El asilo único de las prostitutas jubiladas

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«A Consuelito sus hijos le raparon el pelo, le pegaron una paliza y le echaron a la calle cuando supieron por casualidad que era prostituta. Llegó aquí y murió en un año de pena», recuerda Jésica Vargas, la directora de la única casa de acogida en el mundo para trabajadoras sexuales ancianas que viven en la calle.
«Todas somos madres. Da igual si ellos dejaron de ser hijos; nosotras no dejaremos nunca de ser madres e iremos a ayudarlos aunque no nos quieran», explica Marbella Aguilar, de 60 años. «He vuelto a recuperar algún contacto con mi hija mayor gracias a La Casa. Ayer me llamó», dice con el tono bajo y esbozando una sonrisa.
La Casa Xochiquetzal es un milagro en medio de un mundo cabrón que consume carne y almas. «Es un colectivo invisible, rechazado y olvidado», afirma la joven directora, entregada a sacar adelante este proyecto que comenzó en 2006 cuando el Gobierno de la Ciudad de México donó un inmueble en el centro histórico para crear este asilo.
El tiempo pasó y se fue conformando un extraño hogar que hoy acoge a 20 mujeres con edades comprendidas entre los 51 y los 84 años. En él, las habitaciones son compartidas, hay talleres de actividades, se imponen reglas para su buen funcionamiento y surgen, como en todo grupo, amistades y recelos: «Yo no les cuento cómo fue mi vida porque luego en una discusión te lo echan en cara, pero si una tiene un problema o enferma, todas la cuidamos», cuenta Norma Ruiz, de 63 años, con tono confidente. Lo dice no muy lejos de un altar donde hay virgencitas, velas y la foto de alguna de esas mujeres que fallecieron en este último refugio.
La Casa es un inmueble bello, con un patio central abierto donde las más enfermas y ancianas descansan al sol del bullicio que se desparrama de puertas para fuera: miles de tenderetes que venden trozos del mundo a mejor precio.
Es su responsabilidad limpiar cuartos y baños, que comparten, lo que a veces provoca fricciones. Hay también una pequeña clínica donde algunas reciben oxígeno para sus mordidos pulmones, y una sala arriba en la que se imparten clases de todo: «Mire, profesora, lo que le escribí hoy», dice una alumna anciana a su maestra, mucho más joven. Se levanta, lee y todas, tras aplaudir, quieren también recitar sus textos. Deletrean agradecimiento.
En la sala donde desayunan, comen y cenan se esmeran en que al menos haya siempre tortitas. Cuando ha faltado dinero, algunas de las mujeres que aún trabajan traían para las demás tortitas de la calle. «No me gusta que hagan eso. Luego a veces se lo echan en cara y hay problemas», dice la directora, que sabe que hay que equilibrar estómagos y almas.
Lo primero llega a Xochiquetzal hambriento y lo segundo, roto: «Muchas vienen de otros estados de México sin papeles. A veces las prostituían sus propias parejas. Han sufrido abusos y palizas desde niñas ypara la mayoría su mayor dolor es el rechazo de sus hijos, que se avergüenzan de ellas. Muchas han tenido adicciones y vivido en la calle», resume Jésica.
¿Qué requisitos tienen para entrar? «Haber ejercido o ejercer como trabajadoras sexuales. Aquí no se las estigmatiza. Antes debían tener más de 65 años, pero la realidad nos ha ido demostrando que había que bajar esa edad», dice la directora. Hace poco falleció aquí Vicky, de 49 años y natural de Tijuana, a la que su chulo echó a la calle cuando quedó incapaz para el trabajo por sus múltiples enfermedades. Las compañeras la llevaron a este hogar y en dos meses murió.
Hoy este proyecto se tambalea. Las necesidades económicas son muchas. «Hemos estado sin poder pagar el gas y sin tener cocina ni agua caliente. Diez pesos de donativo son importantes», dice Jésica.
Tras conocer el inusual proyecto, toca que sus protagonistas hablen. Cinco entrevistas hechas en diversos días, donde ellas piden algo de intimidad mientras tropiezan lágrimas y risas entre los relatos. Hablan ellas de sí mismas. Aquí un resumen. No hace falta añadir nada.
ELIA RUIZ, 69 AÑOS
«Iba a los basureros a buscar comida. Ahora esta casa me lo da todo»
«Desde niña sufrí malos tratos de mi madrastra, era adoptada. Me pegaba con una vara de membrillo. A los siete años me echó y dormía en la calle. Iba a los basureros a buscar comida. Me atrapó la Policía y me llevó al Tribunal de Menores, pero a los siete meses me escapé. A los 10 años, en el basurero, me violaron y golpearon».
