Cuando el poder se desnuda

RENZORenzo AbruzzeseEstamos presenciando un acto imprevisto en el drama de un Estado que se desmorona corroído por su imparable apetito de poder, su soberbia infinita y el amargo sabor de una derrota que, a falta de oposición, se la infligieron los ciudadanos de a pie, aquellos a los que el gobernante dice obedecer.No se trata de la caída de un Gobierno, porque nadie quiere derrocarlo, se trata del final del primer acto en una comedia que concluirá en enero de 2020, cuando Evo Morales le haya terminado de mostrar al mundo el verdadero rostro de un régimen carcomido por la corrupción, el racismo digitado desde el poder, la utilización instrumental de los pobres y el despilfarro.No vivimos una crisis del poder instituido a la usanza de los viejos tiempos, cuando las crisis se instalaban por factores estrictamente políticos marcados por las pugnas entre oponentes y habilidades imaginativas de dirigentes chicaneros; la crisis a la que nos ha llevado el gobierno del MAS tiene orígenes inéditos, se inicia, para ponerlo en general, en una ausencia de valores éticos que nos ha dejado perplejos.Aquella jactanciosa presunción de ser el conductor de  la reserva moral del mundo se ha caído por efecto de los errores de su propio mentor, y aunque lo que hace o deja de hacer en su vida íntima y personal no es problema que le interese a nadie, el tamaño de las falacias con que ha rodeado el affaire con una excompañera, contratos millonarios de por medio y una tozudez que linda en el absurdo por encubrir la verdad, lo han dejado tan mal parado como a Judas después de la bíblica mentira frente Cristo.Presenciamos un drama en el que ya ningún argumento de naturaleza económica, política, social, sindical, ideológica o lo que fuese tiene sentido. Tampoco es ya posible echarle la culpa a la derecha, a la oposición, al neoliberalismo, al imperio o las misteriosas y oscuras fuerzas que actúan detrás de los «fugados” al exterior; este es un drama gestado en el vientre mismo del poder masista, en sus propias entrañas. Y tiene que ver más con la mediocridad y la soberbia que con cualquier otro factor al margen de su propia cofradía.La crisis que vivimos no es en consecuencia una crisis cualquiera, es el producto inevitable que se obtiene cuando los gobernantes creen que alcanzaron un nivel en el que son, por designio divino, eternos, intocables, inmaculados y perfectos.Empero, la fragilidad gubernamental que ha puesto de manifiesto un episodio privado de la vida del Presidente no tendría por qué haber sacudido hasta el fondo la estructura del poder, menos haber teñido de oscuras sobras su rol como gobernantes, eso ha sucedido porque era lo último que le faltaba verificar a la opinión pública.Ya se había destapado la olla de la corrupción, ya se constató hasta la saciedad el atropello a los derechos ciudadanos, ya se escuchó hasta el cansancio un discurso triunfalista lleno de medias verdades; lo que faltaba era la figura de la carencia ética, y este hecho, por privado que sea, al provenir del primer ciudadano boliviano, puso de manifiesto la talla moral del régimen.Hemos llegado al límite posible, al punto en que ya nada es creíble ni en su formato político, ni en su formato ideológico y menos en el ético.  Hemos llegado al límite en que parece evidente que el gobierno del MAS promocionó un modelo que, al haberse erigido sobre una cantidad tan pasmosa de falacias,  sólo puede verse como un intento fallido, un espejismo o una alucinación cobijada por el manto de la buena racha.Página Siete – La Paz