La protagonista del reportaje de TLGB, Pamela Geraldine Valenzuela Rengel. (Foto: la primera de la derecha)
Reportaje: En Bolivia el promedio de vida de personas trans no supera los 45 años
Por Daniel RamosLa Paz, 3 oct (ABI).- El simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo, dice un proverbio chino, pero modificar la mentalidad humana y comprender el florecimiento del movimiento de personas transexuales, lesbianas, gays y bisexuales, en sociedades conservadoras como la boliviana, puede resultar más complicado que la propia metamorfosis de la oruga.Ese ‘efecto mariposa’ comenzó para Pamela Valenzuela hace más de 40 años, en el periodo de los gobiernos y las dictaduras militares que vulneraron los derechos humanos con torturas y masacres en Bolivia.»La construcción de mi identidad de género la hice desde muy pequeña. A mis 8 o 9 años yo sentía que estaba en un cuerpo que no me identificaba, que no era de mi género», dijo con cierta melancolía.Pamela, a sus 50 años, ha hecho historia al convertirse en la primera persona transexual en cambiar de nombre, sexo e imagen en su documento de identidad gracias a la Ley de Identidad de Género que ha puesto en vigencia Bolivia en sintonía con Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y otros países.Pamela dejó atrás el nombre de Víctor con el que fue bautizado en Potosí, donde de niño a niña respiró la indolencia y los prejuicios del fanatismo religioso y de una sociedad culturalmente machista. Dejó a sus padres y hermanos a los 14 años para reinventarse en La Paz, aunque el clima político de ese entonces no era el ideal para que florezca.El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) había espoleado en 1952 la construcción de una ciudadanía boliviana en «igualdad de condiciones», pero las ambiciones personales y la corrupción que circulaban en las venas de ese partido político terminaron por defenestrar el proceso revolucionario y participaba activamente en el ciclo de las dictaduras militares (1964-1982).En ese periodo, las posibilidades del ejercicio democrático en el país fueron anuladas bajo la premisa de «orden, paz y trabajo». El modelo político totalitario impedía cualquier tipo de reivindicación social de los movimientos obreros, mineros y campesinos. En tales circunstancias, no había ninguna posibilidad de desarrollo de los derechos humanos en general y mucho menos de los derechos sexuales, como consigna un compendio de investigaciones que contiene el libro Memorias Colectivas: Miradas a la Historia del Movimiento TLGB (Trans, Lesbianas, Gays y Bisexuales) de Bolivia.La NocheEse chico introvertido de jean y camisa que salió de Potosí empezó a brillar casi dos años después en las calles oscuras de La Paz, usaba vestido, tenía tacos, peluca y maquillaje. Se buscaba la vida prostituyéndose.»Cuando cumplí 16 años comencé a ejercer el trabajo sexual, porque era la única opción para subsistir. A mis 14 años salí de mi casa sin terminar mis estudios, sin estar preparada totalmente para poder defenderme sola», relató Pamela.La noche fue su hábitat por más de 25 años para no padecer discriminación laboral, pero la calle era un territorio más hostil. Las agresiones verbales y físicas eran el pan de cada día.»Me tocó los años más duros, porque eran los años de la dictadura en Bolivia. Teníamos que andar escapando para que no nos agarre el toque de queda. Si nos pescaban (los soldados) nos llevaban a cuarteles hasta las seis de la mañana y ahí éramos violentadas sexualmente».Nuestra protagonista también recordó el acoso policial y dijo que una «chica» podía pasar días en un calabozo sin ninguna acusación formal.»Constantemente éramos detenidas, llevadas a celdas policiales y nos tenían incomunicadas sin que nadie pueda vernos. Nos tenían una semana y nos botaban. Y a los cuatro, cinco días otra vez nos agarraban», evocó conteniendo lágrimas.»Los policías nos decían ¿dónde dice que ustedes tienen ley? ¿Dónde dice que un travesti tiene ley? Nosotras estúpidas no estábamos preparadas».Desde la implantación de un régimen militar en 1964 