«A los 13 años tuve mis dos primeros hijos gemelos por la vida galante. He tenido 12 hijos, todos varones y gemelos. Nunca he sabido quiénes eran los padres. Me prostituía para sacarlos adelante».
«El amor de mi vida fue una mujer. Estuvimos juntas 33 años, era cocinera y me ayudó con mis hijos. No teníamos casi sexo, éramos más amigas. Murió». «Hay hombres buenos y malos. Siempre hay miedo; vi morir a muchas compañeras. Entrábamos en un hotel pero no sabíamos si íbamos a salir. Con 33 años un cliente me pegó una puñalada y me sacó las tripas. Alguno también me pidió matrimonio, pero yo no aceptaba por si maltrataba a mis hijos».
«Llevo cuatro años en esta casa que me da todo. Nunca ahorré, el dinero que tenía me lo gastaba. Aquí tengo una amiga y me llevo bien con el resto. Me compro peluches a los que les cuento mi vida».
SOLEDAD, 59 AÑOS
«Mi mamá me colgaba de una viga y me golpeaba. Aquí he estudiado teología». «Cuando mis papás se divorciaron se acabó el paraíso. A mi mamá yo le recordaba a mi papá, y me pegaba palizas. Un día me colgó de una viga y me golpeó como a una piñata. Me sangraba todo el cuerpo. Paró para comer delante de mí, yo llevaba días sin probar nada. Se quedó dormida sobre la mesa y una hermana más pequeña me descolgó, me puso en un pañuelo ropa y comida y me dijo que huyera, que mi madre me iba a matar».
«Con 11 años me puse a trabajar en el servicio doméstico de casas en Xalapa. Sufrí acoso sexual de maridos e hijos. Me intentaron violar siete hombres.Conseguí que no me violaran y me dejaron tirada, sin ropa y llena de heridas».
«Tiempo después un hombre me subió a un coche. Había otra niña. Anduvo y nos hizo bajar a comprar tabaco. Ahora entiendo que quería mostrarme… Me compró otro hombre. Me llevó al Hotel Florida de Veracruz y se espantó cuando vio que tras hacerlo yo tenía las piernas bañadas en sangre».
«Llegué al DF y empecé con 16 años a trabajar en la cantina El Quijote. Allí me volví a encontrar con el hombre de mi primera vez. Nos casamos y tuvimos tres hijos. Dejé de prostituirme. Tenía 32 años más que yo, era como un padre».
«Él enferma de cáncer, se queda paralítico y muere cuando yo tenía 39 años. Pagar los gastos del Hospital Español me arruinó. Yo vendía tamales [masa de maíz rellena de carnes y vegetales], pero volví a la prostitución para pagar su morfina. Era muy triste y sucio ejercer y luego ir a ver a mi marido enfermo.Después viví con mi hijo hasta que se casó y su mujer me pidió que me fuera de casa. Dormí en la calle y comí restos de la calle. Quería suicidarme. Una señora me habló de esta casa».
«He estudiado Teología acá y he hecho amigas. Me voy el miércoles a vivir con una comunidad religiosa. Dios siempre me ha ayudado. Mi familia no sabe que he sido prostituta, ellos son jóvenes y los pueden despedir por ser hijos de una ramera. La sociedad no acepta muchas cosas».
NORMA RUZ, 63 AÑOS
«No somos amigas. Cuando discutimos nos hablamos muy feo y no está bien». «Yo era una niña mimada y consentida que me hice rebelde. Con 14 años discutí fuerte con un hermano y me fugué. Acabé en San Francisco cuidando a los hijos de una americana que me encontró perdida en un parque. Al poco regresé y mi madre no me aceptó en casa. Me fui a Jalisco y trabajé como mesera en un bar de alterne. Con 16 años también me prostituía y pasé por varios negocios en Nayarit».
«Un día vi a una mujer muy guapa, yo soy bisexual, y acabé con ella en el cuarto. No era una mujer, era un hombre, Arturo. Nos casamos y dejé la prostitución para convertirme en la señora de la casa. Todo acabó cuando tres años después lo encontré con otro hombre en la cama. Sabía que era gay pero me dio mucho coraje y lo dejé».
