Carson McCullers, vivir y morir con la verdad entre los dientes

Adúltera, lesbiana, alcohólica y tullida, se cumplen cien años del nacimiento de Carson McCullers, la gran autora de la literatura norteamericana.

Carson McCullers

Tanto en la literatura como en la vida, Carson McCullers supo que la distancia más corta entre dos puntos es siempre una línea recta. El estilo sencillo y directo con el que desentraña el alma de sus atormentados personajes deja traslucir la personalidad de una mujer con una naturalidad pasmosa para los cánones de la época. A la edad de 18 años les dijo a sus padres que no estaba dispuesta a casarse con su prometido Reeves McCullers sin haber tenido relaciones sexuales porque “el matrimonio era una promesa, una promesa como otras, y no quería prometerle nada a Reeves hasta no estar segura de que me gustaba el sexo con él”. Según cuenta la escritora en su autobiografía inacabada, al empezar a hablar del asunto, su madre la llevó a un aparte y “con una simplicidad sublime, me dijo: ‘el sexo, querida mía, tiene lugar donde te sientas”.



Ahora, cien años después de su nacimiento, la editorial Seix Barral celebra la efeméride reeditando toda su obra con nuevas traducciones y prólogos de Rodrigo Fresán y Elena Poiatowska, incluyendo el volumen de memorias inconclusas Iluminación y fulgor nocturno. No es difícil imaginar a Carson McCullers en los últimos años de su vida convertida en una resplandeciente niña anciana, con las manos agarrotadas, casi ciega y en silla de ruedas, dictándole sus memorias a su secretaria frase a frase. Lo mejor de su autobiografía es que refleja esa mezcla de vitalidad y fatalismo con la que fue construyendo todos sus personajes, como cuando a la edad de 14 años comprende que sus padres nunca podrán pagarle los estudios de piano y decide cambiar la música por la escritura, sin un gramo de queja y mucha determinación.

Con 24 años publicó la novela El corazón es un cazador solitario (1940), éxito incontestable y fulgurante. La historia de dos sordomudos en un pueblo sureño sigue conmoviendo porque se adentra en la profundidad del alma de sus personajes con una mirada limpia y, al mismo tiempo, implacable. Lo escribe ella misma en el prefacio del libro: “Los seres humanos son gregarios de nacimiento, pero una tradición cruel les obliga a aceptar actitudes que no concuerdan con su naturaleza más profunda, sin embargo, hay hombres que son héroes por naturaleza: lo darán todo de sí mismos sin tener en cuenta el esfuerzo o el beneficio personal”.De esta manera, y prácticamente de la noche a la mañana, Carson McCullers, la niña enfermiza, solitaria y poco agraciada físicamente, se convierte en una autora respetada, mientras ve cómo su matrimonio se despeña por una espiral de alcoholismo y autocompasión. Se separan en 1940, cuando ella conoce a Annmarie Clarc-Schwarenbach, una mujer elegante, andrógina y morfinómana, definida por Thomas Mann como “un bello ángel devastado”, con la que vive un amor salpicado por los problemas de salud de ambas. Aunque en las memorias pasa de puntillas por su bisexualidad, es evidente que es su vida hubo más mujeres que hombres. No obstante, después de la guerra se volvió a casar con su marido, y se enredó de nuevo en una maraña de celos, infidelidades, alcohol y amenazas de suicidio hasta que, al final, él cumplió sus amenazas y terminó por acabar con su vida.

Carson McCullers

En 1941 publica su segunda novela Reflejos en el ojo dorado, una historia claustrofóbica sobre el ambiente enrarecido de una base de militar en tiempos de paz. John Huston la llevó al cine con un reparto estelar encabezado por Elisabeth Taylor y Marlon Brando, no obstante, el verdadero roba-planos de la película es Zorro David, el peluquero de la Quinta Avenida que da vida al chispeante criado filipino Anacleto. La sombra de la psicosis como defensa moral frente un mundo repleto de violencia innecesaria planea sobre la trama del libro y la película.

Después llegaría la novela corta Frankie y la boda (1946), un relato sobre el duro despertar al mundo adulto de una adolescente, adaptada el teatro por ella misma con gran éxito de crítica y público, y su novela póstuma Reloj sin manecillas, cuatro historias cruzadas en un ambiente inconfundiblemente sureño, y un buen puñado de cuentos y cartas a lo largo de los años.

Gracias a su fama literaria, Carson McCullers entró en contacto con un buen número de intelectuales de la época como Hemingway, de quien deploraba “su sentimentalismo y su fingida dureza”; Scott Fitzgerald, “un escritor menor pero a quien quiero mucho”; la baronesa Karen Bilxen, autora de Memorias de África, “un libro que cada vez que lo empiezo sigo experimentando una sensación de consuelo y, a la vez, de libertad”; o el dramaturgo Tennessee Williams que dijo ella: “el corazón de Carson, a menudo solitario, fue, para todos aquellos a quienes ella lo ofrecía, un cazador incansable”.

La vida de Carson McCullers transcurrió entre el trabajo y el amor, es decir, entre las iluminaciones, esos relámpagos creativos que podían durarle dos años de intensa escritura, y los fulgores nocturnos, sus ataques enfermizos que le costaron la amputación de una pierna, las relaciones frustradas, las muertes de su abuela, sus padres y su esposo. Pero para los lectores de medio mundo seguirá siendo la escritora que mejor ha sabido ponerse en la piel de otro, convirtiendo a su galería de negros, tullidos, adúlteros y homosexuales reprimidos en espejo cóncavo de nuestros propios miedos.Sin embargo, tal vez la mejor definición sea la su prima y albacea literaria Virgina Spencer Carr: “Carson amaba atrapar la verdad con los dientes y escapar corriendo, una costumbre que jamás abandonó”.

Fuente: revistavanityfair.es