Guía para el ‘fan’ de Madonna

Ignacio Gomar



Ilustración de la cantante Madonna. / carmen garcía huerta



«¡Después de toda una vida siguiéndola, por fin me ha mirado y se ha dado cuenta de que existo!», gritaba Bruno, un treintañero de Alicante, al salir del concierto de Madonna del pasado lunes en Herning (Dinamarca). Este acérrimo fan de la reina del pop acababa de ser bendecido con uno de los mayores regalos de su vida, según sus palabras, y no fue simplemente una mirada. Madonna le chupó y mordió los dedos durante una canción y, más tarde, le preguntó el nombre y bromeó con él durante casi un minuto. Bruno lleva toda su vida siguiendo a la cantante y la ha visto varias veces en directo en casi todas sus giras. En esta, la décima de su carrera, empezó su periplo junto a un amigo dos días antes en el concierto de Estocolmo. Viajes largos y eternas jornadas a la intemperie en el frío otoño nórdico, noches incluidas, para estar en primera fila y tener la oportunidad de acercarse lo máximo posible a su ídolo para vivir una experiencia cercana al éxtasis. Su historia refleja lo que sigue moviendo Madonna cuando sale a la carretera tres décadas después de alcanzar el éxito. La cantante ha vuelto a colocar su espectáculo como el más exitoso gracias a una de las bases de fans más leales. El secreto, además de la experiencia, talento y repertorio de una leyenda de la industria, está en una producción descomunal a cuyos entresijos EL PAÍS ha tenido acceso. Tecnología, decorados y elementos escénicos propios de un rodaje de Hollywood, y un vestuario a la altura de una colección de alta costura, acompañaron a una Madonna en plena forma a sus 57 años que conquistó al público que abarrotó el pabellón. La danesa fue la penúltima parada antes de que el martes y miércoles The Rebel Heart Tour desembarque en Barcelona.

uno de los escenarios del espectáculo. / REDFERNS STEFAN HOEDERATH (reuters)

Lo primero que se ve al entrar al backstage son ocho ukeleles perfectamente colocados en una estantería. Madonna toca este instrumento en dos de los momentos álgidos del show, para interpretar uno de sus clásicos de los ochenta y una versión de La vie en rose. El siguiente armario sostiene una decena de lanzas de unos dos metros de largo con forma de cruz en la punta. Se usan en una coreografía en la que Madonna, a lo Juana de Arco, es acompañada por guerreros para dar comienzo a su “revolución”. “No son de juguete, son de hierro”, explica uno de los 80 trabajadores de montaje. “Hemos trabajado con muchos artistas y todos buenísimos, pero por el nivel de exigencia de Madonna y la magnitud de esta producción, este show es el mejor que se puede ver ahora”, añade. Bajo el escenario hay un taller mecánico con ruedas de verdad y medio coche desguazado, y eso solo se usa en una canción. Madonna sale de una jaula, y los barrotes también son macizos y metálicos. No hay un escenario, hay cinco, con sus respectivos ascensores, movilidad e iluminación independientes. En el espectáculo la cantante ha dado prioridad a dos aspectos. Por un lado, la musicalidad, algo que confirma su guitarrista desde 2001 Monte Pittman. “Es el mejor sonido hasta la fecha, tanto en instrumentos como en voz, la dirección musical ha hecho un gran trabajo, tenemos lo último en ingeniería de sonido y su voz está perfecta”. El otro es, sin duda, el vestuario: 50 percheros ocupan los espacios libres que hay entre bastidores. Cada estilismo está cuidado al detalle. Los uniformes de los samuráis, con sus cascos y corazas, podrían servir para cualquier película. Trajes de coristas de los años veinte para los que se usaron 2,5 millones de cristales de Swarovski y otros tantos esmóquines. Diseños de Prada de estilo rockabilly y, cómo no, los trajes de torera que Madonna encargó a una empresa de Zaragoza a principios de año con sus correspondientes complementos de Moschino. Junto a ellos, varias faldas bolero de Gucci para cerrar la parte flamenco-latina del concierto.

“Nunca hemos tenido tanta riqueza y cantidad”, confirma Tony Villanueva, el jefe de vestuario. “A veces decide hacer toda una sección con el traje de matador y no usar el otro, pero no es porque hagamos mal el trabajo y no nos dé tiempo a cambiarla. Ella lo decide en el momento, depende de su estado de ánimo”, aclara el veterano profesional, que lleva seis giras vistiendo a la estrella y anteriormente trabajó con Cher. “Siempre tiene una buena razón para esos cambios de última hora, ella se mueve por lo que siente”, confirma Nicki Richards, una de las coristas.

Un español recibió un lametazo de su diva. / REDFERNS STEFAN HOEDERATh (REUTERS)

En Herning Madonna volvió a improvisar. Ya lo había hecho en Estocolmo, influida por los atentados de París. La semana anterior había sido muy buena para ella. Billboard hacía públicos los datos de recaudación que sitúan a The Rebel Heart Tour como el número uno en taquilla por delante de la gira de U2. Pese a las bajas ventas de su último disco, ella sigue mandando donde más dinero se hace, los espectáculos en vivo. También publicaba un ranking de los artistas más grandes de la historia y ella aparece en el número dos, por detrás de los Beatles y por delante de Elvis y Michael Jackson, gracias a sus 38 singles colocados en el top 10, 12 de ellos números uno. Pero tras los sucesos de la capital francesa, se enfrentaba a un dilema como tantos otros artistas. Sabía que sería criticada si no cancelaba, pero lo resolvió sustituyendo la parte latina más festiva por su clásico Like a Prayer, para después pronunciar un discurso en favor de la paz. “Me ha resultado difícil seguir adelante esta noche. Pero esa gente es lo que quiere, silenciarnos. Nunca cambiaremos el mundo si no cambiamos la forma en que nos tratamos los unos a los otros. Solo el amor cambiará el mundo”. En Dinamarca estuvo mucho más animada. El público contribuyó a ello. “Siempre ha sido un símbolo de libertad para nosotras, que queremos seguir siendo guapas, sexis e independientes aunque tengamos más de 50”, comentaban tres señoras con vestidos ajustados y tacones que cantaban al unísono Like a Virgin. La diva respondió a las ganas de fiesta de sus fans. Hasta el punto de morderle los dedos a Bruno y después preguntarle si quería casarse con ella o prefería montarse un trío con dos de sus bailarines. Al alicantino solo le faltó la guinda del pastel, ser el elegido para subir al escenario y bailar con ella, algo que ocurre cada noche en el penúltimo número. En Herning fue una joven con una estrofa de una canción de Rebel Heart tatuada en la espalda, que la estrella leyó ante los 15.000 asistentes mientras a la chica se le saltaban las lágrimas. Una metáfora perfecta del momento actual de Madonna, en lo más alto gracias a su ejército de incondicionales y dispuesta a seguir con su particular “revolución de amor” junto a ellos.

A la mañana siguiente en el aeropuerto de Billund, toda la troupe de Madonna esperaba la salida de su vuelo a Turín, siguiente parada de la gira. Bruno también irá a esos conciertos. En la puerta de embarque, el guitarrista de la estrella se confesaba cansado por lo exigente del espectáculo, pero al mismo tiempo feliz por los resultados. “Cada noche es diferente, ahora viene Italia que siempre es una parada potente, pero por el toque flamenco del show y lo pasional del público español, sin duda Barcelona será muy especial. Y habrá sorpresas. No os lo perdáis”.

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Fuente: elpais.com