El laberinto de las mentiras

ALVAROPUENTEÁlvaro Puente CalvoUna tormenta azota al Gobierno y nos agobia ya a todos. Le pueden llamar culebrón o telenovela empalagosa. Es un ovillo de mentiras y de odios, de despechos y de venganzas que nos ha saturado antes de que se vislumbre el desenlace, mucho antes de que se decidan a tomar el toro por los cuernos.Un antiguo amor del presidente representa a una importante empresa y el Gobierno de ese mismo presidente firma con la empresa inmensos contratos. Peor. No solo firma contratos, sino que la invita personalmente a desarrollar proyectos nacionales, sin siquiera comparar su oferta con la de nadie más.Si el presidente negocia con su propia empresa, si negocia consigo mismo, es posible que se favorezca a sí mismo y, si escapa de todo concurso, es infinitamente más posible. Basta esa posibilidad para que no sea decente, para que no sea ético, para que no sea inteligente que lo haga. Aunque no se favoreciera, hace mal. Basta que sea posible la irregularidad, para que ni lo piense ni lo intente. No puede hacerlo porque no puede dar pie para que se interprete así. El presidente, como todos, tiene la obligación de ser honrado y tiene la obligación de parecerlo. Si en lugar de hacer la transacción con su empresa, la hace con las empresas de sus allegados, de sus parientes, de sus socios, cae en el mismo escándalo. Puede ser que se ensucie un poco menos, pero de todas maneras queda sucio, manchado.Solo eso ha pasado. Pueden gritar mil veces que los contratos fueron limpios, pueden jurar en todos los tonos que no se favoreció a nadie, pero no pueden discutir que usaron el poder como no debían. Demuestren lo que quieran, lloren, pataleen o metan a mil en la cárcel, insulten a todos los que se crucen en su camino. En cualquiera de los casos, lo que hizo el Gobierno no se hace.El único camino posible, lo único que queda, es reconocer el error, aceptar el delito y pedir perdón con humildad. No sirve de nada dar vueltas a mil detalles colaterales. No arregla nada enojarse ni matar a mil chivos expiatorios, ni encerrar a nadie en una mazmorra. El delito en cuestión es una herida presidencial y solo cabe hacerle frente, asumirlo. Si no, no se cura. ¿Por qué no intentan empezar de nuevo?Si no hubiera nada que esconder, no haría falta una ministra de Transparencia corriendo apurada cortinas de humo. No haría falta gastar al vicepresidente en demostraciones infantiles de confabulaciones misteriosas. Solo son confesión ingenua de que están tocados.El Deber – Santa Cruz