Erika Brockmann QuirogaEl excanciller David Choquehuanca ha señalado que en Bolivia no es necesaria la continuidad de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Oacnudh), debido a que se implementó una democracia participativa con la que se superaron muchos temas al respecto. Esta declaración refleja ingenuidad y confusión conceptual de quien, durante 11 años, lideró la política exterior del país y cuyo entorno pachamamista llegó a calificar los DDHH como herencia colonial e individualista de Occidente. Choquehuanca se equivoca al asociar la democracia participativa con el cumplimiento del catálogo de derechos constitucionalizados cotidianamente pisoteados. Doble paradoja cuando el presidente intenta desconocer los resultados de un evento de la democracia participativa, como el 21-F. Basta evocar la declaración de un vocero gubernamental en sentido de que la Defensoría del Pueblo es un instituto innecesario por cuanto el pueblo ya es Estado, simbiosis equiparable a la lógica fascista de poder estatal. Se presume que Evo y sus amigos están vacunados y libres de toda tentación autoritaria. Esta confusión refleja la fetichización del Estado (estatolatría), de las leyes y de designios corporativos.En la otra orilla, los exdefensores del pueblo coinciden en lamentar que la salida de la Oacnudh es un retroceso y que profundizará el vacío sobre los DDHH y la indefensión ciudadana contra las prácticas cada vez más autocráticas, estas últimas advertidas como riesgo por una reciente misión del Parlamento Europeo.Es función de la Oacnudh brindar cooperación y asistencia técnica, velar por que las políticas y la normativa legal incorporen el enfoque de los DDHH, elaborar informes y formular recomendaciones a las autoridades. Si de leyes se trata, Bolivia podría encabezar el Record Guinness en la enunciación de derechos que a la vez incumple flagrantemente. El abismo entre leyes y discursos respecto a la realidad es profundo. El avasallamiento a los pueblos indígenas minoritarios de tierras bajas y poblaciones vulnerables fue patentizado en Chaparina y en la represión de personas con discapacidad. Ejemplos sobran. La ambigüedad recurrente es uno de los rasgos distintivos de las autocracias populistas del nuevo siglo. La vulneración de derechos opera con base en una estrategia gradual que, al principio, seduce para terminar ampliando el umbral de tolerancia hacia tanto atropello. No otra cosa significa el aplauso a medidas cautelares contra víctimas de juicios que nunca debieron iniciarse. Es como el huevo de la serpiente que evocara Igmar Bergman. Al final resulta incontrolable. Cuando ello ocurre, organismos internacionales como la Oacnudh caen en la impotencia y la censurable inoperancia.El Deber – Santa Cruz