Francesco ZarattiHace siete meses, La Paz vivió una crisis de agua producto de una mezcla explosiva de imprevisión e ineptitud. Las lluvias del verano apaciguaron la rabia de los paceños, pero no impidieron que se descabezara la plana mayor del sector, salvando las responsabilidades políticas del Gobierno bajo la excusa de: “no sabíamos; no nos advirtieron; nadie nos informó”.Hoy estamos en puertas de una crisis aún mayor en el sector energético y no porque pueda faltar gas o electricidad en los hogares, sino porque la energía sigue siendo el principal sustento de nuestra economía. En efecto, si la exportación de hidrocarburos entra en crisis, “¿de qué vamos a vivir?” (Evo dixit).La crisis se debe a varios factores interrelacionados. En primer lugar, la insuficiencia de reservas y producción de gas nos ha llevado a incumplir reiteradamente el contrato con ENARSA. Además, aunque hubiera reservas suficientes, los únicos mercados (Brasil y Argentina) están presentando nuevos desafíos que YPFB no acaba de entender y enfrentar. Adicionalmente, la escasez de inversiones en exploración, por causas externas e internas, se agravará aún más debido al cierre de los mercados (nadie invierte si no se tiene a quién vender). Sin gas, sin inversiones, sin mercados en firme y, sobre todo, sin confianza, el futuro se perfila muy crítico.A diferencia de la crisis de agua, con el gas no se puede alegar desconocimiento del problema. Desde hace 11 años los “gasólogos” (despectiva denominación inventada por los locuaces encargados del sector) advertimos, con base en los pocos datos transparentados por YPFB, que muchas cosas se hicieron mal y otras no se hicieron como se debía.¿Qué se hizo mal? Principalmente la llamada nacionalización. A la luz de la Ley 3058, esa medida era innecesaria para obtener prácticamente los mismos ingresos para el país, sin el enorme costo que ha implicado. A corto plazo, gracias a las favorables coyunturas, política (hegemonía del ALBA) y económica (precios internacionales del petróleo y mayores volúmenes contratados), la medida aparentó ser exitosa. Esta fase, que denomino de “euforia”, promovió además desatinados cambios de la CPE, para imponer a las futuras generaciones una moda económica coyuntural. Hoy, en otro contexto, a la euforia le ha sucedido la “resaca”, dolorosa y encadenada a una ideología fracasada.¿Qué no se hizo bien de lo que sí debía haberse hecho? En primer lugar la refundación de YPFB, debido a un diseño confuso, ineficiente, con crecimiento administrativo antes que técnico, y una gestión opaca en cuanto a información y rendición de cuentas ante el dueño que es el pueblo boliviano.La industrialización y las plantas de separación develan fallas de concepción, ubicación, y desconocimiento del mercado, con sospechas de corrupción en licitaciones y compras directas. Son temas por demás conocidos para tener que repetirlos una vez más.El crecimiento de YPFB ha creado un monstruo gremial con el cual habrá que lidiar cuando la crisis se agudice. La rapidez con la cual el otrora poderoso ministro de Finanzas tuvo que recular del anuncio de no aplicar el incremento salarial al sector petrolero y la amenazadora réplica sindical (¡exigiendo transparencia!), lo demuestran de sobra.Finalmente, el descuido del desarrollo de las energías renovables ha quitado a Bolivia un posible liderazgo regional en ese rubro.Si, como se especula, la crisis del agua contribuyó a relegar a la corriente indigenista liderada por el ex Canciller, pregunto: ¿quién pedirá cuentas al grupo de poder que, en el seno del MAS, ha secuestrado al sector energético y, con su ineptitud, lo ha llevado al potencial desastre, cuyas consecuencias apenas divisamos?El Día – Santa Cruz