hasta 1982, 200 personas en Bolivia fueron asesinadas, cerca de 5.000 detenidas de forma arbitraria, alrededor de 20.000 deportadas o exiliadas y más de 150 permanecen desaparecidas, según datos de Amnistía Internacional.Las chicherías, los q’iwas y la democraciaLa historia de la homosexualidad en Bolivia se fermentó en la revolución de 1952 que puso fin al Estado semicolonial y dotó por vez primera al boliviano de una nueva dimensión social y humana, según varios intelectuales.El espíritu popular había impulsado la revolución y, por esos años, las chicherías eran reconocidas como un espacio social donde se expresaba con mayor intensidad la democracia: caballeros de alta jerarquía, hacendados, políticos y comerciantes compartían con artesanos, empleados, músicos, artistas bohemios, estudiantes, cholas y otros personajes.Según el libro Memorias Colectivas, en ese espacio también se manifestaron y visibilizaron los homosexuales, entre ellos el Q’iwa Gerardo (Gerardo Rosas 1924-1984). Fue cantante, compositor y bailarín de las chicherías populares desde los años 50 hasta los 80 del siglo pasado.Según las personas que lo conocieron, Gerardo era de estatura mediana y zapateaba con tacos cubanos en las chicherías de Sucre. Era muy elegante, muy acicalado; tenía la cabellera lacia y una especie de jopo.»Hay que considerarlo valiente, mil veces valiente, nunca ocultó su homosexualidad (…), él se reía ante las estrecheces de una sociedad pagana y conservadora, sufrió calladamente pero nunca negó su condición de homosexual», según dijo el profesor Luis Ríos, un investigador de la literatura y el folclore boliviano.Era valiente, pero también estaba consciente de los riesgos de exhibirse sin máscaras y hasta pensó que iba acabar en el fondo del lago Titicaca por q’iwa.Gerardo se refería al ‘fondeo’, que consistía en lanzar a los opositores políticos al mar con un peso atado en sus piernas. También contra los homosexuales.»Nunca desde que he nacido he conocido la dicha, porque siempre la desdicha anda delante de mí. Dicha que hoy poco duró, desdicha la llamo yo. Desdichado el dichoso que de aquella dicha gozó», coreaba al son de un bailecito el artista homosexual sucrense que supo abrirse espacio en una sociedad conservadora a través de su canto.Y lo que I Will Survive de Gloria Gaynor fue para la comunidad gay internacional, la cueca ‘Una pena tengo yo’ de Jaime del Río fue para muchos homosexuales bolivianos, un himno.»Una pena tengo yo que a nadie le importa. Qué me importa de nadie, si a nadie le importo yo. No quiero humillaciones, no quiero compasión. Solo, solo he nacido, solito quiero vivir. Solo, solo he nacido, solito quiero morir», esa cueca dejó huella en muchos homosexuales de la segunda mitad del siglo XX, puesto que reflejaba el sentimiento de los que sufrían el desprecio de sus familias, las burlas y golpes.La visibilización y los espacios de participación travesti avanzaron al Carnaval de Oruro y la fiesta del Señor del Gran Poder en La Paz con personajes como la China Morena (morenada) y la China Supay (diablada).En la entrada folclórica de La Paz de 1975, la exhibición pública de la homosexualidad tocó el poder: la china Barbarella (Peter Alaiza) le dio un beso en la mejilla al presidente de facto Hugo Banzer Suárez. Esta visibilización muestra los avances y desafíos que enfrentó este sector en épocas difíciles descritas en detalle en el libro Memorias Colectivas.En el periodo 1980-2000 surgen las primeras agrupaciones orgánicas y la lucha por la defensa de las travestis contra el abuso policial y de otras instituciones del Estado.Desde el 2000 se desarrolla un periodo que muestra la abierta politización de la diversidad sexual y de género.La transformación empírica de la mariposaLa transexualidad se define como el deseo irreversible de pertenecer al sexo contrario al genéticamente establecido recurriendo a un tratamiento hormonal y quirúrgico encaminado a corregir esta discordancia entre la mente y el cuerpo.Y debido a la falta de solvencia económica, la mayoría de las personas transexuales del país recurre a la automedicación para la terapia hormonal que implica el proceso transformación y búsqueda de la feminización corporal, algo más complejo que la metamorfosis de la oruga a mariposa, que no necesita de drogas, implantes ni operaciones costosas.»En el mismo proceso de nuestra construcción de género, para tener las características femeninas, tenemos que tener un tratamiento hormonal, pero ese tratamiento no lo hemos hecho bajo una prescripción y seguimiento médico, lo hemos hecho de forma empírica», comentó Pamela.Pero la ausencia de ayuda profesional también es por miedo al rechazo y la falta de una atención diferenciada hacia la población transexual y así la automedicación y el consumo indiscriminado de todo tipo de productos hormonales ponen al filo de la muerte a estas personas como consecuencia de sobredosis y desconocimiento sobre efectos secundarios.»Hemos tenido chicas que se han inyectado siliconas y eran siliconas industriales dañinas para nuestra salud, pero era económico y el cambio era inmediato, te formaba el cuerpo femenino en menos de 15 días y las chicas se ponen por montón y no sabíamos que habían tenido serios daños, como es un producto químico líquido, puede comenzar a andar dentro de nuestro organismo y provocarnos la muerte».»Tanta inyección, tanta pastilla también te hace daño al hígado, a los riñones; entonces, estamos pidiendo que se hagan protocolos de atención diferenciada para la población Trans», agregó Pamela.Este sector también es propenso a sufrir trastornos mentales y cambios en el estado de ánimo por el tratamiento hormonal.La primavera y sus sombrasDespués de los años de tormento que sufrió la población transexual, de lesbianas, gays y bisexuales, ahora son reconocidos civilmente por el Estado y flamea con libertad la bandera de arcoíris que identifica a este grupo y que es símbolo de diversidad, inclusión y esperanza.Esa visibilización trascendió los espacios marginales y las fiestas populares hasta lograr el reconocimiento político de sus derechos, de su orientación sexual y su identidad de género en la Constitución Política del Estado y otras leyes.Y sin duda es necesario que la sociedad y sus instituciones apoyen cualquier iniciativa que fortalezca y defienda los derechos de la comunidad TLGB contra el acoso, la violencia y la discriminación.En gran parte de América Latina la población se muestra más abierta hacia la población TLGB, en Bolivia la aceptación es a medias, según estudios.Entre las tareas pendientes, los dirigentes del sector destacan la necesidad de una mayor integración social y que las familias de gays gocen de los mismos derechos en cuanto a los bienes gananciales, seguridad social y de salud.Para Pamela, que además se convirtió en una líder social, el gran reto es prolongar la vida de una persona transexual e incluirla en nuevos espacios laborales.»El promedio de vida de la población Trans es de 40 años. Uno por el trabajo nocturno, donde consumes bebidas alcohólicas, te obligan a consumir drogas y pasas frío; encima el tratamiento hormonal es una bomba de tiempo (…), las chicas generalmente mueren muy jóvenes, e rango de edad es de 40 a 45 años», afirmó la actual presidenta del Consejo Ciudadano de las Diversidades Sexuales de Genero del municipio de La Paz.En Bolivia hay unas 5.000 personas transgénero femeninas asociadas y el 80% se dedica a la prostitución.»Lastimosamente estamos por el 80 por ciento de las chicas trans que ocupan el trabajo sexual, hay un 20 por ciento que son peinadoras, diseñadoras, cocineras (…), profesionales creo tenemos unas cuatro o cinco nada más», añadió nuestra entrevistada.Algo por lo que luchan desde hace tiempo el colectivo TLGB es el acceso a una atención diferencia de salud como ocurre en otros países de la región.»Hay grandes avances a nivel nacional y estamos muy felices por eso, porque hace 20 años atrás hablar de una ley era difícil, la población sabe que somos seres humanos y que tenemos derechos (…) ahora como seres vivos necesitamos cuidado y abrir nuevos espacios de trabajo», concluyó.