz