El populismo en cinco «desviaciones»


 El libro ‘El engaño populista’ tiene en su tapa a Castro, Iglesias, Chávez, Correa, Bachelet, Morales y Kirchner. Está escrito por Axel Kaiser y Gloria Álvarez.CRÓNICA

El populismo en cinco «desviaciones»

De Chávez a Iglesias, los líderes que se presentan como genuinos representantes del «pueblo» son un «peligro para la democracia». Los dos nuevos gurús del liberalismo más radical de Latinoamérica alertan contra ellos en su libro ‘El engaño populista’.Castro, Iglesias, Chávez, Correa, Bachelet, Morales y Kirchner, en la portada del libro (editorial Deusto). AXEL KAISER / GLORIA ÁLVAREZ / elmundo.es Mario Vargas Llosa ha calificado nuestro libro El engaño populista como una obra que nace con «el propósito de ayudar a las víctimas del populismo autoritario a defenderse de las mentiras diseñadas para mantenerlas en la pobreza y en la ignorancia». Amén de honrarnos con sus palabras, el Nobel acierta plenamente al identificar nuestro objetivo. En esta reflexión sobre el fenómeno populista hemos identificado y analizado con detención distintas desviaciones que, a nuestro juicio, configuran la esencia de la mentalidad populista, sea ésta de izquierdas o de derechas.Sin duda, existen otras, pero nos pareció que estas cinco son las más recurrentes y peligrosas para una democracia liberal basada en mercados competitivos. Todas ellas se basan en una serie de mentiras, falacias e incoherencias cuya refutación hemos intentando realizar con el fin de avanzar en un lenguaje claro que nos permita estar alertas sobre la forma en que los populistas, ideólogos y demagogos de diversas tribus buscan engañarnos.La idolatría del EstadoEl discurso populista siempre pone al Estado como la solución a todos los problemas de la sociedad. Sean fascistas o marxistas, los populistas reclaman que ellos sí que representarán los intereses del «pueblo» una vez en el poder. Y dado que ellos incluso se funden con «el pueblo» al punto de hacerse indistinguibles, su propuesta invariablemente implica incrementar el poder del Estado que han de controlar. El Estado se convierte así, místicamente, en la máxima expresión posible de moralidad pública y el mercado en el summum de la degeneración ética y el responsable de los males de la sociedad. Lo privado es denunciado como inhumano, egoísta y corruptor, y lo estatal, eufemísticamente llamado «público», es presentado como lo único capaz de velar por el supuesto bien común. La mentalidad populista es inevitablemente liberticida, pues al depositar en el Estado la responsabilidad de elevar a la población a un mayor grado de bienestar material y nivel ético, la priva crecientemente de la responsabilidad sobre sus propios asuntos transfiriendo cada vez más poder a la autoridad. El nazismo y el socialismo fueron doctrinas hermanas que alimentaron esa lógica populista postulando líderes redentores que, reclamando representar el interés y la voluntad del pueblo, destruyeron la libertad y la democracia.El victimismoDe particular importancia en América Latina, el complejo de víctimas lleva siempre a culpar a otros de aquello que anda mal en nuestras sociedades. Ésta fue la línea argumental de la famosa «teoría de la dependencia», según la cual el subdesarrollo de los países latinoamericanos se debía a la explotación que realizaban los países ricos. Como consecuencia se denunció y combatió el libre comercio y la división internacional del trabajo mediante un desbocado proteccionismo cuyo efecto fue un empobrecimiento general de la región.El caso más famoso que representó esta mitología en la literatura popular fue el libro Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano, quien, antes de morir, se retractó de lo que escribió en dicho trabajo. Hoy en la región, los promotores del socialismo del siglo XXI nuevamente culpan al libre comercio y a potencias extranjeras de las miserias que ellos mismos han causado en sus países y de la incapacidad general que hemos tenido en América Latina de dejar de depender de la explotación de recursos naturales.La paranoia antineoliberalLa mayoría de los populistas acusa al «neoliberalismo» de todos los males imaginables, proponiendo el camino socialista o estatista como la solución final a esos males. Jamás definen lo que ha de entenderse por «neoliberalismo», pero está claro que lo relacionan con políticas pro mercado. De este modo se aprovechan de utilizar una etiqueta que ha probado ser muy efectiva en desprestigiar instituciones serias y políticas económicas productivas para la población, como muestra irrefutablemente el caso de Chile.La pretensión democráticaÉsta es una de las más importantes, pues a diferencia del pasado, donde movimientos colectivistas intentaban hacerse del poder por la vía de las armas, en estos tiempos es la democracia el instrumento para lograr la revolución y la concentración del poder en manos del líder populista. Pablo Iglesias ha sido uno de los que mejor ha articulado esta trampa cuando señala que, al no contar con los fusiles de Mao en su poder, deben ganar la batalla por la «hegemonía cultural» en orden a conseguir la destrucción de la institucionalidad burguesa. Este punto es de la máxima relevancia, pues Iglesias, fiel a las lecciones del marxista italiano Antonio Gramsci, ha hecho de la cultura, es decir, de aquella esfera que define las conciencias de las personas, el campo de batalla central de la lucha política.El uso del universo simbólico, del lenguaje, de la estética irreverente y los medios de comunicación para crear nuevos sentidos comunes que dinamiten la credibilidad del orden establecido ha sido la estrategia central de Podemos y una receta igualmente presente en movimientos populistas e ideológicos latinoamericanos como los que lideraran Chávez, Morales y Kirchner, entre otros. Las ideas y creencias que predominan en una sociedad son también, en la visión de los filósofos liberales Friedrich Hayek y John Stuart Mill, la llave de la evolución política y social. Ahora bien, éstas son particularmente importantes en una democracia donde las personas elijen en buena medida influidas por creencias y emociones.La obsesión igualitariaDesde fascistas como Hitler a socialistas como Iglesias, Castro, Chávez o Kirchner, la igualdad material es la promesa que propulsa al discurso populista. El odio en contra de una clase o «casta» a la que se acusa de todas las calamidades imaginables es la contracara de la oferta de redención para las masas. Como sabemos desde George Orwell, esta fantasía igualitaria termina con el grupo que la promueve viviendo como la peor de las castas, enriqueciéndose ilimitadamente en regímenes corruptos cuyos líderes se rodean de lujos y placeres obscenos mientras «el pueblo» que declamaron encarnar sufre la privación más brutal y la falta de libertad.El caso más famoso que representó esta mitología en la literatura popular fue el libroLas venas abiertas de América Latina,del uruguayo Eduardo Galeano, quien, antes de morir, se retractó de lo que escribió en dicho trabajo. Hoy en la región, los promotores del socialismo del siglo XXI nuevamenteculpan al libre comercioy a potencias extranjeras de las miserias que ellos mismos han causado en sus países y de la incapacidad general que hemos tenido en América Latina de dejar de depender de la explotación de recursos naturales.La paranoia antineoliberalLa mayoría de los populistasacusa al «neoliberalismo»de todos los males imaginables, proponiendo el camino socialista o estatista como la solución final a esos males. Jamás definen lo que ha de entenderse por «neoliberalismo», pero está claro que lo relacionan con políticas pro mercado. De este modo se aprovechan de utilizar una etiqueta que ha probado ser muy efectiva endesprestigiar institucionesserias y políticas económicas productivas para la población, como muestra irrefutablemente el caso de Chile.La pretensión democráticaÉsta es una de las más importantes, pues a diferencia del pasado, donde movimientos colectivistas intentabanhacerse del poderpor la vía de las armas, en estos tiempos es la democracia el instrumento para lograr la revolución y la concentración del poder en manos del líder populista. Pablo Iglesias ha sido uno de los que mejor ha articuladoesta trampacuando señala que, al no contar con los fusiles de Mao en su poder, deben ganar la batalla por la «hegemonía cultural» en orden a conseguir la destrucción de la institucionalidad burguesa. Este punto es de la máxima relevancia, pues Iglesias, fiel a laslecciones del marxistaitaliano Antonio Gramsci, ha hecho de la cultura, es decir, de aquella esfera que define las conciencias de las personas, el campo de batalla central de la lucha política.El uso del universo simbólico, del lenguaje, de la estética irreverente y los medios de comunicación para crear nuevos sentidos comunes que dinamiten la credibilidad del orden establecido ha sido la estrategia central de Podemos y una receta igualmente presenteen movimientos populistas e ideológicos latinoamericanos como los que lideraran Chávez, Morales y Kirchner, entre otros. Las ideas y creencias que predominan en una sociedad son también, en la visión de los filósofos liberales Friedrich Hayek y John Stuart Mill, la llave de la evolución política y social. Ahora bien, éstasson particularmente importantesen una democracia donde las personas elijen en buena medida influidas por creencias y emociones.La obsesión igualitariaDesde fascistas como Hitler a socialistas como Iglesias, Castro, Chávez o Kirchner, la igualdad material es lapromesa que propulsaal discurso populista. El odio en contra de una clase o «casta» a la que se acusa de todas las calamidades imaginables es la contracara de la oferta de redención para las masas. Como sabemos desde George Orwell, estafantasía igualitariatermina con el grupo que la promueve viviendo como la peor de las castas, enriqueciéndose ilimitadamente en regímenes corruptos cuyos líderes se rodeande lujos y placeres obscenosmientras «el pueblo» que declamaron encarnar sufre la privación más brutal y la falta de libertad.




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