La filosofía de Umberto Eco


FERMOLFernando MolinaEn un libro delicioso, el filósofo italiano Umberto Eco se enfrenta al filósofo estadounidense Richard Rorty. El tema lo pone el primero: la «sobreinterpretación” literaria. Y recurre al siguiente ejemplo: supongamos que un terrateniente del pasado envía 16 higos con su sirviente a un amigo y, junto con ellos, una carta en la que dice que los higos son 16, y que el amigo debe contarlos bien antes de que el sirviente retorne.Supongamos también que por alguna razón la carta es extraviada, pero la encuentra, siglos después, un partidario de Derrida, Rorty y otras teorías posmodernas, el cual cree en consecuencia que todas las interpretaciones son posibles y equivalentes. ¿Qué leerá en la carta? Puede pensar -dice Eco- que se trata de una misiva en código y que allí, donde dice «higos”, hay que entender «cañones”, y que allí, donde se pide que sean contados, el verdadero significado es que se los emplee contra el enemigo.Aún así -sigue Eco- el intérprete derridiano no podrá suponer que «higos” equivale a «cañones” en el primer párrafo y a «baúles” en el segundo. Este es un límite para la interpretación. Además, y esto es lo fundamental, de la lectura literal de la carta, la lectura en clave militar y otras miles de lecturas posibles, una debe ser correcta (corresponder con la situación que efectivamente se produjo) y otra no, aunque no podamos saber cuál. Por tanto, no todas las interpretaciones dan lo mismo (aunque, insisto, no podamos tener ninguna certeza sobre cuál es la mejor).Rorty responde con pragmatismo. La interpretación -dice- no es el reflejo de algo exterior al ser humano en el espejo de la mente. En realidad, ese «algo exterior” también es un espejo que refleja las interpretaciones que hemos hecho de él.Sabemos que una silla es una «silla” porque primero hemos creado esa palabra y luego porque hemos clasificado a los objetos de cuatro patas con respaldar en un casillero con ese membrete. La interpretación, por tanto, se refiere a otras interpretaciones, en un infinito juego de reflejos. Por tanto, no se trata de determinar cuál es verdadera (cuál corresponde con la realidad, ya que no hay propiamente tal cosa), sino de escoger la que mejor convenga con nuestros propósitos, la que necesitamos para construir otros textos que, a su vez, serán objeto de otras interpretaciones, etcétera.Exactamente lo mismo que si se tratara de herramientas, y sin olvidar que siempre será posible usar un destornillador para abrir una lata, por ejemplo.A lo que Eco replica: Justamente, justamente. Podemos usar un destornillador para abrir una lata, pero no podemos usarlo para limpiarnos la nariz o el oído. Las interpretaciones son herramientas, pero hay herramientas adecuadas y otras que no lo son; por tanto, no todo da igual.Hace años un seguidor boliviano de Rorty declaró que «la realidad no existe, hay realidades, y los distintos saberes –ciencias naturales, ciencias sociales, etcétera– producen distintos efectos de realidad tan válidos unos como otros”. Aquí la expresión «efectos de realidad” se intercambia perfectamente con «interpretaciones”.Para respaldar su afirmación, el rortyano recordó que los seres humanos creyeron durante más tiempo en la teoría que ubica a la Tierra en el centro del universo, que en la que dice lo contrario. Eco le diría que la interpretación de la naturaleza es cambiante, pero no a la naturaleza misma. La Tierra no se puso a girar alrededor del Sol cuando Copérnico publicó sus libros. ¿Cómo podría decirse entonces que una teoría (que la Tierra está inmóvil en el centro del universo) es «tan válida” como la otra (que la Tierra gira alrededor de un sol en un perdido rincón del universo)?La segunda teoría astronómica no convive con la otra, sino que la sustituye, lo que demuestra su superioridad. Las interpretaciones no son «igualmente válidas”, sino que se organizan dentro de una jerarquía, dada por la comparación de cada una con un mismo parámetro, un ideal casi, que es el ideal de que la cosa y el modelo humano de la cosa (la intención del que envió los higos y su carta) se correspondan entre sí. Y a ese ideal lo llamamos «verdad”.Pagina Siete – La Paz


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