«Me marché embarazada y mi madre esta vez me perdonó, pero me quitó a la niña. Yo me fui a ejercer la prostitución a Manzanillo». «En DF trabajé en la calle. Fue horrible. La prostitución se me hace denigrante y triste. Una vez me intentaron ahorcar, en otra me dispararon y por un asalto de una mujer y cuatro hombres perdí el ojo izquierdo. Hace 10 años dejé la prostitución y me puse a limpiar casas».
«Una señora me habló de esta casa y vine acá. Me costó adaptarme a las órdenes. Aunque vivo con muchas compañeras, la soledad me asfixia. Pienso: si no hubiera trabajado de prostituta, quizá tendría una casa y me hablarían mis hijos».
«Tuve cuatro hijos. Dos me los quitaron sus papás y a la pequeña me la robaron y no sé dónde está. Ninguno de esos tres sabe nada de mí. Con la mayor, la que se quedó mi madre, me hablo de vez en cuando pero no hay vínculo. Con mis compañeras me hablo, pero no somos amigas. Cuando discutimos nos hablamos feo y no está bien». «Mi sueño es irme a un pueblo con una casa chiquita a volver a mi vida del campo».
MARBELLA AGUILAR, 60 AÑOS
«Mi hija me hizo prometer cuando moría que dejaría la prostitución». «A los ocho años sufrí una violación de un familiar muy cercano. Al decirlo no me creyeron y mi madre me echó. Mi abuelita materna me dio 100 pesos, pero a ella también le amenazaba mucho mi papá».
«Encontré a una anciana primero y a un hombre después que me ayudaron mucho. Me pagaron mis estudios. Ambos murieron». «A punto de acabar Magisterio, conocí a un chico del que me enamoré.Me embaracé de él y me dijo que abortara. Lo eché de casa. El dinero que tenía lo di para el parto. Por un mes no fui maestra. Un día fui a una cafetería de alto nivel y me propusieron trabajar con ellos».
«Cuando mi hijo tenía cuatro años conocí a Jorge. Dejé el trabajo y tuve dos hijas. Un día lo encontré en la cama con mi mejor amiga, que decía que era una santurrona. Yo ya le advertí: te perdonaré hambre y gritos, pero no una infidelidad. Me llevé a mis hijos de nueve y siete años y la pequeña de dos meses».
«Mi hija pequeña estaba muy enferma, siempre en hospitales. Trabajé de operadora de Tele Taxi pero no llegaba. A los dos mayores les mandé con mi madrina. Volví a ejercer la prostitución hasta que se graduaran los mayores. Uno es maestro y la otra contable».
«La prostitución la detestaba. Nunca besé a nadie ni me gustaba que me besaran. Mi hija pequeña murió de leucemiaa los 19 años. Me hizo prometer cuando moría que dejaría la prostitución».
«Alguien le dijo a los dos mayores que yo era prostituta y dejaron de hablarme.Con el chico, gracias a esta casa, comienzo a tener alguna conversación». «Esta casa nos ayudó a dignificarnos. La sociedad nos orilla y luego nos critica.Cuando iba a ofrecerme como sirvienta las señoras me decían que era muy bonita para estar cerca de sus maridos». «Escribo poesía, aquí estudié Literatura. Leo a Cervantes, Tolstoi… Mi gran sueño es que editen mis libros de poemas».
ANGÉLICA SÁNCHEZ, 51 AÑOS
«Las compañeras al principio me veían como joven y una competencia». «Nací en Tenosique y mis padres me dieron una educación muy estricta. Me casé a los 17 años y nos vinimos a la capital».
«Después de 11 años casados comienza a pegarme palizas por celos. Lo abandono y regreso a casa de mis padres. Al tiempo vuelvo a por él y es un alcohólico. No me acepta. Murió hace cinco años decirrosis».
«El DF es una jungla deshumanizada. Tras la muerte de mi marido regresé a casa. Mi padre murió hace cuatro años y mi madre, discapacitada, hace tres». «Vuelvo a la capital e intento que me admitan en esta casa. Me dicen que es para trabajadoras sexuales. Tras dormir en la calle regresé y les dije que ya ejercía la prostitución».
«Trabajo aún hoy en el Paseo de la Reforma como sexo servidora desde hace tres años. Tuve una relación amorosa con un cliente al que dejé porque me obligaba a practicar un sexo muy violento». «En La Casa es todo bueno. Las compañeras al principio me veían joven y una competencia. Hoy soy una luciérnaga y antes era un sapo que vivía en la oscuridad. Quiero ser médico naturista… Y adoro a Isabel Pantoja». «Mi trabajo es denigrante. Hace un mes me violaron dos chicos. Tengo mucho miedo. Para mí el futuro no existe».