61% de remanentes naturales de la ciudad de La Paz, amenazados

En 2007, un pequeño bosque de cactus, kiswaras y bromelias se levantaba al frente del exlaboratorio Vita y Apumalla. Ese lugar está a punto de salir de la lista de 36 remanentes naturales registrados ese año, de los que 22, el 61%, están amenazados.

El pequeño espacio verde que estaba frente al hospital Arco Iris en la avenida 15 de Abril de Villa Fátima ha desaparecido.



“Hubo en muchos casos desde 15% hasta 80% de modificación en estos paisajes naturales”, revela la arquitecta Daisy Rodríguez Laredo, autora del libro Los remanentes naturales en un área urbana como su memoria ambiental y que en 2007 identificó 36 de estos espacios nativos.

La investigadora prefiere utilizar la palabra modificación, aunque en realidad se refiere al daño que han sufrido.

“Estos son pequeños fragmentos que quedan del paisaje original de la ciudad. Es una especie de remembranza del pasado, porque aquí se resguarda la historia de todos los procesos geomorfológicos que ha sufrido La Paz, pero además protegen el suelo de la erosión y la radiación solar, entre otros males”, expone la profesional, que a ocho años de haber publicado ese estudio describe los cambios.

Solo 14 (39%) remanentes de los 36 registrados están en buen estado, sin embargo, no sabe qué pasará en los próximos años.

Al empuje de la urbanización se tiende a asfaltar las calles de las metrópolis “y así los suelos se impermeabilizan, el agua ya no se pierde en el subsuelo para alimentar las corrientes subterráneas, ahora discurre por las calles y provoca desastres, porque rompimos el ciclo hidrológico”, alerta.

Sergio Zambrana, gerente de Operaciones de la Empresa Municipal de Áreas Verdes (Emaverde), señala que no tienen un registro de los oasis dentro de la mancha urbana. Agrega que al menos el 50% de los árboles y arbustos que producen en el vivero de Aranjuez son especies nativas de La Paz que después van a las áreas verdes de la urbe.

De ese 61%, que son 24 paisajes con diversos grados de daño,  los más afectados son el espacio que estaba en la Facultad Técnica de la Universidad de Mayor San Andrés (UMSA) en la avenida Arce, la avenida Periférica y final calle Pando, y el que se hallaba cerca del Nudo Vita. 

Hay un daño del 80% en cada uno de ellos. El oasis que estaba en los predios de la UMSA y que colinda con la calle Fernando Guachalla ha quedado reducido a unos cuantos árboles, el de la Vita  prácticamente ha desaparecido,  y del que se hallaba en la Periférica han desaparecido cactus y bromelias que evitaban el deterioro del suelo en ese sector de la urbe.

“En el caso de la Facultad Técnica, ese lugar era un lecho del río Orkojahuira y avisaba hasta dónde llegaba el lecho”, explica.

Los que han sufrido un daño del 50%, entre otros, son: la parte noroeste de la Avenida del Poeta, donde se construyen grandes edificios; el final de las arterias Periférica y Víctor Eduardo en sus partes noroeste y noreste en Miraflores, donde el cemento ha reemplazado a la flora.

Después se halla el soto que se  encontraba en la avenida Zavaleta, que según el registro de la investigadora albergaba una gran riqueza de biodiversidad. Hoy es un botadero de escombros.

“En este lugar se hubiese construido una hermosa ciclovía desde Miraflores hacia la zona Sur, pero ahora el daño llega al 40%”.

Pero no todo está perdido. Aún están en buen estado 14 de los 36 espacios. Entre ellos se destacan la avenida Requena en Miraflores y que tiene una alta biodiversidad en fauna y flora nativa, y sectores de las avenidas Pedro Tarifa y Diego de Peralta, en ese mismo vecindario de la ciudad.

Además hay un vergel de 15 metros cuadrados que está al frente de la cancha Mariscal Braun. Ese sitio, como ningún otro, es el hogar de una enredadera con hojas cortadas y pelos urticantes denominada Capophora contorta pucasica que tiene flores de un naranja encendido.

Calor. ¿Cuál es la importancia de los remanentes naturales para una urbe? La entrevistada responde que deslizamientos como los de Callapa (2011) o Retamani (2010) quizá se hubieran evitado si se respetaba la flora nativa.

“La naturaleza ha tardado millones de años en lograr un equilibrio, pero de pronto el hombre empezó a hacer terraceos, quitó la cobertura nativa, rompió el equilibrio y desestabilizó el suelo”, argumenta la arquitecta. 

Entre las especies nativas  menciona a bromelias, siwinkas, chillkas, altamisas, caralawas, cactus cusa cusas e incluso la hierbabuena, que protegían de la erosión a las laderas.

Algunos de estos ejemplares sobreviven al final de la Avenida del Poeta, aunque en las últimas semanas echaron escombros.

“La naturaleza es tan increíble, pues algunas bromelias tienen espinas y actúan como cercos vivos para que la gente no pase y vaya desgastando el suelo”.

La cobertura autóctona en las laderas las protege del viento, la lluvia y cuando desaparece, el suelo se va lavando causando erosión y deslizamientos.

Si eso sucede en las laderas, en el centro de La Paz, el daño es mayor. Un estudio de la Organización Meteorológica Mundial que data de 2000 y que Rodríguez cita, sostiene que las islas de calor en las ciudades tuvieron un incremento de 3 y 4 grados centígrados. “Todo esto fue por la pérdida de estos espacios verdes”.

Las islas de calor urbanas son bolsones de aire cálido que se forman debido a los edificios y superficies pavimentadas que siguen irradiando calor aún cuando se ha puesto el sol.

Los árboles también permiten absorber la radiación solar. En La Paz hay dos grandes corredores forestales: el paseo de El Prado y la avenida Busch, en este último espacio en septiembre de este año la empresa Mi Teleférico, que construye la Línea Blanca, taló cerca de 17 ejemplares cuando pudo haberlos trasplantado.

La investigadora también cuestiona que personal de la municipalidad erradique —dice— la flora autóctona porque la considera mala hierba.

“Están sembrando plantas introducidas, en algunos casos ponen pasto, que hay que regar y si no, se muere. En cambio, las plantas nativas crecían naturalmente”.

Zambrana, de Emaverde, añade que desde esa empresa están predispuestos a mantener la “cobertura nativa, empezando desde la paja, que tiene su función dentro del ecosistema, y ahora estamos apuntando a producir variedades originarias y rescatar por ejemplo la queñua, la kiswara y la chacatea. Si bien son especies que tardan en crecer, son parte de nuestro ecosistema”.

Y mientras algunos paisajes autóctonos dentro de la mancha urbana de La Paz van camino a la extinción, Rodríguez recuerda con nostalgia el dulce croar de pequeñas ranas que cohabitaban con grillos en las frondas de Cota Cota y Koani, donde cada vez hay menos vergeles nativos.

“Eran (esos anfibios) las jardineras naturales de los jardines, porque se comen a los insectos, ayudan al control de plagas, pero dejaron la ciudad para buscar lugares más tranquilos”.

Fuente: la-razon.com